Mi día a día.

6.9K 270 23
                                    

REVISADO Y CORREGIDO.

Esmeralda:

Tal y como sucedía todos y cada uno de los días de semana, escuché unos golpecitos en la puerta de mi habitación a las cinco de la tarde exactas. Aparté de mala gana la mirada del paisaje rural de mi ventana justo para ver como la puerta se abría y por ella entraba Virginia, una mujer adulta de baja estatura, pelo rizado y ojos verdes.

– Va a empezar el horario de visita. ¿Vas a bajar?

– ¿Para qué? – Soné más brusca de lo que pretendía, pero no podía evitar lo que sentía sobre este estúpido tema.

– Vamos, Esmeralda, no puedes rendirte aún... Eres joven todavía, estoy segura de que alguien-

La interrumpí antes de que pudiera terminar la frase.

– Está bien, está bien. Iré. Pero solo para que te quedes tranquila. Las dos sabemos que hoy no será diferente.

Virginia me dedicó una débil sonrisa, seguramente demasiado intimidada ante la situación como para decir nada más. Mascalló que me esperaba en el piso de abajo y se fue cerrando la puerta tras ella.

En parte entendía y agradecía su interés por intentar que no perdiera la esperanza, pero había llegado un punto en el que realmente estaba segura de que no iba a conseguirlo. Jamás sería adoptada.

Las parejas preferían a los bebés y a los niños pequeños para poder pasar la infancia junto a ellos. A nadie le interesaba una chica de dieciséis años retraída y criada en un orfanato perdido a las afueras de Wenatchee. Y era cierto que llegué a aquel lugar solo con cuatro años, pero al principio estaba bajo continua vigilancia médica por mis ataques de pánico debido al estás postraumático. Nadie sabía qué había llegado a ver siendo tan pequeña como para que me dejara ese tipo de secuelas, pero la historia oficial era que iba con mis padres de Seattle a alguna otra ciudad cuando tuvimos un accidente. Encontraron el coche, pero no sus cuerpos. Yo estaba casi muerta cuando llegaron a mí.

Cuando me recuperé psicológicamente de aquel trauma me dio pánico abandonar el orfanato, la única casa que recordaba y en la que me sentía segura. Era una niña tonta e inconsciente, así que cuando trataban de acogerme yo me las ingeniaba para crear problemas y que me dejaran otra vez aquí. Tenía once años cuando entré en razón y quise una verdadera familia que me amara de verdad, por lo que fue muy tarde. Ya era demasiado mayor.

Di un último vistazo a la ventana y me levanté para cambiarme el pijama por unos vaqueros, una camiseta roja y unas zapatillas blancas. Me peiné rápidamente y me permití observarme unos segundos en el espejo, intentando en vano convencerme de que el problema de que esto no funcionara no era yo.

Al final me rendí, salí de mi habitación y bajé al salón de visitas. El lugar favorito para todos menos para mí.

El cuarto estaba lleno de juguetes para que los niños pudieran entretenerse mientras interactuaban con las parejas que buscaban adoptar. Yo aprendí a quedarme en un sillón apartado, leyendo el libro que me hubiera traído Virginia aquella semana de la biblioteca. De vez en cuando algún adulto se me acercaba para hablarme por curiosidad, pero nunca se quedaban por mucho tiempo. Lo entendía, claro. ¿Por qué hablar con una adolescente cuando podías jugar y mimar a un bebé?

La hora de visita se me hizo eterna. Intentaba centrarme en el libro que estaba leyendo, pero las risas infantiles y las charlas emocionadas captaban mi atención más de lo que podía soportar. Seguramente todos esos pequeños iban a encontrar una familia con la que poder ser felices, y yo había desaprovechado mi oportunidad cuando la tuve.

Estúpida niña tonta.

Virginia se me acercó y me interceptó antes de que fuera a subir las escaleras, así que no pude evitarla.

– Siento que haya vuelto a ser así... Pero quizá el lunes que viene-

– No, no importa. No te preocupes. En menos de dos años cumplo la mayoría de edad, así que es normal. Nos vemos a la hora de la cena, ¿sí?

No dejé que me respondiera, subí las escaleras lo más rápido que pude y me encerré en mi habitación. En momentos como este, agradecía que se me hubiese permitido tener un cuanto propio hacía unos años. Siendo sincera, no soportaría tener que fingir una sonrisa durante todo el maldito día.

Me tiré en la cama y me permití el capricho de derramar algunas lágrimas. Luego, no sé en qué momento, me quedé dormida.

Mi nueva vida ~Jasper Hale~ (EN REVISIÓN)Where stories live. Discover now