Mercado Rojo

Compras

Cuando Karou se dirigió hacia la tienda, no se imaginaba que su vida cambiaría por completo al entrar en la misma. Como el supermercado al que acudía habitualmente estaba cerrado, fue a uno que se encontraba dos cuadras más lejos, sospechosamente ubicado en un callejón. sin nombre, sin un cartel anunciante.
Su madre le había pedido que trajera un litro de leche para una torta que tenía que preparar por el cumpleaños de su hijo, el hermano pequeño de Karou.
Al entrar, sintió que algo andaba mal. Podía percibirlo, sin embargo, intentó ignorar aquella situación. Se situó en la góndola de los lácteos, buscó la leche entera y la colocó en el carrito.
Cuando fue a la caja, habían tres personas en la misma, todas silenciosas, pero parecían algo inquietas al mismo tiempo, expectantes. Lo que le llamó más la atención a Karou fue que todos llevaban lo mismo, cuchillas, largas y filosas. Karou se paralizó, la primera mujer de la fila era una joven, de unos veinte y tantos, tenía la punta de la cuchilla rozando su muñeca, apretando cada vez más fuerte, y, de repente... presiona, fuerte, definido, Karou ahogó un grito, y miró a los demás de la sala, nadie hacía nada.
-¿Qué haces?- Le preguntó a la chica, horrorizada. Ella no le contestó. Nadie se comportó como debería. Entonces el cajero, quien estaba tecleando en la caja registradora, toma un pequeño tarro de un cajón lleno de los mismos y lo coloca frente a la mujer. La chica da vuelta su mano y deja caer la sangre en el tarro, gota por gota, hasta que este queda lleno.
Karou estaba aterrorizada, no comprendía qué estaba pasando, así que vuelve a preguntar:
-¿Qué está pasando aquí?- Le pregunta al cajero. De nuevo, nadie responde.
Entonces el empleado cierra el frasco y lo coloca en otro cajón, este hizo que Karou casi gritara del susto, estaba lleno de frascos iguales, repletos de sangre.
Entonces la chica toma del suelo una bolsa, llena de diversos productos, y Karou comprendió, solo algo, de todo esto.
La gente pagaba con sangre. Pero... ¿Qué hace este hombre con toda esta sangre? El segundo cliente, un hombre de mediana edad, hace lo mismo que la anterior, y se repite el proceso con el último, entonces llega el turno de la chica de pelo violeta, quien horrorizada, le dice:
-No voy a pagarte con mi sangre.- Karou estaba firme, decidida.-¿Estás loco o qué?
Y entonces, por primera vez, alguien en esta habitación alza la mirada, y por fin ella le ve la cara, la cual, hubiera deseado no haber visto jamás, gritó como jamás había hecho en sus diecisiete años de vida.
El pálido rostro del cajero estaba repleto de capilares, pequeños capilares color verde que sobresaltaban en un relieve intenso, sus ojos inyectados en sangre, como si estuviera drogado, ebrio, enfermo.
-¿Qué te sucede? ¿Estás bien?- Le preguntó.
-Paga.- Dijo el hombre, con una voz grave, atemorizante.
-Um, claro.- Dijo ella, y tomó de su bolsillo unos billetes.
-No, paga.- Dijo el hombre, tendiéndole una cuchilla.
-¡No voy a pagarte con mi sangre, imbécil!- Le gritó Karou, retrocediendo, pero el hombre toma su antebrazo e intenta cortarle la muñeca, pero ella empuja su puño contra su horrenda cara, lo cual solo causó repugnancia en Karou. El hombre ni se inmutó.
Ella intenta correr, pero entonces, cuando gira el picaporte, no se abrió. Giró, giró y giró, pero no se abría, golpeó el vidrio, gritando:
-¡Ayuda!- Cinco veces aproximadamente.
El hombre la toma del cuello y la empuja hacia tras, entonces Karou forcejea con él, pero no lo logra, se cae hacia atrás intentando sostenerse con un estante, donde había paquetes de yerba. Varios paquetes caen y se abren, pero allí... allí no había yerba.
Sangre. La chica gritó, mirando su mano manchada del líquido rojo. ¿Qué clase de mercado era este? ¿Y si su leche no era lo que pensaba?
Eso no importaba, lo que importaba era salir de aquí. Se levantó, se arrastró a la puerta y la golpeó, lo más fuerte que pudo, lo más posible.
Pero no fue suficiente.
Ese fue el último día en que Karou vio la luz del sol.