CAPÍTULO 2 - Bienvenida a casa

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Los meses habían pasado demasiado rápido y ya nos encontrábamos en la minivan rumbo a Capital Federal, dejando atrás para siempre nuestro hogar natal, que se ubicaba a unos pocos kilómetros de Viedma, en Río Negro.

Mis hermanas aún seguían enojadas con mis padres por haber tomado aquella decisión. Sobre todo, Isabella, quien aquel año se graduaría del instituto y hubiera querido hacerlo con los compañeros de toda su vida. Sumándole, principalmente, que debió cortar con su novio Tom, con quien llevaba más de dos años saliendo. Parece ser que ninguno de los dos creía en las relaciones a distancia.

—Frida, tú no me entiendes porque nunca has estado enamorada —me había respondido cuando le expresé lo mucho que me llamaba la atención verla en ese deplorable estado. Está bien, lo admito: también le dije que podría conseguirse otro.

Es que "Bella", como la forma en que se escribe su apodo lo indica (porque en realidad se pronuncia Bela), es verdaderamente bellísima, en todos los aspectos. Y no lo digo porque fuese mi hermana mayor. Siempre está dispuesta a escuchar a las personas, es extrovertida y simpática. Y, por si aquello resultara poco, tiene el cuerpo de una modelo de Victoria's Secret: es alta, dueña de unas larguísimas piernas, más unas notables curvas que cualquier chica desearía. Sus ojos azules claros hacen un conjunto perfecto con su cabello rubio y ondulado.

Mia, en cambio, recién comenzará la secundaria, pero también sostiene que extrañará muchísimo a sus amigas. Su cuerpo es similar al de Bella, se parecen mucho en cuanto al aspecto físico. Sus rostros son casi idénticos, solo que posee unos ojos más redondeados, y su cabello, en lugar de ondas, cae lacio como una cascada. Además, tiene otras cualidades destacables como su pasión por el deporte. Era la mejor jugadora de tenis de nuestra ciudad, recibió varios premios por ello. Es graciosa, divertida, tierna y muy sociable.

Y después, yo: Frida. Por casualidades o consecuencias de la vida, mi nombre me había predestinado a ser una amante de la pintura. Cada vez que me presentaba a cualquier persona, nunca faltaba el típico comentario: "¿Te llamas Frida? ¡Como Frida Kahlo!". Así es, señores, como la mismísima e icónica Frida Kahlo. Nunca supe si mi afición por el arte habría tenido algo que ver con aquellos pareceres.

Me parezco más a mi madre. No soy tan alta como mis hermanas, ni tan delgada. Y mi cabello es castaño, pues soy más morena. Lo único que compartimos es el color de ojos. Sin embargo, mi cuerpo no es algo que me inquiete. Lo acepto, sin más.

Cabe destacar que soy la hija del medio. Sí, otra vez en esa posición. Al parecer, los extremos no son, ni por asomo, lo mío.

Diferentes como el Sol y la Luna, como el calor y el frío, como la luz y la oscuridad, como el blanco y el negro, así éramos mis hermanas y yo. Ellas dos significaban absolutamente todo lo opuesto a mí. Y quizás por eso es que nos llevábamos tan bien. Supongo que me complementaban. Eran de las pocas personas –por no decir las únicas– con las que congeniaba.


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Sólo faltaban tres horas para llegar a destino y, ya que habíamos salido cerca de la medianoche, decidimos parar en el market de una gasolinera, para poder desayunar.

—Un café con leche y dos medialunas, por favor —le ordené al señor que se encontraba del otro lado del mostrador. Luego me dirigí a la mesa en la que mis padres ya estaban sentados. Seguidamente, llegaron mis hermanas y ocuparon los otros dos asientos vacíos.

—Ha llegado un mail del nuevo instituto —comentó mi madre mientras chequeaba su correo electrónico desde el celular—. En tres días, se realizará una cena allí para todos los alumnos, como celebración por el inicio de un nuevo año escolar —continuó.

Las (des)igualdades de dos corazones rotos [EN CORRECCIÓN] / PAUSADAWhere stories live. Discover now