CAPÍTULO 38

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Jueves, 13 de julio de 2006

La madre

A Dawn Elliot le gustaba salir de noche. Le encantaba el ritual: darse un baño perfumado, secarse el pelo delante del espejo, maquillarse con música festiva a todo volumen, la comprobación final en el espejo de cuerpo entero de la puerta del armario, el ruido de los tacones en la acera al ir a buscar un taxi, la creciente excitación en su pecho. Salir la hacía sentir como si volviera a tener diecisiete años.
            Bella puso fin temporalmente a eso. Quedarse embarazada había sido una auténtica estupidez, pero había sido culpa suya. Era demasiado complaciente. Él era muy sexy. Cuando sus miradas se encontraron por primera vez, él se puso a bailar a su lado para estar cerca de ella. Luego la tomó de la mano y le hizo dar vueltas hasta que se sintió mareada. Ella no dejó de reír. Más tarde, salieron afuera a beber con los fumadores para que les diera un poco de aire. Se llamaba Matt y estaba casado, pero a ella no le importó. Sólo visitaba Southampton una vez al mes, sin embargo al principio la llamaba y le enviaba SMS cada día mientras su esposa pensaba que había ido a buscar algo al coche o que estaba paseando al perro.
            La aventura duró seis meses, hasta que él le dijo que su oficina lo había traslado de la costa sur a la nordeste. Su último encuentro había sido tan intenso que, durante un tiempo, ella se sintió embriaga por la experiencia. Él había insistido en que mantuvieran relaciones sexuales sin condón: « Será más especial, Dawn ». Y - suponía ella - así fue. Pero no se quedó a su lado para enterarse del resultado.
« Los hombres casados nunca lo hacen - le dijo su madre ante su ingenuidad -. Tienen esposas e hijos, Dawn. Sólo quieren mantener relaciones sexuales con chicas estúpidas como tú. ¿Qué vas hacer con el bebé? »
            Al principio, no estuvo segura. Pospuso toda decisión por si Matt reaparecía cual caballero sobre un caballo blanco para iniciar con ella una nueva vida. Cuando se convenció de que eso no sucedería, comenzó a leer revistas sobre bebés y fue deslizándose inadvertidamente hacia la maternidad.
            No lamentaba haber seguido adelante. O no demasiado: sólo cuando Bella la despertaba a cada hora a partir de las tres de la madrugada, o cuando gritaba porque le salían los dientes, o también cuando había que cambiarle el pañal. Esos años no eran como los describían en las revistas, pero los superaron juntas y las cosas fueron mejorando a medida que Bella fue convirtiéndose en una persona y comenzó a hacerle algo de compañía.
            Dawn le contaba a Bella sus secretos y pensamientos a sabiendas de que la pequeña no la jugaría. Cuando estaba feliz, su hija se reía con ella, y cuando lloraba se acurrucaba en su regazo.
            Pero las horas que se pasaba viendo el canal infantil CBeebies y jugando video juegos con el celular no llenaban su vida. Dawn se sentía sola, pero ¿quién estaba interesado en una madre soltera?
            La atraían los hombres casados. Había leído en alguna parte que los hombres mayores representaban una figura paterna y la excitación de la fruta prohibida. La alusión bíblica no la veía, pero sí comprendía bien la mezcla de peligro y la seguridad. Quería encontrar a Matt,aunque no podía permitirse niñeras y a su madre no le gustaba que saliera hasta tarde.
            - ¿Qué haces? ¿Discotecas? Por el amor de Dios, Dawn, mira adónde te llevó eso la ultima vez. Ahora eres madre. ¿Por qué no vas a cenar con alguna de tus amigas?
            De modo que eso hacía. Compartir una pizza hawaiana con Carole, una vieja amiga del colegio; estaba bien, pero no regresaba a casa embriaga por la música y los chupitos de vodka.










Descubrió el chat gracias a una revista de la sala de espera del médico. Bella tenía algo de fiebre y le había salido una erupción, y Dawn sabía que el doctor John, tal y como le gustaba que lo llamaran, charlaría con ella y le prestaría algo de atención. « Le gusto un
poco »,se dijo a sí misma y, en el último minuto, decidió maquillarse. Necesitaba sentirse deseada. Todas las mujeres lo hacían.
            Hojeando una revista para adolescentes con las páginas sucias a causa de docenas de dedos y pulgares, había leído acerca de la nueva escena de encuentros en internet. Se quedó tan ensimismada con el artículo que no se dio cuenta de que había llegado su turno y la recepcionista tuvo que llamarla a voces. Ella se levantó de golpe, tomó a Bella de la zona de juegos con Legos y se guardó la revista en el bolso para luego.
            Su computadora portátil estaba vieja y maltrecha. De hecho, hacía tiempo que la había metido en lo alto del armario, lejos de los pegajosos dedos de Bella. Un tipo del trabajo se la había regalado porque se había comprado otra nueva. Al principio, la utilizó un poco, pero el cargador había dejado de funcionar y ella no tenía dinero para uno nuevo, así que perdió el interés.
            De camino a casa desde la consulta del médico, utilizó su tarjeta de crédito de emergencia para comprar un nuevo cargador.
            El chat era genial. Se deleitaba en la atención de sus nuevos amigos: todos esos hombres que querían saberlo todo sobre ella, le preguntaban por su vida y sus sueños, le pedían fotos, y a los que no echaba para atrás el hecho de que tuviera una hija. Algunos incluso querían saber cosas sobre la pequeña.
           No se lo contó a nadie más. Fuera de internet, nadie sabía lo del chat. Eso era cosa suya.

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