Capítulo 12

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Después de una hora dando vueltas, llegamos al centro comercial.

Cuando entramos por la puerta principal Damián toma mi mano.

—No vayas tan rápido, preciosa. Te puedes lastimar.

Dejo de caminar rápido y recuesto la cabeza en su hombro.
El centro comercial está atestado de personas. Hoy es un día muy concurrido. El lugar es muy grande, cuando entras se ve una estatua enorme de una mujer con una águila con las alas abiertas en el brazo derecho, el cual está alzado, y los ojos vendados. Tiene la mano izquierda en su vientre de forma protectora.

Es bastante alta, el lugar tiene tres pisos y la estatua llega hasta el último. Desde acá puedo vislumbrar a personas caminando cerca del barandilla del tercer piso.

Damián me aprieta más fuerte contra él cuando pasamos cerca de un grupo de chicos de nuestra edad. Lo miro curiosa y él solo se encoge de hombros.

Suelto una risita.

—¿De qué te ríes? —Pregunta apretando los labios.

—De ti.

—¿Te hago gracia? —Damián levanta las cejas.

Asiento y muerdo mi labio inferior. La mirada de Damián se dirige hacia allí.

—Parecías celoso —Digo. —Esos chicos eran muy guapos —Lo molesto.

Damián frunce el ceño y deja de caminar. Me dirige una mirada posesiva.

—Así que son guapos. ¿Te gustaron?  —Aprieta la mandíbula. Creo que sus ojos se han oscurecido.

—Eran dignos de admirar, la verdad —No terminé de hablar cuando Damián ya estaba que echaba humo por las orejas.  Suelto una estruendosa carcajada.

¡Está celoso! 

—Shara —Gruñe con tono se advertencia. —No quiero que mires a otros hombres. Ellos no tienen ninguna oportunidad contigo. Eres mía.

—Yo no tengo dueño —Susurro tragando saliva. Se me han ido las ganas de reír de repente. Ya me había dicho que soy suya y no le había replicado, tengo curiosidad de como se pondría si me le resisto.

Damián se acerca a mi.

—Claro que lo tienes. Y ese soy yo, nadie más —Susurra. Me agarra de la cintura y me besa posesivamente, robándome el aliento. Me ha tomado desprevenida.

Cuando se separa de mi, me siento en otro mundo.

—Que no se te olvide —Dice con esa sonrisa matadora al ver que me ha dejado embobada.

Lo vuelvo a besar al salir de mi atontamiento. Damián me acerca más a su cuerpo de modo que lo puedo sentir en todos los aspectos. Nos separamos al escuchar un carraspeo.

Una pareja de señores están pasando junto a nosotros, el hombre con el ceño fruncido mirando a Damián reprobatoriamente y la mujer con una sonrisa conocedera, como si supiera lo que pensamos.
Debíamos de parecer dos desesperados. Me encogo de hombros.

—¿Quieres un helado? —Pregunta Damián de repente, sin soltarme y con la mirada fija en la espalda de los señores.

—¿Eso se pregunta? —Sonrío. Lo agarro de la mano y empiezo a caminar rápido entre la gente.

—No tan rápido —Gruñe. Río al mirarlo con el ceño fruncido. Le van a salir arrugas pronto.

—Ya no me duele la herida —Hago un puchero. La verdad es que no me duele desde que me puso la pomada la cual solo Dios sabrá de donde la sacó.

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