02 - Ceniciento

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Érase una mujer, casada con un hombre muy rico, que enfermó, y, presintiendo su próximo fin, llamó a su único hijito y le dijo:

"Louis, hijo mío, sigue siendo siempre bueno y piadoso, y el buen Dios no te abandonará. Yo velaré por ti desde el cielo, y me tendrás siempre a tu lado."

Y, cerrando los ojos, murió. El muchachito iba todos los días a la tumba de su madre a llorar, y siguió siendo bueno y piadoso. Al llegar el invierno, la nieve cubrió de un blanco manto la sepultura, y cuando el sol de primavera la hubo derretido, el padre del niño contrajo nuevo matrimonio.

La segunda mujer llevó a casa dos hijas, Taylor y Kendall, de rostro bello y blanca tez, pero negras y malvadas de corazón. Vinieron entonces días muy duros para el pobrecito huérfano.

"¿Este estúpido tiene que estar en la sala con nosotras?" decían las recién llegadas. "Si quiere comer pan, que se lo gane. ¡Fuera, a la cocina!"

Le quitaron sus hermosos trajes, le pusieron una blusa vieja y le dieron un par de zuecos para calzado: "¡Mira el orgulloso príncipe, qué compuesto!" Y, burlándose de él, lo llevaron a la cocina. Allí tenía que pasar el día entero ocupado en duros trabajos. Se levantaba de madrugada, iba por agua, encendía el fuego, preparaba la comida, lavaba la ropa. Y, por añadidura, sus hermanastras lo sometían a todas las mortificaciones imaginables; se burlaban de él, le esparcían entre la ceniza los guisantes y las lentejas para que tuviera que pasarse horas recogiéndolas. A la noche, rendido como estaba de tanto trabajar, en vez de acostarse en una cama tenía que hacerlo en las cenizas del hogar. Y como por este motivo iba siempre polvoriento y sucio, lo llamaban Ceniciento.

Un día en que el padre se disponía a ir a la feria, preguntó a sus dos hijastras qué deseaban que les trajese.

"Hermosos vestidos", respondió Kendall.

"Perlas y piedras preciosas", dijo Taylor.

"¿Y tú, Lou?", preguntó, "¿qué quieres?"

"Padre, corta la primera ramita que te toque el sombrero cuando regreses, y tráemela".

Compró el hombre para sus hijastras magníficos vestidos, perlas y piedras preciosas; de vuelta, al atravesar un bosquecillo, un brote de avellano le hizo caer el sombrero, y él lo cortó y se lo llevó consigo. Llegado a casa, dio a sus hijastras lo que habían pedido, y a Louis, el brote de avellano. El muchacho le dio las gracias, y se fue con la rama a la tumba de su madre, allí la plantó, regándola con sus lágrimas, y el brote creció, convirtiéndose en un hermoso árbol. Louis iba allí tres veces al día, a llorar y rezar, y siempre encontraba un pajarillo blanco posado en una rama; un pajarillo que, cuando el niño le pedía algo, se lo echaba desde arriba.

Cuando Louis tenía 19 años, sucedió que el Rey organizó unas fiestas, que debían durar tres días, y a las que fueron invitadas todas las doncellas bonitas del país, para que Harry -el príncipe heredero- eligiese entre ellas una esposa. Al enterarse las dos hermanastras que también ellas figuraban en la lista, se pusieron muy contentas. Llamaron a Louis, y le dijeron: "Péinanos, cepíllanos bien los zapatos y abróchanos las hebillas; vamos a la fiesta de palacio".

Louis obedeció, aunque llorando, pues también él hubiera querido ir al baile, y así, rogó a su madrastra que se lo permitiese.

"¿Tú, el Ceniciento, cubierto de polvo y porquería, pretendes ir a la fiesta? No tienes traje ni zapatos, ¿y quieres bailar?" pero al insistir el muchacho en sus súplicas, la mujer le dijo, finalmente: "Te he echado un plato de lentejas en la ceniza, si las recoges en dos horas, te dejaré ir." El muchachito, saliendo por la puerta trasera, se fue al jardín y exclamó:

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⏰ Last updated: Oct 02, 2017 ⏰

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