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El World Arena se sentía muy diferente unas horas más tarde de que Sam y yo le mostráramos las entradas a los porteros y tomaron nuestras carteras para revisarlas. Atrás quedaron las mamás y los papás, hermanas y hermanos pequeños quisquillosos, y la camaradería general que llenaba el hockey infantil. Oh no, esto era hockey universitario.

Risas estridentes y ruido llenaron el lugar en una mezcla del azul y oro de la Universidad de Colorado Springs, y el azul y blanco de la Academia de la Fuerza Aérea. Nada como un poco de acción en la ciudad natal para formar multitudes. — ¡Podría ir tras un cadete sexy! —anunció Sam cuando posó los ojos en un cadete desprevenido de la Academia de la Fuerza Aérea por delante de nosotras en la fila de las palomitas de maíz.

—Déjate puestos tus pantalones, Sam. No estoy segura de ti, pero no tengo deseos de vivir la vida como hacen nuestras madres. —O lo hicieron, más bien—. No hay ninguna posibilidad de que yo persiga a un militar.

Ella inclinó la cabeza hacia un lado como si deliberara. —Puede que tengas razón. —Se dio la vuelta con nuestras palomitas mientras llamaba la atención de otro cadete, coqueteando descaradamente—. Por otra parte, no me importaría un pedazo de eso.

Él se quitó su sombrero para ella con una amplia sonrisa, y la tiré hacia nuestra entrada. —No lo hagas. Todo lo que sale de ello son golpes en tu puerta. No vale la pena.

Ella me detuvo en la entrada de nuestra sección y agarró mis hombros. — Ember, no siempre terminan como lo hizo para tu padre. Y no me digas que tu mamá no diría que no valía la pena. No puedes pensar así.

Pero lo pensaba. Volví la cabeza, agradecida de que no fuera una elección que tenía que hacer ahora. —Encontremos nuestros asientos.

Bajamos las escaleras justo a tiempo para la caída de disco, luego nos deslizamos más allá de unos pocos espectadores molestos antes de encontrar nuestros asientos, que eran impresionantes, y totalmente inaccesible.

 —Sam, ¿de dónde sacaste estos boletos? —Nos encontrábamos en la línea azul, a la derecha de la pista de hielo.

 —Jagger. Dijo que tenía unos pocos, y me hizo más que feliz tomarlos.

 —Parece un chico bastante bueno. 

Una sonrisa maliciosa cruzó su rostro. —No lo sé. Quiero decir, él no es tan peligroso para el corazón de una chica como Harry, pero algo me dice que Jagger es un niño malo por derecho propio. 

—¡Harry no es peligroso! —Lancé varias palomitas hacia ella. Me dio una mirada, acusándome de locura.

 —Harry Styles es peligroso para cada mujer a su alrededor, a excepción de ti, eso es. Si lo supiera. 

—Él es un gran peligro para mí. Pero no en la forma que crees. —Mis ojos se clavaron en su cuerpo patinando hacia adelante con el disco en territorio de las Fuerzas Aéreas—. ¿Qué pasa si he decidido que vale la pena el riesgo? —le pregunté en voz baja. 

 —¿En serio? —Su sonrisa podría haber iluminado el estadio—. Creo que esa es la mejor idea que has tenido en, como... ¡Jamás!

 Vertiginosa emoción corrió a través de mí, y en ese momento, era como si estuviéramos en primer año de la escuela secundaria; cotilleando sobre chicos sexys y faltando a clases para que yo pudiera ver jugar a Harry Styles. Excepto que ahora sabía cómo sabían sus besos, cómo se sentían sus manos sobre mi cuerpo, y quería más. Con Harry, siempre quería más. 

 Verlo en el hielo era hipnotizante. Me perdí en mis pensamientos con su deslizamiento de patines, los giros y los cambios. Pasaron diez minutos de partido, y apenas me di cuenta, fascinada por su gran determinación, atraída a todo sobre él. Fue implacable, abriéndose camino entre los defensas para disparar y ¡ANOTACIÓN! Nos levantamos de nuestros asientos, gritando y vitoreando mientras él marcaba y fue engullido por sus compañeros de equipo. 

CambiosWhere stories live. Discover now