I. El castillo.

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02:17 p.m. de un sábado y me encontraba lanzando una pelota anti-estrés una y otra vez hacia al aire, con la simple excusa de perder el tiempo y rogando internamente que alguien me viniera a salvar del aburrimiento. Como si la telepatía existiera y el universo escuchara mis plegarias, el teléfono sonó con una melodía tranquila, rompiendo en pedazos el silencio de la habitación.

-Hey, tonto ¿Qué estás haciendo?- no hacía falta mirar el identificador de llamadas para saber que era la molesta vocecilla de Arabella.

-Veo el techo. Y por la euforia de tu voz y los ruidos de fondo puedo decir que estas con Max ¿o me equivoco?

-¡Oye! Eres un tonto para todo, pero muy bueno adivinado ¿eres brujo o algo así?

-No exactamente. ¿A dónde vamos hoy?

-Una amiga de mamá trabaja subastando propiedades y no hace mucho le contó de un viejo castillo abandonado a las afueras de la ciudad. Iremos antes que sea propiedad privada y nos echen a la cárcel por explorar.

-¿No es prohibido entrar? Digo, si estará en subasta debe estar a nombre de la compañía.

-No lo sé, pero "mientras no hay policías cerca, todo es legal"

Estaba a punto de decirle que en la vida real esa frase no funciona, pero la bocina de un oxidado auto me interrumpió, miré por la ventana y, evidentemente, eran los chicos.

-Cariño, ponte suéter que hace frío- dijo Max con una risa de fondo, sacando su cabeza por la ventana tal cual perro.

-Tu nombre no ayuda mucho, Maximiliano y el hecho de sacar la cabeza por la ventana solo empeora las cosas.- le grite desde la ventana de mi habitación.

-Cállate y sube, zorra- era Bella, sacando su cabeza de la ventana en los asientos de atrás.

Negué entre risas y me voltee para tomar mi celular y las llaves.

-Mamá, voy a salir con los chicos a ver un castillo abandonado o algo así, vuelvo para la cena.

-Está bien, ponte suéter, Brayner que hace frio.

-Lo mismo dijo Max.

-Lo sé, creo que toda la ciudad lo escuchó.- dijo mamá entre risas.

Tomé el suéter del perchero de la entrada y me dirigí al auto. Éramos un pequeño grupo de amigos, tan solo tres: Max, Arabella y yo; juntos desde jardín de niños.

El resto del camino fue de aproximadamente media hora, media hora en la que sufrí con chistes tontos, olor a pizza y comentarios de humor negro. Mi madre siempre ha dicho que soy la «oveja blanca» del grupo, en estos momentos me doy cuenta de que tiene razón. Max parqueó el carro a la orilla de un espeso bosque.

-¿Y el castillo?- Pregunté, solo faltaba que fuera mentira y me trajeran para vender mis órganos.

-Si... olvidé mencionarte que debemos entrar al bosque.

Y ahí estaba la sonrisa conquistadora de Arabella, odiaba esa sonrisa, siempre conseguía lo que quería.

-Vamos, no seas niña y entra con nosotros, que no te comerá el lobo. – dijo esta vez Max.

-Supongo que no tengo opción ¿Cuánto debemos caminar?

-Pues, según escuché, es casi un kilómetro dentro del bosque y una vez estemos lo suficientemente profundo veremos el castillo desde cualquier punto.

-¿Y por qué el castillo no se ve desde la carretera?- preguntó Max con una voz cargada ligeramente de temor, vaya, parece que por primera vez teme por su vida.

Dentro del CristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora