Uno, dos y fin.

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...

Frente a mí había una cerca de metal. Era alta, pero no lo suficiente para impedir que escapase de aquel rincón sin salida. Soy muy ágil, debo admitir.

Con algo de fé, tomé impulso y salté. Y una vez traspasado el cerco, corrí como nunca antes lo había hecho; buscando un lugar en el que pudiera esconderme lo antes posible, después de todo, Nathan y su séquito me embarrarían en pintura si lograban poner sus manos sobre mí.

Jadeante, busqué al rededor cualquier lugar accesible, topándome finalmente con un pasillo cuya única salida eran los baños.

Probé en girar la manija, mientras mis nervios se encargaban de hacer mis manos temblar  —después de todo había corrido... ¿cuánto? ¿Media maratón?— Sí... Era probable.

La manija giró y empujé la puerta. Sonreí ante tal milagro, pues usualmente todo ya estaba vacío y cerrado a esa hora.

Una vez dentro, decidí encerrarme en el último de los cubículos, dónde permanecí sentado sobre la tapa del inodoro, esperando en silencio, hecho una bolita mientras sujetaba mis bellas piernas fuertemente con los brazos.

El ruido de la puerta principal abriéndose alteró mis nervios. Sentí como una corriente fría invadía verticalmente mi hermosa espalda.

Mis ojos se abrieron cual vista de lechuza y escondí la parte inferior de mi rostro entre mis brazos para silenciar el ruido que hacía mi respiración.

Uno, dos, tres, cuatro, cinco pasos. Aquella persona se estaba acercando dramáticamente.

"Tengo miedo", fue lo que escuché en mi cabeza.

Ví una sombra acercarse revisando cada uno de los cubículos del baño. Y no pasaron más que unos cuantos segundos de tensión para que mi estúpido cuerpo gimiera del miedo.

Tapé mi boca inconscientemente y finalmente la puerta de mi cubículo se abrió con lentitud, permitiendo que la tenue luz del baño ingresara e iluminara mi rostro.

Entonces una figura alta de mirada fría se posaba frente a mí. No era Nathan precisamente, pero no sabía si aquello era bueno o todo lo contrario. Era alto y delgado, pero intimidante, vestía de negro hasta tapar su cuello y su mirada parecía querer asesinarme.

¿Se llamaba Trevor? No estaba seguro. Solo sabía que era uno de los amigos de Nathan, y se paraba frente a mí, con los brazos cruzados y una expresión tan amenazante haciendo contraste con el foco brillando atrás de él.

No soltó palabra alguna, mientras yo aún abrazaba mis piernas fuertemente, con la boca enterrada entre mis brazos, rezando mentalmente para poder escapar de esta.

Escuché cómo la puerta principal de los baños se abría nuevamente.

—¡Trevor! —reconocí la voz de Nathan al instante— ¿Qué pasó? ¿Pudiste encontrarlo? —preguntó exaltado.

Trevor giró la mirada hacia Nathan, con los oclayos bien abiertos en un gesto inocente.

Yo no podía observar a Nathan, pues estaba en pleno esfuerzo de borrar mi existencia de aquel lugar, mientras que Trevor cerraba lentamente la puerta de mi cubículo y respondía:

—No. Revisé cada baño, pero parece que no está.

Permanecí quieto y esperé atónito. Aquello era increíble: ¿Por qué ese extraño sujeto me estaba ocultando de Nathan?

El sonido de una superficie metálica provocó eco en el baño. Di un leve salto, suponiendo a la vez que se trataba de Nathan golpeando una de las puertas —Ese idiota... —masculló por lo bajo—. ¡Ese idiota! —gritó furioso.

Intenté mantener la risa. Desde donde me encontraba podía imaginar el rostro de Nathan perdiendo perdiendo los estribos mientras fruncía el ceño y se alborotaba la cabellera rubia de la impotencia.

—¡Es todo, Trevor! —exclamó haciendo una leve pausa— ¿Nos vamos? O, es que acaso... ¿tienes ganas de cagar?

Escuché cómo los pasos de Nathan se alejaban hasta la puerta de salida, mientras que aún podía ver las zapatillas deportivas de Trevor desde el inodoro sobre el que estaba sentado.

—Adelántate —dijo finalmente.

Y desée tal vez no haberme involucrado.

En sus marcas, listos, ¡ya!Where stories live. Discover now