CAPÍTULO II

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(Cupido)

Llegaba diez minutos tarde. Ya sabía que había exigido puntualidad, pero simplemente por el hecho de que era YO quien debía hacer esperar a las señoras. No solo por no ser yo quien tuviera que esperar, sino también porque cuanto más esperas al objeto deseado, más atractivo te parece y con más ansias lo deseas, aunque te cueste admitirlo. Era así de sencillo. Un aplauso para mí, ladies.

Cuando entré por la puerta del Café Bulgaria, el camarero, que estaba detrás de la barra, me saludó con la cabeza mientras secaba las copas. Yo le copié el gesto y me dirigí hacia las mesas del fondo como de costumbre, comprobando si había alguna mujer sola en alguna de las cabinas. Normalmente solían sentarse al fondo por temor a ser vistas solas o a que las vieran después conmigo. Hipócritas.

Conforme me acercaba al fondo del bar empecé a preocuparme. No había ninguna mujer sola. Comencé a notar cómo me subían los ardores por el cuello, e intenté dominar mi rabia. ¿Pero quién se creía que era haciéndome esperar? ¿A mí? ¡Qué pérdida de tiempo! Se iba a enterar una vez recobrara mis poderes esa maldita mortal...

Me di la vuelta para marcharme y me quedé congelado.

En la puerta, justo en el umbral, con su figura recortada contra la tenue luz que todavía entraba de la calle, estaba ella.

O eso suponía, porque no había otra mujer sola en todo el local y porque algo dentro de mí me lo decía. Esa es la piva, tío.

Se quedó quieta, como un fantasma. Llevaba el pelo mojado y aplastado sobre la cara; las gotas de lluvia le resbalaban por ella y caían por su cuello. Llevaba un vestido negro ceñido, y el agua no había hecho más que ceñírselo todavía más a las caderas y los pechos. Mmm... No estaba nada mal, justo como me gustaban a mí, jugositas y pechugonas. Durante unos instantes disfruté de esa visión, sonriendo a medias.

No me dio tiempo a verle bien la cara, tan solo pude advertir que por sus mejillas corría un río de tinta negra. En el momento en que se percató de mí y en que la observaba de pie al fondo del bar, salió volando a toda prisa hacia el baño.

Me quedé de pie, helado. ¿Y ahora qué? ¿Era ella entonces? ¿No era ella?

Espera, ¿por qué me latía el corazón tan fuerte, como si fuera a salírseme del pecho? ¡Era la primera vez que notaba latir mi corazón! ¡Oh dioses, pero si tenía uno de esos!

En fin, que me sentí un poco raro después de que ella saliera corriendo. Todo mi cuerpo había comenzado a temblar, aparentemente sin motivo alguno. Empecé a notar una debilidad que me recorría por completo y el corazón comenzó a bombearme a mil por hora, hasta el punto de que parecía que se me iba a salir por la boca. Nunca en mi vida me había dado un ataque cardíaco porque pensaba que carecía de tal aparato, pero estaba seguro de que eso era lo que en ese momento me iba a pasar. Me agarré fuertemente a uno de los bancos del bar, mi otra mano en el pecho. ¡Respira, respira! No te ahogues, no te ahogues... Inhalar... Exhalar... Inhalar... Exhalar... ¡Por Zeus todopoderoso, siéntate, Cupido, y relájate!

—Lo siento —escuché decir una voz suave a mi lado.

Todavía no había podido tranquilizarme del todo, y cuando alcé la vista la sensación de pánico volvió a apoderarse de mí.

Se había lavado la cara y recogido el cabello en una coleta, y me miraba con unos ojos enormes y dorados, tristes. No pude ver otra cosa. Mientras ella seguía allí de pie, expectante, yo no era capaz de articular palabra, me sentía enfermo.

—Perdona por haber llegado tarde. Verás, a última hora no he podido coger mi coche, no arrancaba... Así que pensé en llamar a un taxi, pero me dijeron que tardaría quince minutos todavía. Al final he venido en autobús... Y la parada estaba a dos calles. He venido lo más rápido que he podido, sé que me dijiste que no tardara, de verdad que lo siento. Soy Alma.

CASTIGO DIVINO [A LA VENTA EN AMAZON]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora