♦ MIÉRCOLES. Nos quedamos en el departamento. Como todos mis amigos no iban a clases ese día, preferí no aventurarme demasiado. Debían estar en pie de guerra buscándome. Al menos es lo que imaginé. David y yo casi no cruzamos palabra. Claro que estuvo buena parte del día durmiendo. Yo me la pasé frente a la tele. Por suerte ahora hay programación matutina.
De cualquier modo, salí un rato hacia el mediodía. Me dolía la cabeza hasta la punta del pelo y además tenía que ir de compras: el refrigerador no se había llenado sólo durante la noche. No quise despertar a David. Esculqué su chamarra y encontré un billete de cien francos todo arrugado, al fondo de uno de sus bolsillos.
Cuando estuve en la calle, tal vez porque la gente tenía un aire de felicidad, o por el sol, tuve la impresión de estar escapando de una pesadilla, como si David nunca hubiera existido. Estuve a punto de irme, no sabía a dónde, pero irme. Sólo que al pasar frente a la vitrina de una tienda descubrí un cartelito amarillo pegado con cinta adhesiva: S.O.S. DROGA. NO ESTÉ SOLO, y había un número de teléfono. Creo que por eso me quedé.
En la tienda de abarrotes, compré una lata de fabada, jugo de naranja, y crema; me encanta. En el momento de pagar, sentí ganas de hacerle un regalo a David, para reconciliarme con él, para que volviera a ser chistoso. Así que le compré una bolsa de dulces, caramelos suaves, por lo de sus muelas.
Cuando abrí la puerta, lo ví hecho bola en un extremo del sofá. Tenía las rodillas apretadas bajo la barbilla. Le ofrecí la bolsa de dulces:
–Ten –murmuré– es para ti...
Ni siquiera volteó. Su cuerpo entero temblaba. Se veía enfermo, como alguien que tiene gripe. No abrió la boca.
Puse los caramelos suaves junto a él, y me senté en el sofá para mirar la tele. Hubiera querido que habláramos, pero él no podía. Estaba llorando. No dejaba de llorar, en silencio. Creo que mi cuenta se daba. Debía dolerle todo. Todo. Entonces abrí el bote de crema y metí mi dedo en él. ¿Qué más podía hacer?
En la tele había unos anuncios. Precisamente uno contra las drogas. Ése en el que al final el muchacho tira el sobrecito al WC, y jala la cadena. Luego en la pantalla aparece escrito en letras grandes: La droga es pura basura.
“¡Caray, se les pasa la mano!”, gritó Elnopapá el día que descubrió este anuncio mientras se comía su bistec frente a la tele.
“¡Hay niños mirando la televisión a estas horas!”
Elnopapá nunca entendió nada de nada.
Oí que David se reía a carcajadas. Volteé a verlo. Murmuró algo entre el llanto, pero no logré entenderlo.
–¿Que dices? –pregunté en voz baja.
No contestó. Siguió llorando; llorando y temblando. No durmió en toda la noche. Cada vez que me despertaba, lo oía revólveres en sus sábanas, mascullando palabras incomprensibles. Respiraba muy agitado. Al amanecer, cuando me levanté, estaba sentado sobre la cama, bañado en sudor. Tenía la camiseta empapada y la mirada pérdida. Me entró pánico y, precipitándome hacia él, le tomé la mano:
–¿Qué tienes, David? ¿Quieres que llame a un médico?
–Ne...necesi...to... la... droga... –dijo con dificultad.
Pensé fingir que no había entendido, pero ¿que caso tenía?
–¿Ya no tienes? –le pregunté.
¡Como deseaba no estar allí!
Y añadí:
–¿Quieres que vaya a conseguírtela?
–Di...ne...ro... si no... ya no... va... a querer...
¡Cómo hubiera querido que papá tocará la puerta!
–Te voy a traer dinero, David.
Surgió una luz en su mirada. Señaló el teléfono. Lo recogí del suelo y lo puse sobre la cama. Con su mano temblorosa, marcó un número, pero se equivocó y volvió a empezar dos veces. Alzó el auricular hasta su oreja. En un suspiro, murmuró:
–Soy David... Ven...
Y dejó caer la bocina. Tomé mi chamarra que estaba sobre la silla. Cuando estaba en el quicio de la puerta, me llamó:
–Roxana...
Pero no dijo nada más. Salí a la calle.
¡Como me hubiera gustado que me dijeras una vez más que era bonita! ♦
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Un pacto con el diablo
RandomRoxana ha vuelto a pelear con el esposo de su madre así que decide irse a vivir con su padre. Cuando todos duermen huye de su casa y desde un café le llama, pero sólo contesta la fría voz de la grabadora: "...estaré fuera de la ciudad, deje su mensa...