El lazo roto

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- Cuando seamos mayores me voy a casar contigo -La seguridad con la que pronunció aquellas palabras, hizo reír a Natalia. Pero Marcos siguió con sus planes de futuro.

- Sí, viviremos en un chalet y tendremos perro porque a los dos nos gusta lo mismo.

- Marc -así solía llamarlo Natalia - ¿No crees que para eso queda mucho? Además yo no quiero ser tu novia. Ya te lo he dicho muchas veces.

Pero aquel muchacho de pelo castaño y rizado se volvió hacia ella muy serio y la cogió de la mano con timidez.

- Pero Nata si yo te quiero mucho ¿por qué siempre me dices que no? Yo sé que tú y yo estamos hechos el uno para el otro. Toma, esta pulsera es para ti y esta otra para mí. La he hecho yo para que veas que te quiero de verdad.

Eran unas preciosas pulseras de plástico hechas a base de hilos. Su nombre lo había tejido de colorines con mucho mimo, como a ella la gustaba. La niña rubia le observaba sin perder detalle de aquel momento con aquellos ojazos azul celeste. Aquellas profundidades oscuras destilaban amor verdadero, era tan sincero que la asustó. ¿Por qué aquel niño tan bueno quería estar con ella? Siempre había sido antipática y desagradable con él desde el primer día que se conocieron. Sus madres solían tomar café juntas y al regresar de la escuela, solían bajarlos al parque a jugar. Los dos niños terminaban siempre discutiendo por su culpa, Natalia no entendía que Marcos prefiriese jugar con ella a sus amigos. Lo consideraba muy plasta.

- Pues porque no -reafirmó la niña una vez más. Pero se guardó la pulsera en uno de sus bolsillos.

- Pero ¿por qué no? ¿Yo no te gusto? -El niño la miraba fijamente con cierta tristeza en sus ojos. Al ver aquello Natalia sintió que los remordimientos se retorcían dentro de ella. Nunca supo muy bien por qué lo hizo, pero creyó era mejor demostrarle lo mala persona que era para convencerlo que alguien como él, no podía querer a alguien como ella. A sabiendas del daño que le iba a hacer, le respondió con maldad:

- Aunque fueras el último niño de la tierra, jamás sería tu novia. Y ahora déjame en paz. Toma tu pulsera, no la quiero.

La niña se alejó y lo dejó allí apenado y solo, sin más compañía que las pulseras. Fue la última vez que se dirigieron la palabra. A los pocos días, Natalia se enteró que Marcos se mudaba a vivir a otra parte. A su padre lo habían traslado de ciudad. No se atrevía a decirle lo mucho que lo extrañaría, su maldito orgullo hacía que lo ignorase en cada encontronazo.

Un buen día, su madre al abrir el buzón encontró la pulsera en su interior y se la dio a su hija extrañada:

- Mira Natalia, alguien te ha dejado esta pulsera. Pone tu nombre.

La niña la recogió y se asomó a la ventana que daba al parque. Marcos estaba allí de mudanza con sus padres. De pronto, sintió una congoja terrible y rompió a llorar. ¿Qué había hecho? ¿Por qué le había destrozado el corazón tan cruelmente? Se dio cuenta demasiado tarde que lo amaba. Su ausencia, había dejado un vacío terrible en ella.

Natalia apagó el despertador y miró somnolienta a su marido. Estaba dormido plácidamente a su lado. Contempló su viril rostro. Había tenido mucha suerte en el amor, Sergio era el mejor esposo y amante que podía haber encontrado. Cuando se fijó en ella, Natalia no podía dar crédito que alguien tan guapo y tan bueno pudiese querer estar con ella. Pero no pensaba desperdiciar otra oportunidad, esa vez no. Había tenido la suerte de encontrar a otra persona que la besara el alma, así que se rindió al amor. Y allí estaba ella felizmente casada y con dos niños.

Se levantó y fue hasta su armario. Sacó una caja de cartón y la abrió. Allí estaban sus recuerdos de infancia. Sacó la pulsera y se la puso en su muñeca. Era muy infantil pero eso no era relevante. La llevaba con la esperanza de encontrarle y saber de él. Si al menos pudiese disculparse... podría hacer las paces con su pasado. Los remordimientos seguían allí latentes como el primer día.

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