ÉPOCA DE CENSURA

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Tantas cosas que empiezan y acaso acaban como un juego. Supongo que a Yoongi le hizo gracia encontrar el dibujo al lado del suyo, se podría decir que lo pensó como una casualidad o como un capricho y solo la segunda vez se dió cuenta de que era intencionado y fue ahí cuando lo miró despacio, incluso volvió más tarde a ese lugar para mirarlo de nuevo, tomando las precauciones de siempre, por ejemplo, la calle en su momento más solitario, en época de dictadura eso significaba cuando se asomaba el toque de queda en la ciudad, por ende nadie podía estar fuera de sus casas, ni ningún carro en las esquinas próximas y la precaución más importante: acercarse a la pared con indiferencia y nunca mirar los graffitis de frente sino desde la otra acera o en diagonal, fingiendo interés por la vidriera de al lado.

El juego de Min Yoongi, aquel rubio que habitaba en un mundo de censura, había empezado por aburrimiento, no era en verdad una protesta contra el estado de cosas en la ciudad, el toque de queda ya mencionado, la prohibición amenazante de pegar carteles o escribir en los muros. Simplemente le divertía hacer dibujos con tizas de colores (no le agradaba el término "Graffiti", lo atribuía al arte y no se creía un artista) y de vez en cuando iba a verlos y si tenía suerte, asistía a la llegada del camión municipal y a escuchar todos los insultos inútiles y agresivos que soltaban los empleados mientras borraban los dibujos. Poco les importaba, por no decir nada, que no se tratara de dibujos políticos, la prohibicion de hacerlos abarcaba cualquier cosa, y si algún niño se hubiera atrevido a dibujar una casa o un perro, lo mismo los hubieran borrado entre palabrotas y amenazas. En la ciudad ya no se sabía demasiado de qué lado estaba verdaderamente el terror; quizá por eso le divertía tanto a Yoongi dominar su propio miedo y cada tanto elegir el lugar y la hora apropiada para hacer un dibujo.

Yoongi nunca había corrido peligro porque sabía elegir bien, y sentía en su interior que en cada trazo que realizaba en las paredes, cabía la esperanza. Miraba desde lejos su dibujo y podía ver cómo la gente también le echaba una ojeada al pasar, nadie se detenía por supuesto pero nadie dejaba de mirar el dibujo, a veces tenía diferentes matices, o criaturas extrañas, pájaros o figuras enlazadas. Una sola vez escribió en las paredes una frase, con tiza negra: A mi también me duele. No duró dos horas, y esta vez la policía en persona la hizo desaparecer. Después solamente siguió haciendo dibujos.

Cuando Jimin realizó un dibujo, lo hizo al lado de uno que había realizado Min Yoongi, lo que le provocó al último un miedo particular, debido a que el peligro se volvía doble, y sintió por primera vez que alguien además de él se animaba a divertirse al borde de la cárcel o algo peor, la tortura y posterior muerte.

El rubio no podía saber quién era exactamente, pero sabía que había algo diferente a lo que él estaba acostumbrado a dibujar: un trazo, una predilección por las tizas cálidas, un aura. Vagaba solo por las calles y admiraba esos dibujos, sintió miedo por aquel muchacho que se arriesgaba como lo hacía el y por dentro esperó que no lo volviera a hacer.

Tuvo ganas de echarse a reír, de quedarse ahí delante de los policías como si fueran ciegos o idiotas, cuando volvió a ver otro dibujo al lado del suyo.

Empezó un tiempo diferente, más sigiloso, más bello y amenazante a la vez. Yoongi descuidaba su empleo y salía a cualquier hora con la esperanza de sorprender al muchacho haciendo uno de sus dibujos, y él volvió a escoger una calle para realizar uno de los suyos. Volvió a vagar por la ciudad al alba, al anochecer, a las tres de la mañana. Pasaba por tantas emociones juntas que se contradecía constantemente. Sentía unas ganas indescriptibles de encontrar al chico dibujando, de entender por qué lo hacía al lado de sus dibujos y preguntarle si era consciente que el país se encontraba en un golpe de estado, que la libertad de expresión estaba censurada y que el graffiti estaba considerado vandalismo, y más en esos tiempos violentos.

Una noche vió otro dibujo, lo había hecho con tizas rojas y azules en una puerta del garaje, aprovechando la textura de las maderas carcomidas, y expresaba un descontento sin igual: Esto no es normal.

Supo en su interior, que aunque no conociese a Park Jimin, había sido él, el trazo, los colores, pero además sintió que esa frase era una manera de llamarlo, de decirle como se sentía vivir en un mundo así, y que eso le dolía. Yoongi volvió al alba, después que las patrullas comenzaron a sonar, y en el resto de la puerta escribió una frase dedicada a esta persona desconocida, intentando hacerla sentir bien: Está bien, vamos, cuando diga un, dos, tres, olvídalo.

Esa noche escapó de una pareja de policías y en su departamento bebió ginebra tras ginebra y le hablaba al desconocido en voz alta, aunque no pudiera oírlo. Le dijo a Jimin todo lo que le venía a la boca como otro dibujo sonoro, otro puerto con velas, le imaginó un nombre, lo imaginó con la piel blanca y el pelo negro, lo imaginó silencioso y con ojos tristes, le eligió los labios y el resto de la textura del cuerpo y lo quiso un poco.

Casi enseguida se le ocurrió que el chico buscaría una respuesta, que volvería a escribir una frase o hacer un dibujo como Yoongi volvía a los suyos, y aunque el peligro era cada vez mayor para ambos después del atentado en el mercado se atrevió a acercarse al garaje, a rondar la manzana, a tomar interminables cervezas en el café de la esquina. Era absurdo porque el muchacho no se detendría después de ver su dibujo, y cualquiera de los hombres que pasaban por ahí podrían ser el que dibujaba al lado de sus dibujos. Al amanecer del segundo día elegió un paredón gris y dibujó dos alas desangrándose, dando la impresión de que costaría volar en ellas, y abajo escribió: Tal vez nunca pueda volar. Desde el mismo café de la esquina Yoongi podía apreciar el paredón (ya habían limpiado la puerta del garaje y una patrulla volvía y volvía rabiosa), al anochecer se alejó un poco, eligiendo otros puntos de mira y se desplazaba de un sitio a otro, comprando pequeñas cosas en una tienda para no llamar demasiado la atención.

Ya era una noche cálida y cerrada cuando oyó la sirena y los proyectores lo enceguecieron. El amontonamiento junto al paredón lo había confundido demasiado, y apenas pudo cobrar la noción de lo que estaba ocurriendo, corrió contra toda sensatez y solo lo ayudó el azar de un auto dando la vuelta a la esquina y frenando, lo que dió lugar a que Yoongi se escondiera y pudiera ver lo que estaba ocurriendo. Allí estaba, el muchacho que había compartido sus dibujos, sus sentimientos y su dolor. Por fin podía ponerle rostro, saber cómo era, qué tamaño tenía, lo suave que se veía su pelo y lo cálida que parecía su piel. Aunque no sabía su nombre, ese chico era Park Jimin.

Min Yoongi vió como el chico luchaba contra todas sus fuerzas, su pelo negro estaba siendo tironeado por manos enguantadas, los puntapiés y los alaridos, recodaría por siempre la visión entrecortada de unos pantalones azules antes de que lo golpearan, lo tiraran en el automóvil y se lo llevaran.

Nunca más se supo de él.

Mucho después (era horrible temblar así, era horrible pensar que eso pasaba por culpa de su dibujo en el paredón gris) se mezcló con otras gentes y alcanzó a ver un esbozo en azul, miraba el paredón y se lo imaginaba, creando los trazos en naranja y dejando el dibujo dedicado exclusivamente para él, pero que los policías habían borroneado antes de llevárselo para siempre; quedaba lo bastante para comprender qué había querido decir con todas esas respuestas a sus dibujos, quizas era una forma llena y hermosa de decir sí, siempre o ahora.

Lo sabía muy bien, le sobraría tiempo para imaginar los detalles de lo que le podría ocurrir a Jimin en el cuartel central, aunque no sabía ni su nombre. En la ciudad todo eso rezumbaba poco a poco, la gente estaba al tanto del destino de los prisioneros, de las muertes, de las torturas, del olvido. Y si a veces volvían a ver a uno que otro, preferían no verlos y que se perdieran al igual que la mayoría, en ese silencio que nadie se atrevía a quebrar. Yoongi lo sabía de sobra, que esa noche la ginebra no ayudaría mas que a morderse las manos, a pisotear las tizas de colores antes de perderse en la borrachera y el llanto.

Volvió a abandonar su trabajo y daba vueltas por las calles, miraba fugitivamente las paredes y las puertas donde él y el muchacho habían dibujado. Todo limpio, todo claro; nada, ni siquiera una flor dibujada por la inocencia colegial de alguien.

No se pudo resistir y un mes después se levantó al amanecer y volvió a la calle del garaje. No había patrullas, las paredes estaban perfectamente limpias; un gato lo miró cauteloso como si supiese qué estaba tramando el rubio. Llenó la madera con una roja llamarada de reconocimiento y de amor, y envolvió su dibujo en una frase que gritaba: Donde hay esperanza, siempre hay dificultades.

Se fue lentamente, ya seguro, y con el primer sol durmió como no había dormido en mucho tiempo.

[ GRAFFITI ] FF YOONMINWhere stories live. Discover now