Capítulo 1 - Parte 1

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—¡Ten más cuidado! —exclamó un furioso tendero.

—¡Lo lamento! —se disculpó Quius Lightfeather apretando los dientes y rascándose la cabeza.

Había tropezado con el puesto de aquel maniático y casi había tirado una cesta de manzanas, pero rápidamente había reaccionado y había impedido el desastre. Muchos de los mercaderes de la zona tenían mal genio y solían meterse con los recién llegados, en especial los que monopolizaban la zona. Quius no era un frecuente en ninguno en particular, pero tampoco era un recién llegado.

Había nacido y crecido en Emberyard, y sabía cómo debía moverse por el mundo del comercio. Su padre había sido un hábil vendedor de convincente literatura y agudo oído. Muchos recordaban todavía los días en que venía con su bolsa colgada al hombro, con la cabeza gacha pero la mirada atenta. Los mercaderes de la época temblaban en cuanto le veían aparecer, y algunos murmuraban improperios al ver cómo se desenvolvía. Por desgracia, se había hecho mayor y ya no frecuentaba el mercado.

Quimron Lightfeather pasaba el día en la granja, viendo sus árboles crecer y leyendo libros. Para una persona de su edad era raro hacer ejercicio y estar en tan buena condición física como él. Quius había conocido a algún que otro elfo de avanzada edad con ligeros rasgos atractivos, pero la mayoría estaba demasiado débil como para preocuparse en qué sensaciones despertaban en las jóvenes.

También conocía a muchos elfos de su propia quinta que jamás habían salido del poblado, y que llevaban unas vidas muy aburridas trabajando para sus padres. Aunque él también obedecía a los encargos de su padre y a las peticiones de su madre, Quius pasaba la mayor parte de su tiempo en los bosques, con un arco en la mano y una flecha en la otra.

Era forestal desde los diez años. Sus padres habían necesitado el dinero y habían aprovechado la situación del reino elfo para ingresar a su hijo a las fuerzas armadas. A día de hoy, era un hábil arquero y un diestro espadachín. Feyly, su hermana, solía echarle en cara que no pasaba el tiempo suficiente para jugar con ella. Utilizaba excusas infantiles incluso ahora en sus veinte años, tres años antes de cumplir la mayoría de edad, para ocultar su verdadero motivo, y es que se ponía de los nervios cuando Quius partía a entrenar con los demás forestales.

La situación en las tierras elfas parecía más tranquila de lo que en realidad era: la guerra había acabado, y los bosques habían dejado de temer la llegada de los poderosos orcos, o el avance de los ahora asentados enanos, que les habían dejado mantener sus árboles. Quimron solía decir que lo habían hecho porque eran conscientes de lo hábiles que eran los elfos con la madera, mientras que los enanos eran unos maestros del acero y del fuego. Quius jamás dudaba de la palabra de su padre: para él, toda opinión política, toda frase que soltara era una verdad absoluta. Adoraba escuchar a aquel hombre hablar y hablar durante horas con viejos amigos de la familia, o reñir a su hermana recordando cuando él mismo le había hecho enfurecer. Su madre era una bellísima persona, pero había veces en las que los dos no estaban de acuerdo, y Quimron enfurecía y ponía orden.

A pesar de la paz que se respiraba entre los árboles, Feyly temía que algo malo pudiera pasarle a Quius. Él siempre se acercaba a la menor a acariciarle la cabeza y decirle "no olvides quién te saca cien años; creo que podré cuidarme sin ti". Feyly se picaba siempre, salvo una vez que había reconocido que tenía razón. Quius había pensado que se trataba de un acto de madurez, pero en realidad, sólo había intentado cambiar de estrategia.

Cambió la bolsa llena de comida de mano y siguió andando mientras veía a la gente pasar. Como llevaba allí toda la vida, era muy frecuente encontrarse con algún conocido, pero tenía la impresión de que cada día, muchos se iban para dejar paso a otros. Tampoco se le daba especialmente bien hablar con los demás: tenía amigos como todo el mundo y conocidos de la escuela, de cuando era pequeño, pero ciento veinte años de vida eran mucho tiempo: las únicas personas que siempre habían estado ahí, y que persistían en su vida, eran su padre Quimron, su madre Taniah, su hermana Feyly y...

—¡Ah! —exclamó Quius cuando sintió un tirón de pelo. Apretó los dientes y esperó toparse con algún guardia por el reciente incidente, pero al girar la mirada lo mejor que pudo, encontró un par de ojos azules y profundos demasiado femeninos como para pertenecer a un guerrero.

En eso, por supuesto, se equivocaba.

—¿Pasas por mi lado sin siquiera saludarme? —preguntó la mujer apretando el agarre. —¡Quius! —exclamó imponiendo todavía más respeto y haciendo que Quius se rindiera y asintiera.

—Lo siento. —dijo por fin, suspirando.

La chica le soltó y Quius la miró a los ojos por fin. Conocía muy bien aquel rostro jovial, aquellos rasgos inamovibles y lisos por siempre, aquella mirada atenta y desconfiada, y aquellas orejas puntiagudas que nunca había podido acariciar.

—¿Qué haces aquí, Aelerae? —preguntó arqueando una ceja.

Aelerae Leafmourn esbozó un gesto con su mano enguantada y dio varios pasos hacia él para reducir nuevamente la distancia. Puso uno de sus dedos sobre los harapos de Quius y le mostró sus dientes.

—Deberías darte un baño. —le aconsejó Quius cuando un hedor llegó a sus fosas nasales. Tosió y recibió un golpe en el brazo por su osadía.

—Una dama siempre está estupenda. —dijo Aelerae cruzándose de brazos y girando la cabeza enfurruñada, pero sonrojada. Estaba claro que venía de hacer deporte, porque vestía el cuero negro y marrón habitual de los forestales, así como una capa de lino verde y una diadema que recogía su cabello sucio pero rubio.

—No has respondido a mi pregunta. —insistió Quius.

—¿Quién me obliga a hacerlo? —quiso saber la bella elfa dignándose a mirarlo nuevamente. —¿Qué haces tú aquí, ¿eh?

—¿Yo? —le mostró la bolsa que llevaba. —Recados.

—Entonces, sigue con ellos. —pasó por su lado para dejarlo con sus quehaceres, pero Quius la cogió de la mano para detenerla. Aelerea se sonrojó nuevamente y quitó sus dedos con brusquedad para mirarlo a los ojos. —¡No seas pesado, Quius! Me esperan en el campamento de entrenamiento. Me parece muy bien que hayas cogido unos días libres para ocuparte de tus padres y de tu hermana, pero no intentes retenerme a mí. —sonrió. —Además, creo que quien realmente necesita un baño eres tú. —y le dio la espalda caminando con seguridad y estando siempre alerta.

Quius no se atrevió a replicar. Aelerae era una amiga que había conocido veinte años después de ingresar en la hermandad de los forestales. En la época, había oído grandes proezas acerca de la mujer y se había prometido que serían amigos. Por un tiempo, había olvidado incluso que tales proezas databan de muchos años. Había logrado llevarse un chasco el día que le habían comunicado que Aelerae Leafmourn era una experimentada forestal de cuatrocientos años.

Tragó saliva y la observó marchar. Siguió con su camino y pronto abandonó el mercado para emprender la desviación que lo llevaría de vuelta a casa. 

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⏰ Last updated: Oct 22, 2017 ⏰

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