Mariposas de neón

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Las nubes desfilaban a través de la ventana, de vez en cuando alguna rezagada tapaba al sol haciendo que místicos rayos se colaran por sus entrañas. Yo, que siempre había sido tan ocioso y constantemente necesitaba ocupar mi tiempo en algo, ahora me veía condenado a pasar las horas contemplando el pedazo de cielo que podía ver desde mi cama. Siempre había sido la típica persona que vivía el presente sin pensar en las consecuencias de sus actos. Solo ahora me daba cuenta de que mi actitud arrogante y egoísta me había llevado a esta cárcel, en la que lo más entretenido de la soledad era distinguir los cúmulos de los nimbos, o los estratos. Una lágrima se derramó por mi mejilla al evocar el ayer, y me maldije por haber estado tan ciego y haber cometido tantos errores.

La multitud de peatones transitaban por la estación de Shibuya, cruzando como si fueran un rebaño de ovejas sincronizadas. Yo iba acelerando el paso y esquivando con maestría al conglomerado de personas. Con rapidez, pasé al lado de la famosa estatua de Hachiko. La noche pronto acecharía, seducida por sensuales luces de neón. Esa idea me excitaba, estaba ansioso por su llegada. Aquel sábado tenía ganas de despejarme, olvidarme de todo. Ser un universitario japonés de veintidós años podía llegar a ser muy agotador, sobre todo cuando tus padres te presionaban para ser perfecto, estudiando una carrera que no te gustaba. Mientras me esforzase en mantener mi media, ellos no podían recriminarme nada. Cada fin de semana podía ser totalmente libre y desatarme. Sin embargo, lo que ocurrió a continuación fue la gota que colmó el vaso, un vaso lleno de un licor emponzoñado. Mis miedos e inseguridades estaban anestesiados, igual que mi sentido común.

¿Qué recuerdo antes de que mi vida cambiara? Retazos, solo pedazos inconexos: la gente bailando, el escote de una chica, una mano acariciando su piel, la otra deslizándose por su espalda desabrochando su sujetador, su sonrisa, su boca recorriendo mi cuello, un puñetazo... -puede que de su novio-, una pelea en la calle, en medio del asfalto... tres segundos después un impacto de un coche, y por último la policía y las ambulancias. Apenas evocaba lo ocurrido, pero antes de perder el conocimiento vislumbré a una joven con un kimono azul. Ella me contemplaba, compasiva. No supe el motivo, pero me llamó la atención que su cabello oscuro estaba recogido con un broche en forma de mariposa. Las luces de neón se reflejaban de una manera extraña en él. ¿Quién era aquella muchacha? ¿La conocía de algo? Eso fue lo último que pensé antes de desvanecerme en el inframundo de mi alma.

Así cambia una vida impregnada de desdichas con olor a alcohol... No quise escuchar mi interior y la vida me golpeó, encerrándome entre rejas.

Seguía admirando la ventana, pero desvié la vista al ver entrar a una enfermera. Era muy guapa, debía de tener unos años más que yo. Ese día no había mucha actividad en el hospital, por eso su sonrisa fue como un bálsamo milagroso, mejor que cualquier medicina. Me preguntó cómo me encontraba. Daría cualquier cosa por poder decirle que estaba bien con mis propios labios, pero seguían sin reaccionar desde hacía semanas, y tampoco pude indicarle con gestos. Mi cuerpo yacía inerte encima de la cama, igual que un cadáver. Los médicos lo llamaban «síndrome de enclaustramiento». La angustia se había apoderado de mí al haberme sentido incapacitado. A lo largo de los días no había tenido otra opción que resignarme, los expertos me daban pocas esperanzas de recuperación. No había peor prisión que mi propio cuerpo; mi única manera de comunicarme era mediante pestañeos. Le respondí afirmativamente con mis párpados. Ella volvió a sonreír y después prosiguió con la rutina, cambiando la vía por la que me alimentaba. Nunca imaginé que añoraría tanto las comidas que preparaba mi madre, aquellas que engullía a gran velocidad, sin saborear, por las prisas. Debía de ser patético, pero había tenido que destrozarme para darme cuenta de la importancia de los pequeños detalles. Observaba la manera en que ella aferraba mi mano, pensando que me gustaría poder devolverle el apretón.

¡Levántate y vuela! (Muestra)Where stories live. Discover now