Ya nada importaba

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Los últimos rayos de luz del sol apenas lograban escapar de la oscuridad de las densas nubes que sobre ellos se cernían. Prometían una tempestuosa tormenta, que comenzaría dentro de nada. No era como si eso importase.

El viento apenas comenzaba a alborotar las ramas y hojas del espeso follaje que les rodeaba, digno a lo que se acercaba. A pesar de esto, no hacían ruido. Probablemente las dríadas no querían perturbar la impasible tranquilidad que inundaba el lugar.  Quizás entendían y sentían lo que ambos sufrían.  Tampoco era como si eso importase.

El silencio era enigmantemente ensordecedor. La absoluta calma resultaba inquietante. El viento evitaba totalmente a quienes ahí se encontraban. Un enorme vacío los apartaba de la realidad. O, tal vez, la realidad estaba atrapada dentro. No se puede decir con precisión. Y no es como si eso importase.

Absolutamente nada en este Universo importaba, cuando ella estaba tirada en el suelo, agonizando, al borde de la muerte. Más muerta que viva. Y él, impotente, no podía hacer nada para impedirlo. Se limitaba a observar cómo la vida se le escapaba lentamente. Tortuosamente.

-¿Qué tienes?-, preguntó ella, al ver que las lágrimas descendían por su rostro, desenfrenadas. Impetuosas. Se negaba a aceptar lo que estaba sucediendo. Ella probablemente ya ni siquiera sentía dolor.

-Nada, princesa. ¿Ya te he dicho lo mucho que te amo?-, debía mantenerse firme por ella. Como pudo, intentó sonreírle.

-Sólo como un millón de veces al día-, intentó bromear con él, como si estuvieran en medio de una conversación ordinaria. En un día ordinario. De esos de los que claramente jamás volverían a tener. Como si nada importara. Tal vez, ella también quería que el último recuerdo que él tuviera de ella, no fuera tan distinto a los demás. Tal vez, él quería que sus últimos momentos fueran lo más ordinarios posible, como siempre. No se puede saber con exactitud. Y no es como si eso importase.

-No es suficiente. Te amo-, se odiaba a sí mismo. No encontraba una manera de empezar a despedirse de ella, sin evidenciar su desesperación.

-¿Me abrazas?-, la situación sólo empeoraba.  Como pudo, la acunó entre sus brazos, tratando de evitar lastimarla más de lo que ya estaba.

-Sabes que no me tienes que preguntar por algo así-, era inútil ya intentar salvarla.  Si tan solo se hubiera interesado más por todo lo relacionado a los mortales, podría hacerlo. Pero ni siquiera todo el tiempo a su lado le hizo considerar algo parecido.  Ahora se estaba agotando tan serenamente que era lacerante. Le quemaba por dentro.

-¿En qué piensas?-, inquirió, como si fuera ajena a todo lo demás. Tratando de distraerse y también a él de lo inevitable. Él sólo pudo atinar a hacer exactamente lo mismo.

-En lo fascinantes que son los Midgardianos y sus culturas tan distintas. Me encantaría conocer mucho más sobre ellos-, a ella siempre le deleitaba tener ocasión de exponer todo lo relacionado a su mundo a él, ya que normalmente nunca admitía lo mucho que le interesaba. O, tal vez, era porque la manera en que lo hacía era especialmente cautivante para él. Justo en ese momento, no era como si eso importase, porque indiscutiblemente sería la última vez que lo hiciera.

-Como parte del curso "Se llama La Tierra, no Midgard", iremos mañana al cine, a ver la que sea que sea la película que suene más interesante, ¿está bien?-, intentó ignorar la punzada de dolor que le recorrió el cuerpo entero, al oírla decir eso. Ella ya sonaba mucho más... relajada. Se estaba rindiendo.

-Está bien. Sólo porque hoy es tu cumpleaños, y sé que mi regalo para ti, no será suficiente-, irónico, ¿no? Morir el mismo día que había nacido. Él se había encargado de que ese cumpleaños fuera el mejor en toda su vida. Al menos hasta ahora, porque evidentemente el siguiente sería más impresionante. Y aún faltaba la última parte. No era como si eso importase, porque ya nunca se lo podría dar.

Y comenzó a llover. No hizo ademán alguno de cubrirse a sí mismo del agua. Y tampoco a ella. Sabía lo mucho que ella adoraba las formas humanas... tan sencillas.

-Dame un beso-, realmente era única. Razón por la que en primer lugar se enamoró de ella. -Es mi cumpleaños, tú lo has dicho-, continuó, al ver que él no había respondido. Y eso simplemente terminó por romperlo. Le dio un largo beso en la frente, mientras acariciaba su cabello. Como una especie de promesa de que ya todo estaría bien. Qué gran mentira. Igual que definitivamente todo en su vida. Todo, excepto ella. -¿Qué se siente saber que aunque me lo habías prometido, me mentiste?-, se separó de ella y la miró, interrogante. Posiblemente le estuviera echando en cara lo incapaz que había sido de protegerla. El le había jurado que no permitiría que nada malo le pasara, y mira dónde estaban. -Hace mucho tiempo me prometiste que me amarías por toda la eternidad-, ella ya había aceptado su destino. Él jamás perdonaría. Ni a sí mismo ni a nadie.

-Te mentí-, le concedió, sin pensar. Su reacción le habría resultado por demás adorable, si no pasara nada en ese momento. Si nada importara. Pero sí importaba. -Una eternidad no sería ni de cerca suficiente-, volvió a inclinarse, y esta vez la besó en los labios. Ella de inmediato le correspondió. Lo hizo por quién sabe cuánto tiempo, pero no es como si importara, porque dejó de devolvérselo.

Se había ido. Y con ella, se había llevado su corazón.

Él gritó y lloró de dolor y furia. De impotencia. De culpa. Arrojó sin más el anillo que le daría al volver del recorrido por todos los reinos. Lo quería hacer como en Midgard se acostumbraba.

Y entonces el tiempo pareció detenerse de verdad. Ya nada importaba, si ella no estaba ahí, para hacer que cualquier tontería valiera la pena. Si ella ya no estaba junto a él.

Ese día, él se volvió el monstruo frío y sin sentimientos, sin corazón y desalmado que todos creían que era.

Mataría a quien alguna vez llegó a llamar Padre. Eliminaría a quien alguna vez consideró su hermano, pues en parte había sido culpa suya, por no haberle dicho que el reino aún no era lo suficientemente seguro para pasearse por él. Tomaría cada uno de los Nueve reinos, y los sometería. Destruiría a las tres que tejían el destino. Y, finalmente, la recuperaría.

La haría su reina, y todo lo que ella quisiera, él se lo daría. Yggdrasil entero se arrodillaría ante ella.

No iba a fallarle de nuevo. No esta vez.

Ya nada importabaWhere stories live. Discover now