3. La propuesta

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Después de unos cuantos días fríos, por fin el clima había cambiado un poco y les había regalado un precioso día soleado, tenían una hora libre y todos habían aprovechado para salir a las áreas verdes a asolearse.

Hilal estaba tumbado en el pasto que quedaba frente a su salón, tenía los brazos detrás de su cabeza y observaba con tranquilidad el cielo, imaginando las formas de las pocas nubes que se formaban arriba de él. El sol cubría completamente su cuerpo, sin embargo, todavía se sentía una brisa fresca muy propia de la temporada y hacía que el calor que llenaba su cuerpo no llegara completamente a sus heladas manos, siempre era así en la temporada de frío.

Hilal siempre aprovechaba sus manos heladas para molestar a Alejandro, cuando su amigo estaba distraído le metía las manos heladas por debajo de la camisa por su espalda. El chico de ojos verdes se quedaba sin aliento cada vez que sucedía esto, Hilal solo reía mientras su amigo intentaba recobrar su respiración alejándose de él lo más rápido posible maldiciendo a sus espaldas.

Era uno de esos días en que Badir se había llevado a Alejandro lejos del alcance de Hilal y en ese momento se sentía agradecido, puesto que ese día en particular Alejandro parecía una pelota de energía que no dejaba de molestar a sus amigos.

Repentinamente Hilal escuchó risas y gritos provenientes de la cafetería y unos momentos después apareció Badir a lo lejos corriendo con una guitarra en sus manos. El chico se acercó a toda velocidad con una sonrisa radiante en el rostro.

—Guárdala por mí unos momentos, en seguida vuelvo por ella— Badir dijo con agitación en la voz, le dejó en el regazo la guitarra y se echó a correr en dirección opuesta.

Al parecer Badir lo había vuelto a hacer, seguramente le robó el instrumento a algún chico nuevo solo para molestarlo.


Hilal se enderezó y se sentó en el pasto con las piernas cruzadas, acarició la madera del instrumento, siempre le había parecido que la guitarra era el instrumento más hermoso de todos. Pasó una de sus manos por las cuerdas y la hizo sonar suavemente, sonrió ante el hermoso sonido que emitía.

— Nunca pensé que tocaras algún instrumento musical —se escuchó a una voz grave decir frente a él.

El chico levantó la mirada y observó al Sr. Priego parado con los brazos cruzados por fuera de las áreas verdes, su sonrisa torcida y sus ojos cálidos lo observaban fijamente.

—Yo... no... Solo me encargaron la guitarra por un momento— Tartamudeó Hilal levantando torpemente la guitarra sin saber qué hacer con ella entre sus manos.

El Sr. Priego rio suavemente y atravesó el pasto dirigiéndose hacia Hilal sin quitarle la vista de encima, el corazón del chico se aceleraba al igual que su respiración, sin embargo intentó tranquilizarse respirando profundamente y alejando su mirada del elegante andar del Sr. Priego.

Cuando el subdirector llegó hacia donde estaba el chico, se arrodilló frente a él y tomó la guitarra que involuntariamente Hilal le tendía en su dirección. El Sr. Priego la tomó entre sus brazos acomodándola sobre el regazo, acarició dulcemente la curva de la guitarra con su mano izquierda mientras observaba a Hilal con una mirada extraña.

Hilal lo observaba embelesado, la forma en como tomaba la guitarra entre sus brazos, encajando perfectamente en su cuerpo, esa mano que paseaba por la curvatura del instrumento, podía imaginar su cadera siendo tocada de la misma forma con ese cálido y firme tacto.

El chico no podía creer que realmente estuviera pensando en algo así, se removió un poco en su lugar intentando librarse del incómodo pensamiento.

El subdirector posicionó su mano derecha en los trastes de la guitarra y tocó algunos arpegios que no pertenecían a ninguna canción. Hilal observaba con atención como movía sus manos de forma ligera y elegante, casi no podía creer que sus movimientos fueran tan delicados, tomando en cuenta de que sus manos eran grandes y pesadas. Tocaba la guitarra suavemente y a la vez con agarre firme, como si tuviera un cuerpo entre sus brazos, un cuerpo como el suyo probablemente, un suave jadeo salió de sus labios ante la idea.

La melodía que salía de la guitarra era hermosa e hipnótica, Hilal desvió su mirada hacia los ojos del subdirector mientras este último observaba fijamente los labios del chico. Solo en ese momento que la mirada del subdirector se encontraba ocupada en otro lugar, pudo observarla con mayor atención, el iris de sus ojos color miel tenía en las orillas una pequeña sombra marrón que intensificaba su mirada. Y a pesar de que su mirada era cálida, se podía distinguir una sombra de dolor que lo atravesaba.

— ¿Te gusta cierto? — Le preguntó en voz baja el Sr. Priego sin quitar la mirada de los labios de Hilal.

— Sí — Respondió el chico un poco sin aliento.

— Se nota en tu cara de cachorrito — Murmuró suavemente el profesor, colocando en su rostro esa sonrisa torcida tan característica de él.

Inmediatamente Hilal fue consciente de sí mismo, se encontraba con los ojos muy abiertos, sus mejillas sonrojadas y sus labios entreabiertos, su expresión era la más pura y sorprendida inocencia, rápidamente se volteó hacia otro lado intentando recobrar compostura.


El Sr. Priego rio entre dientes, deteniendo su hipnótica canción, ahora se encontraba mirando los ojos de Hilal que seguían observando hacia otro punto intentando recobrarse.


El subdirector se movió y con el dorso de su mano acarició suavemente la mejilla del chico. Hilal se quedó paralizado ante el toque cálido de aquel hombre, la piel del Sr. Priego era suave, muy distinta al de sus palmas duras y firmes.

El chico dirigió la mirada hacia los relucientes ojos miel del subdirector, sintiendo como se sonrojaba aún más y su pulso se disparaba oprimiendo su pecho, sin embargo, se negaba a desviar la mirada, era la primera vez en mucho tiempo que estaban así de cerca. Hilal podía sentir la energía que emanaba de ellos, algún tipo de fuerza que hacía que se acercaran un poco más, ahora sus rostros solo estaban a centímetros de distancia.

— Si te interesa aprender a tocar guitarra ven a verme al Instituto de Música de la Rosa a las seis de la tarde — El subdirector acortó la distancia entre ellos, colocando sus labios cerca del oído del chico —. Te estaré esperando.

El Sr. Priego dejó la guitarra a un lado de Hilal, con un movimiento elegante se levantó y se marchó hacia su oficina.

El chico se quedó sentado en el pasto con la respiración acelerada y la mirada fija en el andar del subdirector, sintiendo en su sonrojada mejilla el hormigueo que le había dejado el tacto del Sr. Priego. Elevó una de sus manos frías y se acarició la piel donde había sido tocado.

«¿Ahora que se supone que debería hacer?» Se preguntó melancólicamente.

Enloqueciendo por mi profesor de músicaWhere stories live. Discover now