Capítulo 7

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Tras la cuarta jarra de cerveza perdí la cuenta de lo que había bebido. No me gustaba la cerveza, pero me había bajado con la cartera medio vacía y era lo único que podía permitirme.

El hijo de puta de Connor siempre se entrometerá en mi vida. Nunca me dejará ir. Estaba condenada a que nuestras vidas se entrelazasen por el matrimonio de mi madre con él. Aunque si supiera toda las aficiones que tenía, lo más seguro es que acabaría abandonándolo. Pero ella sería infeliz y sería por mi culpa.

Connor tenía razón.

Siempre es culpa mía.

Pedí otra jarra de cerveza. Me la bebí de un trago. Quería beber hasta que en mi cuerpo no hubiera otro líquido que no fuera alcohol. Si seguía bebiendo, iba a acabar vomitando. Pero no me importaba. Necesitaba más. Beber para olvidar.

Siempre me había funcionado.

¿Por qué tenía que aparecer justo cuando intentaba rehacer mi vida? Siempre hacía lo mismo, joder. Es como si supiera cuando soy feliz y viniera a mí porque él es el único que puede hacerme «feliz» a su modo retorcido y terrorífico.

Cuando me marché a Princeton pensé que ya no podría hacerme más daño porque estaba a cientos de kilómetros, y a pesar de todos mis esfuerzos por mantenerlo alejado de mí, siguió acercándome. Si incluso cuando me mudé a Nueva York, lejos de Washington D.C, mentí a mi madre dándole una dirección diferente de mi apartamento para que ni siquiera ella supiera donde vivía realmente y así evitar que Connor pudiera venir de sorpresa y seguir jodiéndome la vida...

Pero ahora Connor tenía que venir a la ciudad por trabajo y todo volverá a empezar de nuevo. Y mi madre sin darse cuenta de nada...

Ella vivía en su mundo de luz y color, yendo de tienda en tienda con sus nuevas amistades, más preocupada en pintarse las uñas y cuál es el restaurante que está de moda que en lo que sucedía bajo su mismo techo... Intenté decirle la verdad millones de veces, decirle lo que ese... cabrón se atrevió a hacerme, pero no podía.

Por Connor.

Enjugué la lágrima con rabia que recorría mi rostro, sintiéndome desgraciada, miserable, hundida. Miré mis dedos que tamborileaban sobre la barra, concentrándome en cualquier otra cosa que no fuera en mis pensamientos. Porque no quería pensar en la habitación de mi niñez, cuando Connor venía a visitarme cada noche de madrugada.

Tenía calor. La música que sonaba en el bar hacía que siguiera el ritmo con la cabeza. Pensé en ponerme a bailar junto a un hombre que no dejaba de mirarme al final de la barra, pero tenía miedo de echar todo lo que había tomado si me movía demasiado. Y me pedí otra jarra. Y bebí. Luego me pedí otra. Y no paré de beber hasta que mis pensamientos se volvieran borrosos, hasta que Connor quedó apartado de mi mente durante unas horas.

Me sobresalté cuando alguien colocó su mano sobre mi hombro. Ladeé la cabeza, encontrándome con unos preciosos ojos verdes.

—Hunter. ¿Cómo sabías que estaba aquí? —intenté no arrastras las palabras, pero fracasé. Había bebido tanto que a la hora de hablar era como si tuviera la lengua dormida.

—Iba hacia tu casa cuando te he visto aquí sentada —dijo con una afable sonrisa. Tomó mis manos y las acarició con suavidad—. ¿Estás bien?

No. No estoy bien.

Nada en mi vida está bien.

—Sí —forcé una sonrisa—. Todo bien.

—Entonces ¿por qué bebes de ese modo?

—Yo... —sus ojos delataron su preocupación, y eso me inquietó. Porque si Hunter descubría la verdad, acabaría alejándose también, y no podría soportar que Connor volviera a ganar—. ¿Y a ti qué coño te importa? —gruñí—. ¿No decías que no repetías con ninguna?

Ni se te ocurra Where stories live. Discover now