Las lágrimas de desesperación pueden conllevar a un sentimiento de protección

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André se asomó de detrás de un muro que estaba a punto de caer, y vio a Camille dándole la señal de que se apresurase. Sintió los pies ajenos pisándole los talones y rezó a todos los dioses cuyo nombre recordaba.

¿Cuándo los soldados los habían encontrado? Habían sido tan silenciosos como era posible, pero tal vez no era suficiente. ¡Claro, esas personas pensaban que podían quitarles sus derechos! ¿En qué mundo esto era permitido?

Tuvo que respirar hondo para poder relajarse y Camille lo sostuvo del brazo derecho, corriendo. Él sintió una inmensa envidia por ella, porque tenía experiencia en la catástrofe. Ella sabía bien qué hacer y cómo actuar, pero André se sentía a punto de desfallecer, con el corazón en la boca y los ojos saliendo de sus cuencas.

De repente, Camille se detuvo y miró a ambos lados. Con ella de guía, André se adentró en un callejón donde antes jamás hubiera pensado en entrar, y ambos se agazaparon detrás de la pared. Ella dirigió su mirada hacia André un momento, con el ceño fruncido.

—No vas a ganar nada temblando de pies a cabeza, André —farfulló y le sujetó el hombro, con fuerza—. Tu respiración seguro se escucha fuera del callejón, así que intenta calmarte. ¿Sí? Saldremos de esta y nos iremos de la ciudad. Tú sabes más que yo de este país, ¿cuál es la ciudad que queda al sur?

André intentó calmarse, pero sus ojos estaban aguados. Sí, era un cobarde, pero uno lleno de ira. Entre tartamudeos, le respondió a Camille. Ella asintió varias veces y murmuró algo en un idioma que a él le resultó desconocido, pero parecía ser una lengua europea. Los pasos de los soldados se desviaron hasta que ella no los escuchó más.

En cambio, André no se dio cuenta, porque su pulso le palpitaba en los oídos con tal fuerza que apenas podía respirar. Intentó aliviarse, pero por más que lo hacía no podía. ¿Por qué? ¿Qué había hecho antes?

—Yo no merezco esto —susurró, con cierto dolor en la voz. Se cubrió el rostro con ambas manos—. No lo merezco, Camille. ¿Por qué me atacan soldados que deben de defenderme?

Camille no supo qué hacer en ese momento, porque no tenía respuestas para ello. ¿Por qué? Ella tampoco sabía, solo le habían explicado cómo sobrevivir, no a encontrar las razones de por qué debía de adquirir sentido de supervivencia.

—Cálmate —murmuró, acariciando su cabeza. Incluso se dio la libertad de quitarle la gorra y enredar los dedos en el cabello rizado de André, que combinaba a la perfección con su piel canela y ojos rasgados—. No lo sé, André. Y no quiero saberlo, porque estoy igual de aterrada que tú.

Ella atrajo a André entre sus largos brazos, con fuerza. Hundió el rostro en su cabello sucio y grasoso, por esto él pudo sentir los latidos acelerados del corazón de Camille. Se sintió impactado, y cerró los ojos antes de corresponder el abrazo.

Los sollozos casi inaudibles de Camille apenas llegaron a sus oídos, y eso fue suficiente como para estrujarle el corazón con fuerza. ¿Cómo una mujer tan fuerte, podía llorar? André se sintió perdido, para él, ella era la representación del poderío y la firmeza. ¿Qué tan perdidos estaban si la persona más fuerte que había conocido, estaba hundida en lágrimas, al igual que él?

Las gotas saladas se deslizaron por la mandíbula de Camille y cayeron en la cabeza de André. Y ambos se sumergieron en una creciente desesperación que pudo más que el instinto de supervivencia de ella y el orgullo de él. Se abrazaron y sufrieron a dueto, con una melodía de desesperación que arropó a ambos como la ola más grande jamás vista.

—Me cansé, André —murmuró Camille, con el dolor tatuado en su tono ronco que antes era imponente. Pero ahora solo mostraba desesperación—. Abandoné la milicia de mi tierra para buscar paz. ¿Por qué nos han metido en esto?

—No tengo idea —titubeó André, entre hipidos. Alzó un poco el rostro para poder mirar a Camille, y las lágrimas se resbalaron entre sus labios. Sintió el salado sabor invadir su boca—. Si tú no tienes la respuesta... ¿cómo la voy a tener yo, Camille?

Los mechones rubios de Camille se deslizaban encima de su pañuelo, y ella tenía los ojos cerrados. Entonces, sus sentidos parecieron agudizarse como los de un gato, su cuerpo se tensó por completo.

Cuando André estuvo a punto de decir algo, ella le colocó una mano en la boca e intentó regular su respiración, pero el llanto se seguía deslizando como siseos entre sus dientes. Siquiera ella podía controlar un remolino tan intenso.

—Se acercan —susurró, con pesar—. Se acercan, André...

Las palabras en español de Camille fueron interrumpidas por una lengua brusca con muchos sonidos hechos por su garganta, ella dejó de abrazar a André. Él se puso de pie, refregándose los ojos y ella lo colocó contra la pared, para protegerlo.

André, en lugar de sentir su orgullo lastimado, se sintió afortunado de que alguien en medio de esa situación quisiera protegerlo. Porque se sentía más seguro con la corpulenta Camille ayudándole a sobrellevar aquella situación.

Ella se sentía afortunada de haber encontrado a André, porque él representaba para ella lo que creyó perdido. Porque todos en el mundo demostraban indiferencia hacia la guerra y el maltrato, porque ya nadie lloraba y ningún hombre gustaba de demostrar sentimientos.

Para ella, André era la imagen pura de la humanidad en el sentir, por el simple hecho de que le hizo recordar que fue educada para sobrevivir, no para saber por qué debía de hacerlo. Así que se decidió a mantener con vida a quien le había devuelto tanto, porque eso era lo único que podía hacer por él.

—Cuando yo te diga, vas a correr hacia la calle cinco de este distrito —murmuró en su oído—. No te preocupes por mí, porque quiero devolverte el favor.

André estaba confundido, pero asintió ante las órdenes de Camille. ¿Qué había hecho por ella, aparte de ser un pesar para su supervivencia? Antes de irse, sintió como ella le besaba la frente y le acariciaba el cabello una vez más.

—¿Qué hice por ti, Camille? —preguntó, en un murmullo con voz nasal, los hipidos todavía se sentían en su tono—. No he hecho nada importante para ti.

Ella esbozó una sonrisa y le dio un leve tirón de cabello, negando un par de veces con la cabeza.

—Me has recordado que igual tengo que ser humana.

Después de esto, empujó a André para que corriera en dirección a la calle cinco. Camille salió en vía contraria. André miró hacia atrás mientras corría, y le dirigió un último vistazo. Ella, con su altura imponente y su cuerpo corpulento, digno de un soldado.

Esa fue la última vez que André supo algo de Camille Kolzov, la extranjera que le había salvado la vida en dos ocasiones.

Antes de perecerWhere stories live. Discover now