Capítulo 20

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Capítulo 20:

Si ya era placentero verla cunado se desplazaba de un lugar a otro en la casa, verla cuando dormía, era cosas que solo se le otorgaba ver a dioses. Tanta hermosura no era digna de ver por cualquier mortal y él, él era uno de los mortales afortunados.

Abrió la puerta con delicadeza para no despertarla con algún ruido. Entró viendo a medias ya que la luz estaba apagada y se dirigió hacia la cama donde yacía la chica dándole la espalda.

—Ámbar, ¿estás despierta? —susurró tocándole en hombro.

Silencio fue lo que recibió como respuesta. No supo si la chica le había escuchado o no. Se dedicó a dar la vuelta para poder quedar de frente a la chica y poder verla al rostro.

—¿Ámbar? —la miró fijamente, a pesar de la oscuridad pudo ver que tenía abiertos sus ojos.

—Ayúdame, Simón... —susurró con la voz quebrantada.

—¿Qué pasa? —preguntó alarmado —Pequeña, ¿qué te sucede? —su tono de preocupación era lo único que sobresalía en sus palabras.

—Simoncito... —se abalanzó sobre él y lo abrazó con fuerza, con miedo a que se fuera. Pero tal cosa no sucedió, él la abrazó igual o con más fuerza que ella.

—Chiquita, me estás preocupando, dime qué te pasa, por favor —le acariciaba los cabellos. Se sentía mal. Desde mucho tiempo atrás se sintió de esa forma, pero verla a ella tan indefensa y tan débil lo hacía sentir peor de lo que ya venía. Pero en esos momentos, ¿a quién le importaba cómo se sentía él? Ahora solo importaba esa rubia de ojos azules que le rogaba en ese abrazo que no huyera de su lado.

—Perdóname. Lo siento mucho, Simón —podía sentir las calientes y cortantes lágrimas de ella introducirse por su camisa hasta hacer contacto con su piel.

—No llores. No lo hagas —juntó sus frentes y cerró los ojos mientras susurraba: —. No llores, me haces sentir mal. No llores, no te mereces llorar por nada, cariño...

No esperaba ser tan meloso o tan cariñoso con ella, pero es que no era algo que pudiera soportar. Algo dentro de él le decía que debía y tenía que decirle cosas lindas, porque ella las necesitaba, porque ella se las merecía. Simplemente porque ella se merecía su amor incondicional, ¿Por qué? Porque la amaba.

—No me dejes, no te vayas de mi lado —le susurraba aún con los ojos acristalados y la voz partida en mil pedazos —. No te vayas de mi lado, aunque yo me vaya del tuyo...

Ella era consciente de las cosas que de su boca salían. Pero no salían ni de su boca, salían de su corazón, de su destrozado corazón, necesitado de amor, de amor verdadero. Aunque eso para ella no existiera. Porque de existir amor verdadero no existirían las malditas bodas sin amor. Porque de existir esa cosa a la que su corazón se aferraba tanto, ella no se hubiera casado y no estuviera sonriendo por amargura a cada momento. No. Ella sonreiría porque se sentiría feliz. Lloraría de felicidad y no de remordimiento y de miedo combinados. Si existiera el amor verdadero, ella estaría feliz en un noviazgo con un chico que la amara y la respetara de verdad. Un chico como Simón.

—No me iré, te lo prometo. Te lo juro —le acarició las mejillas con sus pulgares —. Pero por favor, dime qué te pasa, no me tengas así. Te lo ruego —en ese momento, ya no le era posible contener las lágrimas, y ellas mismas se ocupaban de demostrar eso.

—Te lo voy contarٞ todo. Sabrás todo a cerca de mí. Te lo prometo —le susurró sobando ella también las mejillas del chico.

—Entonces... —le sonrió como pudo —. Estoy para escucharte.

—Pero no hoy. Hoy solo quiero descansar a tu lado, quiero que me acompañes también esta noche, quiero que me abraces y no me sueltes por ningún momento —entonces no era consciente de lo que decía. Solo lo decía —. Duerme abrazado a mí como si fuera el último día. Abrázame y no me sueltes.

—Ten por seguro que cumpliré todas tu ordenes al pie de la letra —le sonrió con un poco de diversión.

Se sentía mal aprovecharse de la situación, pero ¿qué más podía hacer? El sentimiento de la culpa quedaba aterrado entre tanta felicidad que le provocaba el dormir de aquella manera con la chica. La abrazaría hasta el último segundo de la noche.

¿Cómo le demostraría que la amaba? ¿Cómo le demostraría su amor? Al menos esa noche, durmiendo con ella de la forma en que se lo había pedido. Durmiendo de la forma en que él anhelaba, durmiendo mientras le transmitía todo su amor a través de un abrazo. Aunque dormir no fuera un término que él utilizaría, ya que no lo haría bien. ¿Qué haría esa noche? Posiblemente pasar despierto observándola dormir. Posiblemente amándola más a cada minuto perdido.

Ambos se acomodaron sobre la cama y dentro de las sabanas. Estar juntos era lo que más deseaban. Él, se acomodó de una forma donde ella quedara cobijada con sus fuertes brazos. Le gustaba aquella sensación que recorría su cuerpo. Le gustaba tenerla así.

—Descansa muy bien, mi rubia favorita —le besó la frente con cariño.

—¿Sabes? Pienso que soy la única rubia que conoces —sonrió acurrucándose en su pecho.

—Y por eso eres mi favorita, cariño —sonrió él también. Sentirla acomodada como gatito en su pecho lo ponía nervioso, tan nervioso que le encantaba.

—Cariño... —susurró la palabra, intentando no sonrojarse al momento de hacerlo. Era raro escucharla dirigida hacia ella.

—Lo siento. Si te molesto ya no te lo diré más —se avergonzó —. Pensarás que soy un confianzudo. Qué vergüenza... —abrió los ojos como platos.

—¡No! —mencionó ella en un susurro muy fuerte —. Si te gusta decirme así, a mí también. Me gusta que me lo digas, a decir verdad —hundió su rostro en el pecho del chico.

—Entonces asegúrate que desde ahora así te llamaré —la abrazó con más fuerza de la necesaria. A ella no le incomodó, no, a ella le gustó.

—Buenas noches, Simoncito —le volteó a ver a los ojos. La noche no le impedía ver sus orbes cafés.

—Buenas noches, cariño —le volvió a besar la frente. A ambos le gustaba aquel gesto. A él le gustaba besarla y a ella le gustaba que le besara —¿Estaría mal un beso de buenas noches? —se atrevió a preguntar. Descarado.

—No. Estaría perfecto para la ocasión —otra vez. Tampoco era consiente de lo que decía.

—Entonces, manos a la obra —nadie fue obstáculo para detenerlo. Nada se impuso para que los labios de ambos se juntaran.

Él la besaba con amor, con pasión. La besaba disfrutando de cada segundo en que sus labios estaban juntos. Sus labios eran tan dulces que no podía ni quería parar de saborearlos. Sus labios le pedían más y por supuesto que se lo otorgaba.

Ella lo besaba con cariño, con confusión. Lo besaba con algo que no comprendía. Pero algo tan inexplicable ahora, para ella, se le hacía tan bien. Lo besaba porque le gustaba. Lo besaba porque era algo especial. Porque él era especial, al menos par ella, y eso era suficiente.

Continuará... 

Temor |SIMBAR|Where stories live. Discover now