Parte 6

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Varios días han pasado y ya casi no esperan que Sammy se derrumbe, que salga de su "shock emocional" o lo que quiera que sea, porque, aunque para cualquier espectador pareciera que su estado era normal, ellos lo conocían mejor. Pero eso no pasó. Sam nunca llegó a parecer asustado, ni aturdido, ni espantado por lo que había hecho. Ni siquiera tuvo una maldita pesadilla, aunque Dean observó que las ojeras del niño cada vez eran más notables. No buscó el momento sensiblero que tanto había necesitado desde siempre. Para Dean, Sam parecía casi el mismo, pero en ese "casi" estaba la enorme diferencia. Sam seguía con sus costumbres y manías. El orden casi obsesivo de sus cosas, su rutina horaria. A veces ve en la tele los programas que le gustaban, pero no leía; al menos no otra cosa que no fuera historia de lo sobrenatural. No lo ve escuchando música, ni bromeando con él, ni buscando su compañía. Su hermano era distante, calmado y complaciente. Casi no habla, pero inclina la cabeza en los momentos adecuados. Algo estaba terriblemente mal. Era como si estuviera renunciando, dejándose morir por dentro. Sammy ya no era Sammy, solo era alguien esperando la guillotina caer. Dean no llegó nunca a disculparse por las hirientes palabras de los últimos días, suponiendo que después de todo el impacto ocurrido el día de la iniciación, aquello ya carecía de importancia. Seguramente Sam ni si quiera lo recordaría. Dean le preguntó en varias ocasiones qué diablos le pasaba, pero su respuesta era siempre la misma. "No me pasa nada, estoy bien". Sam dice poco, pero implica mucho y Dean es un experto en rellenar sus espacios en blanco. Había un cruel desapego en su voz que para cualquiera podría parecer feroz, o grosero, pero para Dean era claramente una llamada de auxilio.


John también se mostraba sospechoso con el cambio de comportamiento de Sam, pero decidió que no se iba a quejar. La verdad es que era un alivio no sentir continuamente en su boca el amargo sabor de la rebeldía de su hijo. Habían pasado semanas de peleas ensordecedoras, viciosas y perpetuas. Este silencio era reparador. La caza ha hecho de él algo bueno, después de todo. Pensó; le había hecho madurar de una vez por todas y, estaba bien con el hecho de que era más dócil. Pero esta noche habría una prueba de fuego. Estaba completamente seguro de que cuando dejara caer la noticia, Sam saltaría como un resorte.

Estaba tan cansado... Desde la vuelta de la cacería había entrenado mucho más duro de lo que solía, no podía permitir que su familia resultara herida o muerta por su incompetencia. No puede desfallecer, no cuando cada error suyo puede significar la muerte de víctimas inocentes. Todo parecía tan inútil últimamente, escuela, caza..., vida. Sam no era vanidoso, nunca lo había sido; pero al verse reflejado en el espejo del baño y mirarse críticamente, no pudo evitar una mueca de desagrado. Su cara más delgada y angulosa de lo que recordaba. Se había quedado extremadamente delgado. Estaba creciendo tan deprisa que parecía que su cuerpo no había tenido tiempo para ponerse al día. Su rostro macilento, ojeroso, sus pómulos prominentes, su cara afilada tenía una extraña expresión que nunca antes había visto. Parecía enfermo. Su familia no lo ha notado. Es invisible.

Dean aprovechó que Sam estaba fuera para registrar sus cosas en busca de las respuestas que su hermano no le daba. No fue lo que encontró lo que le sorprendió, sino lo que no encontró. Sammy siempre guardaba como un tesoro, escondidos entre su ropa, dos libros: el que él mismo le regaló y otro más. A su padre le disgustaba que cargaran con objetos inútiles, justificándolo de que pesaban y ocupaban un valioso espacio. Si no fuera porque era fundamental para la investigación, ni siquiera le permitiría poseer un portátil. Tampoco encontró su Ipod, pero pensó que seguramente lo llevaba encima. Esa teoría quedó descartada  cuando al preguntarle más tarde, Sam lo negó.

-¡Cómo te atreves a registrar mis cosas! -reprendió dando lentamente un paso más cerca de su hermano. Éste había oído palabras parecidas muchas veces, y sin embargo escuchó aquellas como  si fueran nuevas y distintas, porque habían perdido el acento alegre de la despreocupación, a favor de una emoción mucho más grave. Su mandíbula apretada por la ira contenida, sus hombros atrás, su barbilla alta, la postura militar aprendida de su padre. Dean se tensó al percibir su cólera, pero resistió estoico la tentación de retroceder.

InvisibleWhere stories live. Discover now