Capítulo 1: La reina de los mares

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¿Alguna vez os han contado la leyenda de porqué los mares se formaron? Se dice que una madre sólo tenía a su hija en el mundo mientras vagaba por las nubes en el cielo cuando la niña cayó accidentalmente por asomarse a ver el mundo exterior. La madre, desconsolada pensando que la niña no se hubiese salvado, lloró amargamente durante toda su existencia. Lo que ella no sabía era que su hija fue acogida en tierra por las lágrimas, salvando milagrosamente su vida.

Cuando la madre acariciaba sus últimos días, su hija pudo ascender al cielo ayudada por la subida del nivel del mar de lágrimas vertidas por su, ahora, anciana madre. Está, al fin feliz, sonrió y dijo: Mi pequeña Nanami, tú serás la reina de los siete mares, que por mis ojos pasaron y de mi corazón brotaron. Recuerda a tu madre siempre.

Cuando mi madre me contó esa historia era muy pequeña. Saber que la procedencia de mi nombre era tan mística me gustaba mucho y me sorprendía de sobremanera la creatividad de la mente humana.

Como cada mañana, el sonido de algo horrible llamado despertador me arranca de mis dulces sueños de algodón y fresa y me obliga a levantarme. No soy adulta, pero tampoco soy una niña, soy lo que llama mi madre, "una jovencita encantadora", la cual debe tener cuidado por donde anda porque un hombre malo puede hacerle daño.

Nanami hija, ya está bien de dormir, debes de levantarte o llegarás tarde.

Mis ojos cansados se dirigieron al despertador, marcando unas relucientes siete de la mañana. Por un segundo tenía la esperanza de que fuera sábado, pero mi suerte no estaba por la labor.

Comencé mi rutina diaria, dándome prisa porque disfrutaba de un desayuno lento y sosegado. Siempre desayunaba lo mismo: unas crujientes tostadas con doble de mermelada de melocotón y un poco de azúcar, un zumo de manzana y para almorzar mi cajita de bento.

- Entre tú y tu hermana me vais a matar. ¡Yukiko, baja de una vez!

- Pero mamá, Yukiko es universitaria, no entiendo porque la despiertas tú si se debería despertar sola.

- Lo sé Nanami, pero todos necesitamos nuestro tiempo.

Un estruendo sonó por la casa, por lo que supuse que mi hermana estaba peleándose con su sudadera otra vez... y de nuevo perdió la batalla.

Diez minutos más tarde, una ojerosa Yukiko bajaba las escaleras realizando su seña habitual, la cual mi madre conocía a la perfección, necesitaba café.

- Yukiko, ahí tienes tu almuerzo, y tu desayuno te lo empaqueté bien porque no te da tiempo a llegar. Tómate el café y volando.

- Sí madre, enseguida.

Sin mediar palabra conmigo, ella cogió su portátil y se marchó.

Con razón su nombre significa la hija de la nieve, era fría como un témpano, ni siquiera me dijo hola.

- Esta Yukiko, no sé cuándo va a madurar y encontrarse un piso de estudiante. A partir de ahora deberá de hacerse su comida, quiero que sea responsable.

Eran tantas veces las que decía esa misma frase que ya perdí la cuenta. Sabía que esta vez no sería distinto.

- Nanami, hija, tienes que irte al colegio deprisa o llegarás tarde. Recuerda tener cuidado cuando vuelvas.

- Sí mamá, no te preocupes.

Yo era una chica normal de 18 años a punto de entrar a la universidad, por lo que técnicamente estaba en mi último año. Iba a ser un año de despedidas y bienvenidas, y lo que era seguro, es que mi vida iba a cambiar, para bien o para mal. Eso tendría que darme miedo, pero había algo dentro de mí que me decía que era mi destino, que era lo que necesitaba hacer, y eso me hacía sentir más tranquila.

Como cada mañana tomé el mismo camino para ir al instituto, cargada con mi música, mis libros y, por supuesto, mis libros de lectura. Siempre, en mis descansos, aprovechaba y leía un libro que me ayudara a evadirme de este mundo soso y aburrido y poder adentrarme a un mundo irreal pero perfecto para mí. He de decir que no era una persona particularmente habladora, ya que como dije antes, mis libros eran mi todo.

Pero esa mañana la brisa fluía de forma especial, traía un nuevo presentimiento, era algo que me envolvía. Me quedé parada en la acera como si quisiera recuperarme, pero la corazonada se hacía más fuerte e insistente. Mi nerviosismo empezó a ascender, estaba sudando a pesar del agradable clima primavera, y mi cabeza no paraba de mirar a cualquier lado esperando que algo pasara.

Entonces crucé su mirada y mi cuerpo se estremeció.

Entonces crucé su mirada y mi cuerpo se estremeció

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