3. Soberbia

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Cuando crecemos todo es al revés, de niños somos capaces de imaginar pero falta la capacidad de hacer, conforme pasa el tiempo perdemos la imaginación pero la ejecución y las posibilidades se abren cual abanico ante nuestra vista. 


Nos hacemos más conocedores, más audaces, ágiles, empezamos a idealizarnos. Conforme tenemos la capacidad de realizar todas las hazañas que nuestros padres hacían nos sentimos poderosos, nos sumergimos también en un veneno extremadamente letal para quien no sabe administrar: El conocimiento. El saber es una de las satisfacciones más grandes que puede experimentar el ser humano y por naturaleza el saber que tenemos un factor que nos hace superior a los demás entramos en una vorágine de soberbia y arrogancia. ¡NOS COMEMOS EL MUNDO! 


Uno no es que descubre que sus padres no son perfectos, piensa que no son buenos directamente. No porque necesariamente hayan hecho algo malo, sino porque somos tan superiores que todo defecto queremos resaltarlo y alimenta el nuestro ego el exponer que quién nos corrige también falla, es como si un instructor de natación no supiese flotar... Y estamos lo suficientemente ciegos como para no reconocer que no siempre el que construye autos es piloto, que el que hace el papel es escritor, que el que vende semillas no es agricultor... Y así mismo tenemos el peor tipo de ceguera; La que no deja que veamos nuestros propios errores y toxicidad no por incapacidad sino por falta de deseo. 


Estamos idealizados, no queremos que se rompa la burbuja de perfección de la que los arrancamos. Nos da miedo empatizar. 


Por suerte, pude reconocerlo y una vez lo hice me propuse desafiarme. Realmente sentí el deseo y la necesidad de convertirlos nuevamente en héroes, esta vez por mérito propio y no por idealización.


En consecuencia no me limité a pensar en qué hace a un héroe un héroe, sino en qué hace los hace grandes.  


  

Héroes de la infanciaWhere stories live. Discover now