Parte única

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Gabriel no es de tirarse a llorar sobre su cama, mucho menos de encerrarse en su habitación o cubrirse el rostro con una almohada para disminuir el ruido de sus sollozos. Pero esa noche cede al agotamiento. Lleva puesta su pijama de Power Rangers y no quiere llenar la camiseta de mocos, por lo que corre hasta el otro lado de la habitación y saca un calcetín del armario de su hermano, luego vuelve corriendo a su cama a llorar.

La abuela no llega todavía a casa, así que se toma la libertad de bajar de prisa a la cocina y tomar la caja de galletas que escondía en el horno. Amelia seguramente pensaba que Gabriel no encontraría el escondite y por eso las lleva ocultando durante meses ahí, pero él es listo y siempre busca bien. Lorenzo se ríe las veces en que lo encuentra comiendo a medianoche de las galletas junto a un vaso con leche pero promete guardarle el secreto a cambio de un par y cada noche comparten de quince maravillosos minutos comiendo a escondidas de la abuela, asegurándose de dejar las suficientes para no levantar sospechas de la señora.

Vuelve a su habitación con la caja entera entre sus manos y esta vez sube a la cama de su hermano, se acobija con su manta de Buzz Lightyear y come las galletas en silencio. No quiere llenarlas de mocos o lágrimas, por lo que se concentra en no llorar y casi sonríe ante las palabras que Lorenzo probablemente le diría en ese momento: «Pareces una niña». A su hermano mayor le gusta molestarlo por el corte que su abuela insiste en hacerle cada mes, también por la poca habilidad de Gabriel en el kínder cuando de colorear se trata, y por muchas cosas más. Pero es el mejor hermano, porque es la única familia que le quedará.  

Gabriel es consciente de que la abuela se está arrugando y pronto no podrá preparar más de esas deliciosas galletas de avena y miel que tanto disfruta robar a hurtadillas cada noche, y su corazón se acelera de solo pensar en que haya domingos que no despierte por el olor a pan de queso recién hecho.

Sus ojos se llenan de lágrimas una vez más y tiene que apartar las galletas porque sabe que las va a mojar con mocos si no lo hace. Cierra los ojos y se acuesta hecho un ovillo, tarareando una canción para distraerse del nudo presente en su garganta.

Cuando la puerta de la habitación se abre, él se tensa pero finge dormir. Los pasos se acercan hasta la cama y luego siente cómo alguien sube y se acuesta junto a él. Reconoce el olor a flores tan característico de su abuela. Se levanta y arroja sus brazos alrededor del cuello de ella, llorando con el rostro escondido en el cuello de su abuela.   

—Gabo, bebé —La mujer acaricia su cabello e incluso Gabriel puede sentir algo extraño en su voz. Le recuerda al coche que rompió un par de días atrás, así es cómo suena su abuela: rota, pero desconoce la razón— ¿Puedes hacer algo por mí?   

Gabriel asiente pero sigue sin soltarla, no quiere. No puede.   

—¿Puedes prometerme que no olvidarás a tu hermano?   

Se siente confundido. Apenas tiene seis años, Lorenzo es mayor que él y colorea mucho mejor. ¿Por qué Gabriel tendría que olvidarlo a él, cuando estaba claro que su hermano no es el tipo de persona fácil de dejar atrás?  

—¿Olvidar a Lolo? —Pregunta, aún sin entender.  

Siente a su abuela temblar y la abraza con más fuerza. No entiende qué sucede pero sabe que necesita un abrazo y él adora dárselo.  

—Sí, cielo, a Lolo. ¿Puedes? Tengo, yo... —Aclara su garganta y aleja a Gabriel para poder mirarlo— Tu papi y yo estuvimos hablando, pero hay veces en que no todo se puede y lo sabés.   

—¿Como cuando te pedí que pusieras a Lorenzo en el horno y dijiste que no porque sería un pan picante?  

La risa de su abuela es hermosa.  

Funeral para dosWhere stories live. Discover now