prólogo

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...
Él peón
Limerencia

Las mañanas constantemente me decían cosas. La singularidad que tenían desde que había llegado a mi pueblo natal me eran extrañas, misteriosas, pero calmantes. Mi terapeuta tenía razón, el bien del campo es un bien individual y si mis raíces me traían acá —por lo que sea que me quisieran traer— entonces si debía estar y estoy, persiguiendo lo que las mañanas y Busan quieren que yo sea.

Esa particularidad no solo estaba en lo diferente que era de la ciudad porque el silencio no agobia, las cosas que van lento tampoco molestan. Todo era diferente y hubo un día, cuál específicamente no lo recuerdo, pero hubo un día en que tomando mi café, con la misma pasividad de siempre y sin esperar nada, lo ví...La ejemplificacíon de esta calma, de esa extrañeza.

La mayoría de las cosas que dejan huella empiezan siendo nada, empiezan sin querer llamar la atención y lentamente se hacen con una. Aquel día veía por la ventana de la cocina —una que es estrecha pero larga, cuya vista apuntaba a unos manzanos a cien pies de la casa y más al fondo a la puesta naciente del sol— tiritando de frío a las 5 y algo de la madrugada, miraba atenta observando como al rato, justo donde nacía la puesta, aparecía un muchacho con rizos más dorados que el amanecer detrás suyo acompañado de un potro azabache como no había visto nunca. Él extrañó sujeto tenía un aura que me llamó la atención pues desde el primer momento que lo vi acariciando al animal con esa suavidad inusual, supe desde en esa nublada y fría mañana que la peculiaridad de todo el lugar ahora tenía un rostro.

Aunque hasta ese entonces no había visto sus ojos de cerca, ni su piel y mucho menos su sonrisa sabia que todo ello contaba con una magia extraña. No pregunte por él en ninguna esquina de esa casa tan grande, si los secretos los compartían tantas voces entonces eran incoherentes. Hacerlo también sería delatarme así que simplemente cedí a esa vista, cuando mis ojos no se podían pegar y lo amargo del café me mantiene despierta.

En general nunca desde que llegue aquí había cruzado palabra o espacio junto a él, pero tenía algo —aún no sabría decir qué— que me empujaba a seguir allí irónicamente y mirarle desde aquella lejanía a ver si así podía descifrar un poco que era todo aquello que me hipnotizaba y guiaba a prestarle atención, aunque tal vez un poco más de la debida. Admitía que deseaba descubrir con solo mis ojos lo que no podía escuchar de su boca.

Acostumbrada a llevar al extremo el vacío y la ganas, sobre todo las ganas de que cualquier cosa que hiciese latir mi vida pudiese pasar, las dejaba pasar como quien deja entrar ladrones a su casa para acabar con el hastió.

Me hacía gracia que días atrás me concentraba en mirar los débiles rayos rojos, turquesas y anaranjados que decoraban la mañana mientras amanecía y ahora soló me concentraba en verlo pasear a ese caballo, ¿De dónde viene, de quién es tanto el muchacho como el animal?

Esta curiosidad a medias —que me quito lo monótono que era despertar y mirar al cielo, en aquel oscuro vacío interno con solo un día que empezara a aparecerse allí justamente en frente de la gran vista hacia todo el monte que se extendía por la hacienda— me hizo convenverme de que su cuerpo, rostro y cabello, incluso la magia extraña que traía en él me fueran mucho más hermosos e interesantes que el amanecer mismo y que todo aquel paisaje no fuera más que un decorativo al cuadro que el hombre creaba en mi cabeza.

Mi abuela a esa hora estaba siempre despierta porque tenía que asegurarse de que todos los peones llegaran puntuales o no y justamente él era siempre y sin falta alguna el primero de todos. Era un peón, trabajador de la hacienda, ya lo había concluido, pero casi no se dejaba ver ni por la tarde ni por la noche, solo en las mañas.

Una de ellas estaba muy cansada y cuando entre a la cocina, le vi salir por el pórtico con la porcelana en manos hacía el corral por el famoso caballo mientras soplaba aquel café caliente...

garden ; pjmWhere stories live. Discover now