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«Gloria Patri, et Fili, et Spiritui Sancto.
Sicut erat in principio, et nunc et semper,
et in saeccula saeculorum... amen»

Dejó salir un suspiro que llevaba reprimiendo desde que se sentó en la desgastada banca de madera. Sus dedos finos y largos se deslizaron por el rosario que colgaba de su pálido cuello, se detuvo antes de tocar la cruz blanca; fue entonces que se dignó a dirigirle la mirada al Cristo que lo observaba agonizante desde su cruz bien atornillada en el presbiterio. Un sentimiento desagradable se apoderó de él; una mezcla de miedo y anticipación que le resultaba, de cierta forma, familiar.

Aquella sensación no era causada por la tan familiar imagen religiosa, sino por cierta presencia que avanzaba lenta y tortuosamente a su lugar. Sintió los vellos de su cuerpo erizarse; obligándose a sí mismo a levantarse y encarar al intruso, sus ojos grisáceos chocaron con los rojo sangre de forma violenta. Se preguntaba si no le causaba molestia alguna irrumpir en el recinto sagrado así como si nada; pero seguramente de externar su curiosidad no recibiría más que silencio y esa mirada que lograba hacerlo temblar de pies a cabeza.

—No puedes estar aquí —advirtió sabiendo que era en vano, la voz le temblaba y su garganta se cerraba más y más con cada paso que el sujeto daba en su dirección.
Sostuvo firmemente la cruz de su rosario entre sus manos. Sus piernas terminaron por traicionarlo y cayó al suelo con brusquedad.

—Es mejor que te vayas... ah... —jadeó cuando lo tuvo a escasos centímetros. Los zapatos negros rozaban sus rodillas, sintió su rostro ardiendo. Alzó la cruz en su dirección, en un último intento porque sus plegarias fueran respondidas, cerró los ojos para evitar hacer contacto visual, sus labios comenzaron a murmurar un Ave María.

—Nagito Komaeda —el escuchar su nombre resonar en la capilla hizo que todo su cuerpo se estremeciera. Tragó saliva con fuerza.— ¿Vas a actuar como si me repudiaras aun cuando me has estado buscando tan desesperadamente?

—Yo no...

—Anoche —Komaeda abrió los ojos ante la sorpresa, quiso objetar pero sus labios estaban sellados—. Te estabas tocando, decías mi nombre.

Mordió su labio inferior con fuerza. Era cierto, sabía que era cierto. De tan solo pensar que estaba siendo observando en un momento tan íntimo como ese comenzó a removerse con incomodidad, sentía como si su corazón fuera a explotar en cualquier momento, y su estómago se revolvió con una mezcla de emoción y asco.

—Te gusta que te miren —puntualizó el otro—. Cuando te tocas siempre dejas la puerta abierta, ¿qué harías si alguien entrara? ¿Te entregarías a él?

—¿Qué clase de persona crees que soy? —aunque su voz salía a trozos y la ansiedad quemaba su interior, se atrevió a objetarle— ¿sólo viniste a burlarte de mi?

—Vine porque no dejabas de llamarme. Si quieres que haga algo deberías decirlo.

—Sólo quiero que te largues de aquí —con la poca fuerza que le quedaba comenzó a ponerse de pie—. No se supone que puedas entrar a este lugar de todas formas, el padre dijo...

El azabache lo calló alzando su barbilla con un mano, sus uñas negras y largas se encajaron en sus mejillas haciéndolo sisear de dolor. Sus ojos parecían las mismísimas puertas del infierno, sabía que eventualmente lo volverían loco, aún así no podía dejar de mirarlos con atención.

—Izuru... —finalmente dejó escapar aquel nombre, aceptando lentamente su estado de sumisión— ¿Por qué?

—Si quieres saber algo tienes que formular una pregunta adecuadamente— el agarre en su rostro se fue suavizando. Izuru ayudó a Komaeda a incorporarse, parecía que el cuerpo del albino se deshacía ante sus toques; sin volver a protestar dejó que lo sentara en el presbiterio.

He's my collar 「KamuKoma」Where stories live. Discover now