Tren nocturno a Tokio.

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"Nuestras vidas se definen por las oportunidades, incluso las que perdemos."

(F. Scott Fitzgerald)

Siempre solía pensar que había algo relajante y asfixiante tanto en la soledad como en la multitud; algo que simplemente te deja estático o te vuelve frenético, algo que tal vez todos han experimentado o simplemente han inadvertido. Lo cierto es que cuando uno se acostumbra a una gran cantidad de personas, encontrar el anden vacío provoca cierta sensación de extrañeza. Tal vez sería similar a lo que sentiría un oso al pisar el asfalto, o un no vidente al descubrir un color. Había algo de melancólico y perturbador en aquella desolada terminal, que parecía encerrar el mas crudo invierno entre sus barreras.

Estaba de pie esperando el último tren a Tokio mientras sus ojos apenas podían vislumbrarse por encima de la gruesa bufanda de lana. La prenda parecía abarcar casi la totalidad del su rostro, pero a la vez dejaba entrever algunos cabellos azabaches escabulléndose tras los auriculares.

Con el cuerpo estático y erguido, de pie delante de la línea amarilla que indicaba el espacio permitido para esperar el tren rápido, el tintineo de su móvil lo hizo dar un respingo y pegar un salto. ¡Diablos! Tuvo que mirar hacia ambos lados para cerciorarse que su idiotez había sido inadvertida, y con un suspiro de alivio finalmente relajó los hombros mientras el tren se acercaba hasta detenerse. Recién en ese momento pudo notar cuanta tensión llevaba en la espalda y los hombros, era como si fuese obligatorio contraer el abdomen para mantener una postura erguida. Tal vez era el cansancio después del entrenamiento, tal vez la sensación de ardor después del ejercicio, tal vez simplemente el desolado andén que no lo dejaba sentirse del todo tranquilo a pesar de la inesperada poca presencia de personas. Se había imaginado mentalmente viajar como una lata de atún y ahora, ¿cómo hace un atún para viajar sin su lata?

Kageyama Tobio había hablado con su madre sobre aquel viaje, le había dado los datos exactos de la llegada y salida, el tiempo que duraría aquel entrenamiento intensivo, y los días de clases que debería recuperar. Había hablado hasta de la cantidad de mensajes que enviaría por día y el número de calzones que llevaba en el bolso, pero aún así su celular tintineó desde el bolsillo del abrigo negro haciéndolo sentir una especie de pre infarto otra vez.

No es que fuese alguien miedoso, pero aquel desolado lugar le ponía los pelos de punta y a la vez lo hacía sentir desprotegido.Nunca había pensado precisamente en eso, en sentirse vulnerable, pero ahora repentinamente su cabeza obsesiva le estaba jugando una mala pasada. Su mente intentaba racionalizar todo diciéndole que era justamente por la costumbre de ver tanta gente, pero aún así había cierto estado de alerta en sus torpes movimientos debido al frío y lo gruesa de sus ropas.

Cuando entró en el vagón se permitió sacar el celular para mirarlo rápidamente; no era de buena educación hacer ruido en el transporte público y mucho menos tener ese ringtone de mensajes de balón picando contra el piso, pero la escases de personas le permitió responder rápidamente para dejar tranquila a su progenitora.

Observó los asientos vacíos y nadie de pie, por lo que se sentó y suspiró relajando las piernas. Tal vez debía elongar un poco más la próxima vez, lo haría al llegar para evitar los dolorosos calambres que antiguamente había sufrido por ser descuidado con la elongación.

Entendía que su tamaño no era estándar, pero, ¿por qué los asientos eran tan pequeños? Se sentía un gigante en un asiento para niños. Agradecía que no hubiese nadie sentado enfrente, sino tendría que experimentar la incómoda situación de rozar sus huesudas rodillas con alguien y disculparse constantemente.

Tren nocturno a TokyoWhere stories live. Discover now