Carta XXIII

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Engañarte fue siempre una opción. La cuál decidí aceptar.

Las mujeres en mi despacho te conocían, sabían que tenía una relación, una de muchos años a tu lado. Y era la tentación, contigo las cosas en esos tiempos estaban mal.

Me estaba cansando, la monotonía nos estaba matando.

Yo no hice nada para cambiarlo, tú lo intentabas todo, pero al final te cansaste, te diste cuenta que yo ya te estaba engañando.

Ése día te vi llorar, y me sentí basura. Eras la mujer más buena que pude tener en la vida.

Intenté terminar esa relación, pero el éxtasis que sentía me lo impidió, y fue ese mismo el que rompió por primera vez tu corazón, fue ese maldito día que pronuncie el nombre de mi secretaria mientras te tenía a ti entre mis sábanas.

Las cosas pasaron, cada día fue peor, me arrepentía de tenerte a mi lado y solo quería que te fueras, porque yo era un egoísta que no deseaba dejar las comodidades que tenía a tu lado.

Tú me hacías la cena, lavabas nuestra ropa, eras esa dulce mujer que cualquier hombre tiene en casa... eras la mujer de la casa. Y luego, ya no estabas... cuando te fuiste, deje de tener todo eso.

(***)

— ¿Daniel, no vendrás a comer?

La chica estaba parada en el umbral, mientras secaba sus manos en el delantal. Su vientre abultado se hacía notar. Se veía cansada, pero ahí estaba esa sonrisa, intentado ocultar su dolor.

—Lo siento, me he entretenido — se disculpó guardando las hojas con nerviosismo.

— No sé qué tanto haces ahí. Pero apresúrate, tu hijo está esperándote. Y yo también tengo hambre.

Dio un giro negando con la cabeza. Al llegar a la cocina vio a su hijo jugando con los cubiertos. Sonrió al observarlo, era tan bello, tan inocente, era su vida entera, y entonces la melancolía le invadió.

La vida era irónica, años atrás, tantas veces ella había añorado esa misma escena. Tener una familia junto a Daniel, que ella cocinara, mientras cuidaba a su hijo y él llegará a trabajar, que tuvieran una vida hogareña, que ella fuera la única que podría darle hijos, a la única que amara... pero ahora que la tenía ya no existía nada. El amor se había esfumado, los sueños caducado...

Ahora todo le sabía mal, le dolía ver ese vientre, la criatura no tenía la culpa, pero deseaba con todo su ser que no se pareciera en absoluto a ese monstruo. Y si era así... no sabría que haría.

Daniel, él solo era de paso. Lo tendría a su lado mientras la ayudaba en el divorcio, la estaba cuidado, y le demostraba en pequeñas cosas que le quería, quizá la amaba... pero ella, ella no volvería a sentir tal sentimiento. Su amor, había muerto.

— ¡Andrea!

Salió de su trance al verlo sonreír, estaba al lado de su hijo, ambos la observaban.

— ¿No que tenías hambre? Siéntate, vamos a comer.

—Sí, sí. Claro.

Tomó asiento en la mesa.

(***)

Bueno, ya vamos descubriendo poco a poco más sobre Daniel. Pese a que dice amarla y que ustedes mueran de rabia jajaja tranquilas, las cosas no son como parecen. Tengo algo mejor para ella, y sé que estarán deacuerdo.

Gracias por estar en esta historia.

Besos, Adaly.

Después del Adiós. (#2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora