Capítulo III.

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Los días después de aquella tarde siguieron con tranquilidad. Todos veían a Sherlock más animado y cordial, cosa que les sorprendía, al igual que Lía, estaba mucho más sonriente y eso le conseguía clientes con mayor facilidad.

Ambos personajes habían tomado un descanso de sus respectivos mundos aquella tarde. El asunto principal nunca volvió a tratarse pero su charla nunca menguó y, igual que esa vez, la joven se dirigía a 221 de Baker Street a encontrarse con su buen confidente, su reciente amigo, Sherlock Holmes.

Tocó con suavidad dos veces en aquella puerta de madera negra siendo recibida con el ceño fruncido de la Señora Hudson.

— Buenas tardes, Señora Hudson, es un gusto volver a verla — Le saludó con una sonrisa amable —

— Es una lástima no poder decir lo mismo, querida — Me respondió con amargura — Cuéntame una cosa, ¿Trabajas o estudias o estás trabajando?

Pude sentir la soberbia con la que me pregunto al igual que la doble intención de la pregunta.

— Podría, por favor, decirle a Sherlock que estoy aquí...— Le susurre chirriando mis dientes aguantando las ganas de responderle —

— ¡Sherlock! ¡Llego tu Dama de compañía! — Gritó mientras me sonreía burlesca — Adelante querida.

Y se supone que la maldita puta aquí soy yo.

Subí las escaleras rápidamente para alejarme de cualquier posible comentario de la inocente ancianita. No me dio tiempo de tocar cuando la puerta fue abierta por un sorprendido Doctor Watson.

— Lo siento, Sherlock no se encuentra. — Me corto — Puede venir en otro momento.

Estuvo a punto de cerrar la puerta en mis narices cuando una cabellera rizada lo detuvo.

— Doctor Watson, creó que está invitada me pertenece — Comento ofreciéndome su brazo y acompañándome al sillón — Un gusto volver a verla, Lía.

— Un gusto volver a verte, Sherlock — Le contesté con suavidad —

— ¿Café o Té? — Preguntó Watson —

— Dos de azúcar — Agregó el detective — ¿Qué deseas, Lía?

— Ah, yo... — Fue interrumpida por el Doctor Watson desapareciendo del lugar sin escuchar su pedido —

El rizado frunció el ceño molesto dispuesto a levantarse y exigirle una disculpa a John pero fue detenido por una delicada mano en su brazo, la joven negó levemente y ambos regresaron a sentarse uno frente al otro.

— Discúlpalo, él... —

— No sé cuántos ingredientes lleva la receta de la dignidad, pero de que lleva huevos, lleva huevos. ¡Salud! — Gritó lo último mientras elevaba un vaso inexistente logrando que Sherlock sonriera —

— Salud — Le siguió con la curiosidad de un infante —

Sherlock se hallaba encantado con aquella doncella, él se imaginaba a sí mismo como Quijote siguiendo a su ilusión de Dulcinea. Los comentarios sarcásticos, la manera en que se menospreciaba, su fingido egocentrismo, todo era cautivador en aquella mujer.

La tarde transcurrió como cualquier otra, las charlas no cesaban entre ellos y Sherlock se encontró a sí mismo, no deduciendo sobre ella, si no admirando la magnitud de su belleza.

Sus marcas curvas a causa de su apretado corset, sus voluptuosos pechos resaltando de manera subjetiva como era requerido para sus trabajos nocturnos. Sus manos, delicadas, pulcramente pintadas y cuidadas. Sus piernas, largas y esbeltas, sin ningún bello cubriéndolas. Sus pies, pequeños y finos, guardados elegantemente en aquellos tacones de aguja.

Su rostro, Oh, su bello rostro, de facciones delicadas y rasgos suaves. Sus ojos de tonalidades azuladas parecidos a los del propio Holmes, a veces verdes, otras profundos y embriagadores. Sus labios, pequeños y libertinos que le incitaban a besarle.

La puta de Baker Street. ⓈⒽWhere stories live. Discover now