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A veces sentía ese impulso por observarlo, su mirada se dirigía hacia el asiento de al lado, y ahí estaba él, leyendo el libro. Podía pasar una estación completa contemplándolo, tal vez sin darse cuenta, y varias veces había sido descubierta: él levantaba la vista de su libro y notaba que Bianca lo miraba. El chico le sonreía al mismo tiempo que ella apartaba la mirada, sintiendo el calor subir por sus mejillas, temblando como su hubiera hecho la travesura más increíble del mundo. Luego, por el rabillo del ojo, volvía a echarle un vistazo con disimulo por unos segundos, ella advertía que él suspiraba y ambos volvían a su lectura.

Así eran todos los días, de estación a estación, muy cerca uno del otro, robándose miradas silenciosas, curiosas e inocentes. Incluso ese miércoles fue de esa forma; no obstante, con una diferencia: ella pensaba hablarle. Se había puesto su falda preferida y apenas un toque de brillo labial. Y haciendo de lado todos los prejuicios que tenía sobre ella misma, tomó aire.

Realmente se animaría.

EfímeraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora