En la salud y en la enfermedad.

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Paul sabía que ir de un lado a otro bajo la lluvia terminaría por perjudicarlo, pero no importaba cuantas veces le dijera que se metiera al paraguas de nuevo, él seguía caminando debajo de la tormenta mientras cantaba como si fuera un soleado día de verano. 

   —¡Vamos, John! ¡Deja de aburrirte en ese paraguas! —me dijo, brincando sobre un charco y salpicándome las botas. Desde que nos habían dicho que firmaríamos un contrato de grabación, Paul no dejaba de dar vueltas de un lado a otro y, aunque compartía su felicidad, no estaba dispuesto a salir como loco a mojarme en la lluvia. 

   —Te vas a enfermar, idiota —le dije, y eso pareció ser suficiente para que Paul dejara de brincar sobre charcos y finalmente se metiera al paraguas conmigo, aunque parecía ser demasiado tarde, puesto que éste estaba brutalmente mojado, con agua de lluvia chorreando de su cabello como si acabara de bañarse y la ropa húmeda—. ¿Desde cuando eres tan aburrido, John? —preguntó Paul, tomando mi brazo discretamente. 

   En medio de esa lluvia, no había nadie que pudiera recriminarnos ir caminando de esa forma. 

   —No soy fanático de las agujas, y si me enfermo estoy seguro de que Mimi me inyectará —contesté. 

   —Vamos, no puede ser tan malo. Es un piquetito. 

   —Si voy a tener el culo al aire, espero tener a una mujer debajo, no encima y con una jodida aguja —contesté, consiguiendo que Paul soltara una carcajada que se sobrepuso al sonido de la lluvia cayendo. 

   —¿Debe de ser mujer necesariamente? —susurró Paul, acercándose un poco más a mí. Ni siquiera debía de girar a verlo para saber que se estaba mordiendo los labios. Sonreí, divisando el pequeño jardín del número 20 de Forthlin Road. 

   —Tú sabes que no —contesté en cuanto llegamos frente a la casa de Paul—. Pero primero debes de estar seco y limpio, así que lo dejaré para mañana. 

   —De acuerdo —contestó Paul, soltando mi brazo al notar que las luces de la sala estaban encendidas—. Te veré mañana entonces. 

   Y salió corriendo para ponerse a salvo dentro de su casa. Me quedé parado en la calle hasta que Paul cerró la puerta de su casa tras él, y entonces me di la vuelta y comencé a caminar directo a mi casa, donde seguramente Mimi ya me estaba esperando con un buen regaño y ropa limpia. 

...

El día siguiente fue un poco mejor, hablando del clima. El viento estaba helado y despeinaba a todo el mundo, pero al menos el sol había salido y había dejado de llover; sin embargo, para Paul las cosas no habían funcionado tan bien. 

   Cuando a la tarde siguiente llegué a su casa, su hermano fue el que me recibió diciéndome—: Está arriba, enfermo. 

   —No me sorprende —le dije, y sin pedir permiso subí hacia su habitación. Tal y como lo esperaba, Paul estaba acostado en su cama, con un trapo en la frente y la nariz roja. Parecía dispuesto a morir en cualquier momento. 

   Toqué su puerta para informarle que estaba ahí y cerré tras de mí. Paul apenas si abrió los ojos. 

   —¿Listo para dejar el trasero al aire? —le pregunté, sentándome a un lado suyo y subiendo los pies a su cama. 

   —Vete al diablo —contestó. 

   —¿Te sientes muy mal, Paulie? —le pregunté. Paul soltó un gruñido y se cubrió más con sus cobijas, casi tapándose el rostro—. No digas que no te lo advertí. 

   —Pareces mi padre, John. Deténte —susurró. 

   Me quedé mirándolo unos segundos, de verdad que se veía terrible, y sabía que Jim McCartney nunca obligaría a su hijo a ser inyectado, por lo que el suplicio de Paul duraría un par de días más. Finalmente me apiadé de él y le di la vuelta al pedazo de tela húmeda que tenía sobre la frente, mientras descubría su pecho para que su temperatura disminuyera un poco. 

   —¿Dejarás de burlarte de mí? —preguntó tan bajito que con problemas pude escucharlo con claridad. 

   —La verdad es que no. 

   Paul chasqueó la lengua y giró a verme como si se tratara de un moribundo. 

   —¿Entonces te quedarás conmigo? —con la poca fuerza que Paul tenía logró abrir los ojos para chantajearme, lanzándome su mirada de borrego, y a pesar de que la respuesta original a esa pregunta era sí, ésta vez no pude dejar de sentirme manipulado. Me acosté a un lado suyo y pasé mi brazo para que pudiera recostarse en mi hombro. Confiaba en que su hermano no nos molestaría. 

   Acaricié el cabello de Paul durante un buen par de minutos, mientras alternaba el lado de la tela que colocaba en su frente, consiguiendo así que éste se deshiciera de la temperatura. La verdad era que Paul parecía haberla pasado muy mal en la noche, puesto que su cabello no olía a shampoo como todos los días, sino que estaba grasiento y con olor a sudor. 

   —Lamento haberte hecho venir para nada —susurró, y casi al instante se puso a estornudar estrenduosamente. Estiré la mano para alcanzar la caja de pañuelos que reposaba en la mesita de noche y se la coloqué en el estómago. Después de que Paul limpiara su nariz, éste volvió a acostarse a un lado mío. 

   —Está bien —contesté—. Me gusta estar contigo, aunque estés manchado de mocos. 

  Paul rió y comenzó a acariciar mi abdomen. 

   —Eso es lo más romántico que me has dicho en años —bromeó, con la voz modificada por la congestión nasal. 

   —Recuérdalo, porque no te lo volveré a decir. 

   Paul levantó la cabeza y me miró, continuando con sus caricias que esta vez habían subido a mi cuello. A pesar de la enfermedad conservaba ese atractivo impresionante, del que estaba seguro de que nunca se desharía, aunque envejeciera. 

   Éste me miró fijamente por un par de segundos hasta que se acercó un poco más a mí. 

   —Quiero besarte, pero te voy a contagiar —susurró. Me incliné un poco más hacia él y le sonreí—. Hazlo, princesa. No importa. 

   No importaba qué tan enfermo estuviera Paul, el sabor y el ritmo de sus besos siempre sería el mismo, tan despacio que parecía que nunca tendría suficiente de él, pero a la vez tan complaciente como ninguna otra persona en la faz de la tierra. 

...

Paul me pasó un pañuelo después de que comenzara a estornudar como perro viejo, y sacó el termómetro que había puesto debajo de mi axila. 

   —Te dije que no debimos de besarnos —se quejó Paul al revisar el termómetro, y comprobar que evidentemente tenía temperatura. 

   —Valió la pena —susurré, tomando su mano y cerrando los ojos en espera de poder quedarme dormido, pero a pesar de no ver nada sabía que Paul estaba sonriendo. 

In Health and Disease. [McLennon] [One-Shot]Where stories live. Discover now