Recuerdo número tres

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Brad estaba leyendo un libro en el jardín trasero de su casa, aunque no le prestaba realmente atención; cada dos segundos dirigía la mirada a la casa de enfrente, pero Tabitha no parecía dar señales de vida. Llevaba días en los que no podía dejar de pensar en ella y en lo que le hubiera gustado besarla. Necesitaba una excusa para tener otra oportunidad. Tras meditar unos minutos, cerró el libro y se puso de pie, ya que se le había ocurrido un plan, que si salía bien, sería infalible.

***

A las siete, Patricia se levantó como siempre para preparar el desayuno. Aún un poco adormilada, fue a llenar la tetera, pero un ruido extraño del exterior interrumpió su tarea. Cuando miró por la ventana vio un montón de copos de nieve: «¿Está nevando en agosto?»

Patricia salió al jardín de delante y se encontró con Brad. A su lado había un camión que expulsaba nieve.

—Buenos días, Brad. ¿Cómo estás?

—Estoy bien, señora Wilson.

—¿Quieres que despierte a Tabitha?

—Por favor.

—Bien

Patricia le echó un último vistazo a su jardín, que ahora estaba cubierto de nieve. Subió las escaleras emocionada, de camino se cruzó con su marido:

—¿Qué pasa, cariño? —le preguntó Sean bostezando.

Lo ignoró y abrió la puerta de la habitación de su hija: solo se escuchaba el leve sonido de su respiración y el zumbido del ventilador. «Mira que le tengo dicho que ponga el temporizador», pensó negando con la cabeza.

—Tabitha, despierta. —Tabitha murmuró algo inteligible para cualquiera excepto para su madre—. Lo sé, es verano, pero esto es importante. Baja, tu padre te ha comprado un coche.

Patricia odiaba mentir pero sabía que sería la única manera de que saliera de la cama. Tal como se esperaba funcionó y su hija se levantó de un salto.

***

«¿Un coche?», pensó Tabitha con una enorme sonrisa. Bajó con tanta prisa que se tropezó en el último escalón, pero no le importó y se levantó al nanosegundo. Cuando abrió la puerta principal, se quedó parada sin saber que hacer: Brad, con las manos en los bolsillos y una sonrisa, estaba rodeado de nieve. Cuando fue consciente de la situación notó como sus mejillas ardían y trató de arreglarse —sin éxito— su cabello revuelto. Miró su pijama que tenía motivos infantiles, pero en ese instante una bola de nieve le dio en la cabeza.

—¿Estás loco? —espetó Tabitha— ¿Que es todo esto?

Brad no le contestó y le lanzó otra bola; cada vez estaba más enfadada y se acercó a él:

—Me las pagarás —dijo cogiendo un puñado de nieve y se lo estampó contra la cabeza.

Brad se quedó boquiabierto y tomó sus manos para evitar que cogiera más nieve. Tabitha trató de zafarse pero no tuvo fuerzas al perderlas con la risa. Ella se tropezó y ambos cayeron sobre la fría nieve:

—Invierno de 1992. Recuerdo número tres. —Alzó tres dedos, como hubiera hecho ella—. Hicimos una guerra de bolas de nieve.

Ella lo miró sin dejar de sonreír, sintiendo su aroma y el calor de su presencia. Las tornas del juego habían cambiado.

—No me acuerdo —mintió tratando de aguantarse las ganas de reír.

—Te hiciste una herida aquí. —Brad le puso la mano en la rodilla con ternura—. Te ayudé a curarte.

Tabitha vio cómo se aproximó de nuevo para besarla. Volvió a sentir los colores subirle, pero esta vez, no tenía intención de moverse. Solo quería que la besara, llevaba días lamentando el haber evitado un beso con Brad. «Aunque te costó mucho olvidarlo». No apartó la mirada de sus ojos oscuros y profundos, hasta que lo notó muy cerca y cerró los ojos.

La voz de su padre los interrumpió:

—¿Pero qué ha pasado? ¡Mi coche! ¿Cómo voy a ir a trabajar?

—Vamos, cariño, que no es para tanto —oyó a su madre.

Ambos se pusieron de pie deprisa y Tabitha se sintió sumamente avergonzada. Sin mirar a Brad, negó con la cabeza y volvió a entrar en casa, haciendo camino entre sus padres.

Haré que te acuerdes de míWhere stories live. Discover now