La bajada a los Infiernos

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Por aquel entonces, me disponía a seguir investigando para completar una obra que dejé a medio acabar y seguí buscando enigmas y secretos de este, nuestro mundo, con la esperanza de no cansarme nunca de su fuente de conocimiento. En mi viaje a Tracia, unos pastores muy agradables que me encontré por el camino me dieron cobijo y protección durante cinco días. El bolso de piel que llevaba conmigo estaba sin provisiones y ellos no dudaron en rellenármelo para que no muriera de hambre. También me ofrecieron algunas jarras de agua, que yo acepté con eterna gratitud. Las frescas tardes de primavera, al atardecer, propiciaban el saber de los pastores más viejos, haciendo que brotaran de sus corazones leyendas que nunca parecían tener fin. Algunas personas que pasaban por allí, interrumpían su viaje y se sentaban alrededor de la gran hoguera que hacían cuando el Sol se despedía, para escuchar los cuentos de los pastores, que gustosos transmitían sus palabras a los oyentes. La tarde antes de partir y seguir mi camino hacia Tracia, un pastor anciano que estaba asombrando con sus palabras pueblerinas a más de uno que estaba sentado escuchándolo, se acercó a mi y me invitó a escuchar la leyenda que estaba a punto de contar. Su nombre era Lino y sus palabras parecían tan arrastradas como las arrugas de su piel.

- Hace mucho tiempo que pasó…- comenzó Lino frotándose la barba gris con los gastados dedos de su mano izquierda. Tenía un brillo especial en los ojos que se veía reforzado por el poder del fuego de la hoguera.-…pero aún lo recuerdo como si hubiera pasado ayer. Quizás los que vais a Tracia habréis oído hablar de un joven músico llamado Orfeo.

Algunos levantaron la mano en señal de afirmación. Otros se limitaron a escuchar atentamente las palabras del anciano, que, cada vez que las pronunciaba, sonaban con tono más misterioso.

- Cuentan que el lamento del hombre es el rugido más feroz que ha conocido el mundo animal. Sin embargo, detrás de la persona más fiera del mundo se encuentra a la vez su cosa más valiosa: su corazón.

- ¡Está claro!- exclamó una voz juvenil entre el tumulto. Los más adultos hicieron un sonido con la boca para que se callase.

Lino miró al fuego con intensidad y luego continuó su relato.

- Orfeo era un joven encantador y sensible. Gran discípulo de Apolo, fue dotado de los mayores secretos de la música. El dios le regaló su lira, y ese se convirtió en su tesoro más valioso. No había lugar donde Orfeo no fuera con su preciado instrumento. Apolo, por su parte, estaba muy orgulloso de él. Siempre le enseñaba todo lo que podía respecto a las artes, ya que ese tema al muchacho le volvía loco.- Lino hizo una pausa y me miró con ternura, como si los demás no existieran y la historia de Orfeo me la estuviera contando solo a mi.- Se pasaba todo el día tocando la lira por las calles y los bosques de Tracia, siempre cantando con su preciosa voz, embelesando a las jóvenes muchachas que salían a coger agua al pozo. Algunas personas, ciegas por las flechas de la envidia, no soportaban a Orfeo y aprovechaban cualquier oportunidad para robarle la lira. Pero Apolo nunca abandonó a su más adorado discípulo y siempre que veía amenazas a flor de piel, él lo defendía con uñas y dientes.

>>Pasaban los días y Orfeo crecía y crecía, hasta que se convirtió en un joven que, rozando la edad adulta, todavía no veía más allá de su lira, de su maestro y de su furor por aprender. Los más ancianos del lugar estaban desconcertados, pues pensaban que no podía ser posible que Orfeo no hubiera cortejado a alguna muchacha del pueblo con lo bello y sociable que era. Ensimismado en su aprendizaje musical, se perdió en un espeso bosque donde se decía que habitaban ninfas con poderes misteriosos. Sin escuchar las advertencias que los transeúntes que pasaban por allí le hacían, Orfeo se sentó en una gran piedra semejante a un trono y empezó a tocar su lira mientras cantaba una preciosa canción con su voz angelical. La música llamaba la atención de los animales del bosque, despertando su curiosidad hasta tal punto que todos se acercaban a escuchar a aquel chico que no dejaba de tocar y cantar con una voz más tierna que la de las musas. Poco a poco se fue haciendo de noche y los colores y sensaciones del bosque por la mañana dejaron paso a los ruidos extraños y el viento feroz. Orfeo decidió que ya era hora de volver a casa, pero como estaba totalmente perdido, se quedó dormido en la piedra, con la esperanza de recuperar el camino al amanecer. Cuando Orfeo abrió los ojos…

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