XIV. Detrás de la puerta pequeña

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XIV. Detrás de la puerta pequeña

Seguimos al perro hasta el segundo piso.  Ahí entra a una habitación en una esquina y se sienta en el medio.  Es una especie de biblioteca, llena de libros y de papeles.  Mal iluminada y con mucho polvo en todos lados.

“¿En dónde está el dueño de esta casa?”, le pregunto a Cliste. “¿No debería haber humanos por aquí? Es una casa de humanos, ¿no es cierto?”

“Ah, mis dueños”, comenta el perro relajado.  Yo me horrorizo ante esa apreciación.

“¿Dueños?”, pregunto con los ojos tan abiertos como mi fisionomía me lo permite. “¿Cómo que tus dueños?”

“Los humanos que viven aquí son mis dueños”, comenta Ringo y luego despreocupadamente se rasca detrás de la oreja con una pata.  Yo estoy pasmado.  No puedo creer que me haya dicho eso.  Antes de que pueda insistir en el tema, Astra me pone una garra encima y me indica que guarde silencio. “Me cuidan.  Pero en este momento están trabajando.  Ahora dime, viejo amigo, ¿qué es lo que necesitas?”

“Estoy investigando un asesinato múltiple.  Hace unas noches alguien envenenó a varias familias del distrito”, comenzó a explicar Cliste.

“¿Familias... de gatos?”, pregunta Ringo.

“Así es.  De gatos”, continúa Cliste. “Sabemos que el culpable no puede haber sido humano.  Sospechamos que se trata de otro gato.  Y también sabemos qué usaron para envenenarlos.  Pero para poder acercarnos al asesino necesito que nos ayudes”

“Pero por supuesto, viejo amigo”, dice Ringo sonriendo. “Nada me emociona más que ayudarte en tus aventuras.  Por cierto, ¿cómo es que ya no vienes por aquí como antes? ¿En dónde has estado?”

“Viajando”, responde Cliste y de inmediato cambia de tema.  Me parece como si le fuese incómodo revelar información privada.  Quizás le habría contado en dónde ha estado con Astra si yo no hubiese estado ahí. “Sabemos que sacó el veneno de una farmacia de humanos.  Que sacó una medicina para humanos en grandes cantidades y que la transformó para envenenar a gatos”

“Oh, ya veo”, dice el perro frunciendo el ceño.  No hay rastro de la sonrisa que tuvo apenas hace unos segundos. “Y quieres... Quieres que revise los registros, ¿eh?”

“Sería útil”, responde Cliste con las orejas completamente erguidas.

“Está bien.  Dame un segundo”, dice Ringo y da media vuelta hasta una esquina, en donde hay una puerta pequeña a una habitación que aún no he visto.  Lo hace lentamente.  Me quedo a solas con Cliste y Astra.

“¿Vamos a confiar en un perro?”, insisto.  No puedo evitarlo.

“En un perro cualquiera no”, responde Cliste. “Pero en este perro en especial sí.  Es un viejo amigo.  En él sí confío”

Luego viene un silencio incómodo.  Cliste se aleja de nosotros y comienza a dar vueltas a la habitación revisando las tapas de los libros que hay ahí.  De vez en cuando con su pata empuja un libro para ver uno que está debajo.  Eventualmente encuentra uno que le interesa y se queda observándolo en silencio.  

Me volteo hacia Astra.  Ella claramente no está interesada en los libros.  En su lugar, va a la puerta de ingreso al ambiente en el que estamos y la vigila.  Al rato se aburre y va a una pequeña ventana que hay a un lado.  Se sube al borde de esa ventana y desde ahí mira a la calle.  Observa a la gente pasar.  Eso la mantiene entretenida.

Lo que es yo, no sé leer el idioma escrito de los humanos, así que no tengo mucho que hacer ahí.  Lo único que me llama la atención de ese lugar es el perro mismo, Ringo.  Decido ir tras él.

Quiero ver qué es lo que está haciendo detrás de esa puerta.  Quiero saber qué es lo que este perro sabe hacer que obligó a Cliste a amistarse con él.  Qué es lo que domina que hace que sea aceptable conversar con él.  Después de todo... Es un perro.  Y nosotros somos gatos.  No tiene ningún sentido.

Antes de atravezar la habitación me aseguro de que Astra esté ocupada mirando por la ventana y de que Cliste esté concentrado en su libro.  Entonces camino lentamente.  Llego al medio de la habitación y no me detengo.  Continúo con paso ligero hasta que llego a la puerta.  No está completamente cerrada.  Apenas llego asomo la cabeza para espiar a Ringo.

El cuarto está oscuro y la única luz viene de una superficie iluminada llena de letras negras sobre un fondo blanco.  Son letras de humanos, las cuales no podría leer aún si no fueran tan pequeñitas.  Esta superficie está en posición vertical y está colocada encima de una mesa de madera.  Delante de esta superficie hay un pedazo de plástico alargado con más letras humanas.  Es un pedazo de plástico negro con letras blancas.  Al lado de esa cosa de plástico hay otra cosa de plástico que parece un puño, el cual está encima de un cuadrado de cuero.  Todo está conectado entre sí y a la pared.  Es una de esas máquinas que los humanos se construyen para facilitarse la vida.  Los muy haraganes.

No he tenido ni un par de segundos para ver el lugar y noto que Ringo está parado delante de mí.  Lo que sea que ha estado haciendo ahí, lo terminó de hacer apenas hace segundos.  Al verme se sorprende.

“Hola, amiguito”, me dice amablemente. “¿Impaciente?”

Me toma unos segundos darme cuenta de a lo que se refiere.  Él cree que me estaba asomando porque lo que sea que estaba haciendo le estaba tomando demasiado tiempo y me había aburrido de esperarlo.  La verdad era que me estaba asomando para averiguar qué era lo que estaba haciendo aquí.  Por qué Cliste había venido a pedirle ayuda.  Decidí que no tenía sentido corregirle y consideré que me convenía dejarle creer que estaba siendo efectivamente impaciente.

“Pues no te desesperes”, me dice Ringo sonriente. “Ya tengo el resultado”

“Excelente”, de pronto resulta que Cliste estaba detrás de mí.  Esto me sorprende, pero no me asusta.  Cuando me volteo veo cómo Astra salta de su lugar junto a la ventana y viene junto a nosotros. “¿Pues bien?”

“Aquí tienes lo que necesitas”, dice Ringo.

Los gatos de MirafloresWhere stories live. Discover now