Décimo Novena Atmósfera

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Febrero.04

Mi abuela había vuelto hacía una semana atrás y acompañada por un sujeto canoso, alto y algo bronceado.

— Te presento a Ripped, Calum... un viejo colega el cual encontré en mi viaje.

Yo estaba almorzando junto a Naomi una mezcla de vegetales deliciosa que habíamos encontrado en internet.

Ella comenzaría la universidad en Nueva York junto a mí y ambos nos habíamos apuntado a gastronomía, ya teníamos todo planeado, organizado y pagado.

Mi abuela estaba tan feliz, al igual que ese día cuando ese hombre había tocado la puerta.

— ¿Colegas? — pregunté — Eras ama de casa, abuela, ¿cómo conociste al señor Ripped?

— Bueno, hijo... yo le conocí hace mucho tiempo, en realidad.

— Solía ser mi empleada, en realidad. — dijo cortando la frase de mi abuela el sujeto parado junto a ella.

Naomi casi escupe los vegetales.

— Espere... ¿no me había contado usted que se casó con el hijo de sus patrones, señora Uyork? — preguntó la rubia.

— No, abuela, dime que no es él.

— Ripped Uyork, tu abuelo.

***

No bastó esa tarde para gritarle a ese hombre que se esfumara de la casa, ni a mi abuela para que lo echara.

Naomi intentaba calmarme, pero nada podía hacer más que mirar como golpeaba la pared otra vez por furia.

Lloré angustiado y ella me abrazó por detrás mientras que cantó una canción de The Stokes "Under Cover of Darkness" y como también la sabía, la acompañé entre sollozos.

— Abandonó a mi abuela cuando más lo necesitaba, cuando mis padres murieron y tuvo que criar a un niño sola...

Esa noche no aguanté verlos dormir en la misma cama, ni cenar en la misma mesa, así que empaqué todo lo que necesitaba y le dije a Naomi que hiciera lo mismo.

Quizá nuestra aventura en Nueva York comenzaba antes.

"— sólo compra una motocicleta y sácame de aquí, Calum" — la había oído decir ese día de invierno bajo el árbol.

Me dolía dejar a mi abuela, pero más lo hacía verla junto a ese hombre quien estaba seguro de que en un mes volvería a dejarla y esta vez acompañado de su dinero.

Esta vez, no luché por ella.

Esta vez, acompañado de los faroles que iluminaban la calle nocturna, el ronroneo de la motocicleta, y mi novia que iba detrás, salí a unos 70 kilómetros por hora a la pista principal que nos llevaban a nuestro nuevo destino en Nueva York.

Atrápame en el siguiente otoñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora