LOS SAPOS QUE NUNCA FUERON BESADOS

1.1K 71 39
                                    

DISPARADOR: Romance. El amor que vio más allá de tu cuerpo y alma.

Soy un ser viviente, tengo sentimientos, heridas y respiro, pero eso a pocos le importa (por no decir que a nadie). Soy común y esa ordinariedad pasaría desapercibida si no tuviera una marca que se ve a simple vista. "Buen día, monstruo", me digo mentalmente todas las mañanas al despertarme. Ya no me molesto en ocultar mis defectos, ¿por qué tendría que hacerlo? Dejar de vivir como una persona normal porque la gente tiene rechazo al verme, les da impresión o se espantan. No es mi culpa tener la "marca del diablo", así es como me decían mis compañeros de secundaria y las cirugías plásticas me parecen un desperdicio.

Bostezo sin abrir los ojos y me acurruco entre las sábanas de algodón. Volteo lentamente y mi brazo izquierdo choca con algo duro y masizo, no hace falta abrir los ojos para saber que es Daniel. Él, al sentirme despierta, me estrecha entre sus brazos, aunque estoy un cien por ciento segura que todavía está babeando y es porque siento su respiración profunda acariciando el vello de mi nuca.

Me volteo por completo y encuentro ese par de ojos café que me observan somnolientos, pero sin atreverse a apartar la mirada de cada centímetro de mi rostro. Lo esquivo, porque todavía no me acostumbro a las miradas que profundizan y llegan hasta mi alma, haciendo que me sienta completamente desnuda e indefensa.

—¿Qué ocurre? —pregunta entornando los ojos, como si realmente me conociera.

No me gusta que me conozca tanto, no en tan poco tiempo. No me agrada la idea que pueda leerme tan fácilmente como si fuera un cuento escrito para niños y no un jeroglífico, no ahora que tan sólo llevamos cinco meses de conocernos y todavía queda mucho por descubrir en el otro.

—¿Me amas? —pregunto clavando mis ojos en su pecho.

Él se pone a jugar con un mechón de mi cabello rubio, acariciándolo y apreciándolo como si cada hilo dorado fuera valioso.

—¿Por qué preguntas eso? —Frunce el ceño mientras se acomoda para verme con más atención.

No quiero decirle que hoy se cumplen diez años de ese fatídico accidente, ni que todavía puedo creer que alguien tenga tanta fuerza de voluntad como para tener sexo conmigo sin que pague por él (aunque he probado contratar un trabajador sexual).

Él toma mi silencio como una respuesta y lo oigo suspirar. Sus dedos ásperos acarician la sensibilidad de mis marcas y me pongo tensa, porque todavía no logro acostumbrarme al tacto de mi piel marcada con la de alguien más. Desliza lentamente sus dedos índice y anular desde mi ceja derecha hacia mi clavícula, rozando la piel quemada como si mi rostro fuera seda. Cierro los ojos y mi respiración se hace irregular, agitándose a medida que se acerca a la zona más peligrosa: mi mejilla. Al unir los párpados, las imágenes de aquel día se hacen nítidas e invaden mis retinas.


El último día de diciembre. Un día caluroso en las playas latinoamericanas, pero la brisa nocturna saludaba a los turistas que se quedaban a ver el show de fuegos artificiales. Me recuerdo en la orilla del mar, dejando que el agua salada me acariciara, pero entonces los gritos llegaron y fue demasiado tarde para huir. La explosión me ensordeció, me cegó y lo único que podía sentir era cómo mis tímpanos habían explotado. Recuerdo a mi padre acercarse corriendo junto a mis hermanos, levantándome del suelo. Sé que mi hermano mayor Vidar, se acercó en zancadas hacia el hombre que explotó la pirotecnia cerca de mí, lo golpeó y lo dejó casi inconsciente sobre la arena, seguro mi cuñada lo sacó de allí antes que la policía llegara, pero ya no pude prestarle atención, estaba tan aturdida que ni siquiera recuerdo a mi padre llevándome entre sus brazos hacia el auto o haber llegado al hospital más cercano. Lo único que todavía se queda en mi mente fueron las horas que pasé llorando por el dolor y los días que tardé en aceptar que esa marca física quedaría para siempre en mí. Aquel año no me atreví a tener mi fiesta de quinceañera, ni siquiera a aceptar la idea de una celebración con máscaras. Tampoco me animé a aparecer por el colegio durante un año, hasta que la psicóloga dijo que ya era tiempo y que no podía seguir así. Años sin aceptarme, años llorando porque todos me miraban como si fuera un adefesio e incluso consideré la cirugía, pero los médicos me advirtieron que era tan grande la cicatriz que posiblemente no se arreglaría con facilidad, así que decidí tener la marca y ahorrarle dinero a mi familia.

Los sapos que nunca fueron besadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora