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Desilusión

El día de nuestra primera cita oficial estaba tan nerviosa que sentía náuseas de solo pensar que me llevarías a un restaurante lujoso, cenaríamos como una pareja y probablemente me besarías. Llevábamos dos meses siendo una especie de amigos con derecho, yo te demostraba mi cariño al igual que tú lo hacías a tu manera, pero jamás había tocado tus labios. Estaba muy segura de que la velada iba a ser perfecta y que mi primer beso sería de ensueño.

Si, Aiden, a mis diecisiete años tu fuiste mi primer beso y mi primer amor. Estaba tan ilusionada, ¿por qué tuviste que echarlo a perder?

Una semana antes había rebuscado en todo mi clóset tratando de encontrar algo decente que ponerme, pero cuando llegué a la conclusión de que no había nada apto para la ocasión, tuve que pedirle dinero a mis padres para comprarme un vestido. Era negro, lindo, resaltaba mi delgada figura y contrastaba con mis risos alborotados; mamá me había fotografiado como modelo de pasarela y papá simplemente me miraba pensativo desde la mesa de la cocina. Su sonrisa se veía cargada de preocupación.

Los minutos siguieron pasando y tu no llegaste a la hora que acordamos, me preocupé por ti.

¿Qué tal si habías sufrido un accidente de auto?

Todo mi cuerpo se tensó de solo pensarlo. Traté de mantener la calma y te llamé al teléfono móvil, nunca contestaste.

—Hija, ¿estás segura de que la cita era hoy?

—Claro, mamá—La desilusión en mi voz era demasiado notoria.

Cuando pasó una hora más y no llegaste, decidí irme a mi cuarto. Tenía un nudo en el pecho tan grande, que sentí que me consumía desde adentro; cuando me dejé caer en la cama, varias lágrimas recorrieron su camino hasta empapar todo mi rostro.

Escuché que la puerta se abría y le di la espalda a quien fuera que hubiera entrado. Debo aceptar que por un momento creí que era tu.

—Cuídate de ese muchacho, hija—Era papá, sonaba preocupado y melancólico. Supongo que ver crecer a su niñita tan rápido no era agradable para él.

—Aiden me quiere, papá—Soné tajante.

Qué equivocada estaba. En ese entonces no comprendía su paranoia y por qué siempre me advertía sobre ti; ojalá le hubiera hecho caso a sus palabras. Si lo hubiera hecho, probablemente, ahorita no tendría el corazón destrozado y no me sentiría tan sola.

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