12- El Faro de Alejandría.

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«Oh, tú que estás en alto, que eres adorado, cuyo poder es grande, un Carnero realmente majestuoso, cuyo terror penetra en los dioses cuando apareces en tu gran trono: debes abrir un camino para mí y mi alma, mi espíritu y mi sombra, pues estoy eq...

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«Oh, tú que estás en alto, que eres adorado, cuyo poder es grande, un Carnero realmente majestuoso, cuyo terror penetra en los dioses cuando apareces en tu gran trono: debes abrir un camino para mí y mi alma, mi espíritu y mi sombra, pues estoy equipado. Soy un espíritu digno; abre un camino para mí hasta donde Ra y Hathor se encuentran».

Libro de los muertos, capítulo 91[1].

 Nada consigue que la decepción me abandone. Ni siquiera las palabras que mi mafioso utiliza para confortarme. Ni la mano que me acaricia la cintura mientras me abraza logran arrancarme de esta mezcla de estupor y de sensación de fracaso. Y eso que han pasado días y ahora residimos en la capital.

—No pienses, focalízate en el paisaje. ¡Mira ahí! —Mi exnovio señala el Faro de Alejandría[2], nos encontramos pegados a él—. ¿Sabes cuántos historiadores y cuántos arqueólogos darían la vida por estar aquí como nosotros? ¡Concéntrate en ello, mi amor, ya se nos ocurrirá una idea para volver al presente!

—Tienes razón. —Le propino un golpecito cariñoso en el brazo y al rozarle los músculos percibo que parte de su fuerza revierte en mí.

     Y de verdad intento ser positiva porque Willem está tan destrozado como yo por haber cargado a los trillizos y que, de repente, se desvaneciesen en el aire solo para dejarnos con millones de preguntas sin respuesta.

—Sé que estás muy confusa porque el plan no ha funcionado. —Gira, se me pone frente a frente y me coloca las manos alrededor del cuello—. Pero eres muy creativa, Danielle, a la hora de elaborar métodos y de seguir estrategias. Pronto darás con uno que sí llegará a un buen resultado. Por eso ahora disfruta del faro, lo tenemos aquí y solo para nosotros. Antes lo veía en mi atelier cuando intentaba reproducir el cuadro de Marten van Heemskerck. ¡Y ahora soy testigo de su existencia! ¡Carpem diem![3]! ¡Vive el momento, estúdialo, empápate de él!

      Su pedido tiene lógica. Y, si no fuese por los bebés, saltaría de felicidad. ¡Hasta el propio Julio César le escribió frases de admiración! Si a él —un contemporáneo— lo impresionó, ¿cómo no hechizarme si he viajado hacia atrás en las brumas del tiempo?

     Así que, obediente, dirijo la vista hacia él. El faro —de tres pisos— mide alrededor de doscientos metros de altura y el mármol blanco me deslumbra al reflejar la claridad sobre la superficie. La torre que constituye la base tiene forma cuadrada y se destina a vivienda del personal. Constituye un ambiente excelente para trabajar, pues la rodea un patio de columnas similar al de los templos. Este detalle le proporciona un aura de misticismo. El piso del medio es una torre octogonal sobre la que se asienta otra con forma de cilindro.

     En esta última hay varias estatuas. La primera, de Zeus Sóter[4], acompaña los movimientos del sol durante las horas del día. Otra indica la dirección del viento y una tercera las horas. Y la principal sirve de alarma por si algún barco enemigo se aproxima a la ciudad. En una etapa de la Historia en la que no existen ni los radares ni la informática, el faro simboliza el milagro de la alta tecnología de la época.

La médium del periódico #4. El escarabajo del general Marco Antonio.Where stories live. Discover now