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Mi mamá nunca comprendió por qué siempre tenía esos cables enredados en mi cabeza.

 O por qué me alegraba tanto al tenerlos puestos. 

Tal vez era por que no podía escuchar sus gritos e insultos.

O tal vez por que no podía escuchar nada más que la preciosa melodía que se reproducía una y otra vez. 

Por que para mí cada canción era preciosa, y era preciosa por el simple hecho de callar a todas las voces a mi alrededor. 


   •º•


 Papá me amenazó con cortarlos por que no podía escucharle.

 ¿Por qué quería arruinar mi felicidad? ¿Acaso no me amaba como tanto clamaba?

 Así que desenredaba uno de mis cables cada vez que estaba en casa, atenta a cualquier llamado. 

Y las amenazas cesaron.

•º•


Tal vez las únicas voces que estos no podían callar eran las de mis profesores.

No sabía si los odiaban, o si tenían envidia por que yo podía tenerlos y ellos no.

Solo sabía que siempre me los arrancaban y no podía tenerlos hasta el final del día.

A veces pasaban semanas, y no querían entregármelos.

Así que dejé de llevarlos a la escuela.

Y el vacío en mi pecho no hacía más que crecer.

Y los síntomas de la abstinencia; aumentar.

 Enloquecía solo por estar tantos minutos viviendo en la realidad, en mi realidad.

Llegaba a casa desesperada enredando mi cabeza en esos cables, como si de una droga se tratase.

 Hasta que un día ya no pude hacerlo más.

 Por que mis cables estaban cortados por la mitad.

 Mi desesperación ya no podía crecer más; necesitaba salir de mi realidad.

 Así que enredé otros cables en mi cuello y con un salto ya no supe más. 


 Sólo que lo había hecho, por esos estúpidos audífonos.    




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He aquí un pequeño escrito que hice en una de las muchas noches en que la depresión y el morbo se apoderaron de mí.

Espero que les haya gustado

-Val. 

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