Capítulo 4

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"La ofensa que se haga a un hombre debe ser tal que no se permita venganza".

Nicolás Maquiavelo.

19 de diciembre de 1999.

Despertar esta mañana ha sido de todo menos placentero. Si por mi hubiera sido me habría quedado en la cama. He perdido a otro ser querido. Se fue lo más cercano que he tenido a un padre porque, siendo sincera, el que ostenta ese título no lo es para nada y, conocer su nombre, no ha hecho más que empeorar las cosas. Sí, ahora sé quién es. Pero lo mejor es decir las cosas en orden para no perderme en el proceso.

Ayer, después de que los doctores confirmaran el diagnóstico, fuimos a casa de Andrew a las afueras de Washington. Es un lugar amplio y grande que debió ser hermoso en el pasado, cuando su esposa se tomaba el tiempo de arreglarla, hasta que un hombre lobo entró una noche y la mató junto a sus dos hijos. Drew me dijo que, de vivir, tendrían las edades de Ethan y Hunter. Ahora comprendo por qué quiere tanto a esos dos y los cuida como si fueran de su familia.

La casa es espaciosa y bien iluminada a pesar del tiempo. La rodea un muro alto y tiene vestigios de que pudo tener un jardín muy cuidado con un solar que ahora se cae a pedazos y una piscina que ya nadie usa. El interior de la residencia tiene muebles maltratados pero aparentemente costosos en los 80's o 70's. Ethan me dijo que Andrew era un exitoso contratista en la capital hasta que murió su familia, momento en que los Miller lo conocieron y ayudaron. Fue el abuelo en persona quien lo sacó de la casa con vida y desde entonces se volvieron mejores amigos. En este momento la casa está llena de libros y botellas de whisky vacías que a su vez están cubiertas de polvo. Cuando se entra lo primero que se percibe es el olor a húmedo y un ligero tufillo a alcohol que parece estar impregnado en todo guardián con años de experiencia. Como sea, yo no soy quién para juzgarlos. En lo que a Drew respecta, incluso siento algo de admiración. Se enfrenta al recuerdo que su casa es para él todos los días y aun así sigue en pie, mayoritariamente ebrio, pero en pie que es más de lo que muchos pueden decir. Por lo demás, no puedo quejarme. La comida es realmente buena (los tres hombres tienen buena mano para la cocina) y tengo mi propia habitación. Parece que ya había pasado algún tiempo en ese lugar, así que todo es mío. Andrew incluso se tomó la molestia de comprarme ropa nueva y guardarla en las cómodas.

Como es de esperarse en todo este asunto, luego de una tensa cena en silencio, cada uno se fue a su cama y yo aproveché la privacidad para llorar y enfadarme con el abuelo. Todavía no logro asimilar que él ya no esté y que todo sea mi culpa, pese a que Ethan me conforta sobre el tema. Y en eso estuve hasta que me quedé dormida.

Esta mañana lo que me despertó fue la voz de Hunter llamando a mi puerta. Pese a que es la persona que menos quiero ver en el mundo, lo dejé entrar. Llevaba en la mano una charola de plata cargada de mi desayuno especial. Me dedicó una sonrisa incómoda y fue a sentarse a mi lado en la cama.

-Sé cómo te sientes... -intentó comenzar la conversación de una forma amigable pero su tono hosco (parece que no puede cambiarlo) no lo ayudó mucho. Además que me hizo enojar un tanto.

-No, no lo sabes –le reclamé –Él era lo más cercano que tuve a un padre.

El entrecejo de Hunter se contrajo como si quisiera decirme todas las groserías que se sabe y clavó la mirada en el gastado suelo de madera de la casa de Andrew.

-Sí, también era algo así como un padre para mí –bromeó, sorprendiéndome y a la vez haciéndome sonreír –Sé que no soy de tu agrado pero, no quiero que estemos en malos términos –murmuró, todavía sin mirarme –Así que te he traído una ofrenda de paz –me tendió la charola, acomodándola en la mesita de noche al lado de la cama.

LucyWhere stories live. Discover now