DOS

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Seis años antes.

Mi familia no cree en la suerte. Yo tampoco lo hacía, al menos hasta hace tres minutos, porque ¿cuántas posibilidades en el mundo había de que mi hermano consiguiera billetes para este crucero justo el día antes? E incluso si eso no fuera suerte, ¿cómo se explica que, de todas las personas que pudieran haber comprado un pasaje, además de nosotros, haya coincidido con el chico del tupé blanco que sonríe justo al otro lado de la mesa?

Si eso no es suerte, me temo que no sé lo que es.

—¡Bienvenidos todos al crucero Tritón! —exclama el capitán.

Doy un respingo que me obliga a apartar la vista del chaval de la piel pálida y a volver en mí rápidamente. Casi había olvidado que había más gente en este barco, en esta mesa, mientras celebramos una cena junto al capitán para darnos la bienvenida.

Llevamos aquí tanto rato que he terminado agarrando una servilleta y me distraigo estrujándola en mi mano una y otra vez. Quiero cenar, por amor de Dios, ¿por qué no se calla ya?

—Espero que disfruten de las ciudades que visitemos durante el viaje, de las actividades que les tenemos preparadas y, por supuesto, de esta maravillosa cena —dice por último el capitán.

Lo cierto es que no sé si habla así de alto por costumbre o porque realmente cree que no lo oímos, pero alguien debería decirle que pare. De todas formas, no es demasiado molesto como para no ser soportable. O quizá estoy demasiado perdido en el milímetro que separa los incisivos del chico como para que algo me moleste ahora mismo.

No, espera, no, vale, me molesta que el camarero me tape la vista mientras coloca los platos en la mesa, me molesta muchísimo.

—Eh, tete —me llama Álvaro a mi lado.

Él sí que me molesta mucho la mayor parte del tiempo, pero intento pensar que son los nervios de la boda los que lo hacen así de insoportable.

—¿Qué quieres? —le pregunto.

—Me sé un truco nuevo de magia, mira, presta atención.

Ni siquiera lo miro mientras mueve las manos con una gracia que no tiene para acabar enseñándome el dedo de en medio de su mano derecha. Eso sí, estoy dando lo mejor de mí para imaginarme la bacanal de nervios que debe de tener en el cuerpo para ser así de insoportable.

—Qué original, tete. Es que no me lo esperaba para nada —exclamo y le lanzo la servilleta de mi mano.

Él se echa a reír y mamá nos llama la atención. Ambos rodamos los ojos. Hacemos esto muy a menudo, supongo que es una de las pocas cosas que tenemos en común.

Lo cierto es que no somos los típicos hermanos que no se soportan o que se pelean mucho. Sólo es que nos apasiona chincharnos el uno al otro, pero por lo demás, admito que tengo un hermano bastante guay. De hecho, soy el único a quien le ha contado lo del bebé y la boda. Bueno, a mí y a su novia, por supuesto.

El camarero se acerca a nosotros, nos sirve los platos y, Dios, esto huele que alimenta. Ya me molesta menos que me tapase antes la vista del chico moreno.

Antes de marcharse, por supuesto, el camarero le hace un poco la pelota a mi hermano, porque lo ha visto jugar al fútbol en televisión y es un as. La verdad es que ni me entero de lo que dice; sólo quiero que se quite de en medio para poder buscar al chico con la mirada por encima de la mesa. Está luchando con su tenedor para cortar el pescado de su plato en lugar de utilizar el cuchillo que tiene justo al lado. Tiene pinta de ser bastante tozudo y eso me divierte.

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