CAPÍTULO II - Tercera parte

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Setenta y cinco horas, cuarenta y tres minutos, cincuenta y seis segundos. Esa era la cantidad de tiempo que me separaba de mi regreso a Colombia. Mentiría si les dijera que no revisaba el celular cada cinco segundos, como si por el simple hecho de hacerlo la cuenta regresiva fuese a bajar más rápido.

Anoche no pude pegar un ojo. Para cuando había llegado al hotel que la aerolínea nos pagó ya eran las 3 de la mañana... Es decir, la 1 en Colombia. No eran horas de llamar por teléfono. Hubiera querido hablar con Agustín, como le dije a mi mamá que iba a hacer, pero era tarde.

No. No estaba evitándolo. O al menos eso es lo que me estuve repitiendo hasta las seis de la mañana. Ya va a llegar el momento. Le voy a explicar todo y me va a entender. La parte positiva en mí prefiere creerlo.

No estoy acostumbrada a irme a dormir sin escuchar su voz, sin abrazarlo y decirle que lo quiero de acá a luna.

Al final, me ganó el cansancio y no tengo ni idea en qué momento me quedé dormida.

Por millonésima vez en cinco años, volví a soñar lo mismo. Siempre el mismo final, que me hacía despertar llorando. Lo hablé en terapia tantas veces... Algo acerca del inconsciente y sus advertencias eran las respuestas del psicólogo. Nunca le presté demasiada atención.

Probé miles de "técnicas" de sueños lúcidos para intentar cambiar el final, pero nada funcionó. A duras penas, había terminado por aceptar que ese sueño iba a acompañarme el resto de mi vida.

En el sueño, estoy sentada en el césped, mirando el cielo azul de verano. Puedo sentir una leve brisa acariciándome la cara. Pienso en el futuro prometedor que tengo por delante. Empiezo a imaginarme la vida juntos. Miro hacia abajo y sonrío.

Es el día más feliz de mi vida.

De pronto, me levanto y comienzo a correr entre las margaritas. Puedo sentir el calor del sol que me envuelve. Cruzo todo el campo y Dante está parado ahí, esperándome, con esa sonrisa tan característica de él. A medida que avanzo, lo veo con más nitidez. Cuando logro alcanzarlo, lo abrazo. Puedo sentir su corazón y mi corazón latiendo en sincronía. Lo tomo del cuello y lo beso apasionante. Lo miro a los ojos. Estoy a punto de decirle todo. Abro la boca, pero no puedo emitir ningún sonido.

Entro en pánico.

Dante me mira. De repente, su sonrisa desaparece. Me agarra de los brazos. Puedo sentir sus uñas lastimando mi piel. Trato de escaparme, pero no tengo fuerzas. El me suelta un poco, pero no lo suficiente, y me dice:

-Vos lo arruinaste todo. A mí ya me perdiste. Pero cuando lo pierdas a él... Ahí te vas a dar cuenta lo que es estar realmente sola.

Y así, como si nunca hubiese estado ahí, todo se vuelve oscuro.

Y me despierto en la cama de un hospital. Busco a mi alrededor, pero estoy sola. Grito y nadie me responde. Estoy muy dolorida y cansada.

Las luces se prenden, encandilándome por un instante. La puerta se abre y aparece un hombre. Es joven, tal vez de mi edad. Su cara me resulta conocida, pero no estoy segura de dónde. Me sonríe con frialdad. Se acerca a la cama.

Habla, y sus palabras son una sentencia:

-Nunca.

Entiendo todo.

Me largo a llorar.

El hombre se esfuma ante mis ojos.

Esta vez, despierto enserio.

Me levanté y salí corriendo al balcón. Necesitaba recuperar el aliento. Lloré hasta que se me acabaron las lágrimas. Cuando logré calmarme, agarré mi celular y llamé al hombre de mis sueños.

-¿Simona? ¿Qué sucede?

-Pasame con Agustín.

-Son las 7 de la mañana.

-No importa. Despertalo, por favor. Es urgente.

Esperé unos segundos, hasta que una vocecita somnolienta me habló.

-Hola...

-¡Hola, mi amor! ¿Te desperté? Discúlpame, pero no aguantaba más, quería hablarte. Te extraño mucho.

-Yo también.

-¿Seguís enojado conmigo?

-Creo que sí.

Esa respuesta tan dulce e inocente me hizo sonreír.

-¿Vos sabés que yo te amo, no? Sos lo más importante de mi vida, Agus. Tal vez ahora hay muchas cosas que no entiendas porque sos chiquito, pero quiero que sepas que todo lo que hice fue por tu bien.

-¡Ya te dije que no soy chiquito!

-¡Ay, perdón! Me olvidé que usted es todo un hombrecito. Mi principito azul... No sabés cuánta falta me haces... ¿Te acordás lo que siempre me decís cuando estoy triste?

-Sí...

-¿Me lo podés decir ahora? Estoy triste.

-Sí...

Se produjo un corto silencio que me hizo imaginar la cara de concentración de Agustín en ese momento tratando de ensamblar en su mente las palabras correctas de su frase favorita.

-Yo te digo que si vos estás triste, no quiero que estés triste, porque yo nací para acompañarte en la vida, para que seas feliz.

Sonreí. El rompecabezas de mi corazón se había acomodado otra vez.

-Te amo de acá a la luna, mi angelito de la guarda. Nunca, jamás, me dejes sola.

-Yo también te amo... mami.

Amarte en silencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora