Capitulo 34

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Por mucho que intentaba achicar aquellavía todo era imposible. En apenas unos minutos vi como el torrentede agua iba llenando todo lo que quedaba de aquella miserable barca.Sentí como el agua iba cubriéndome y poco a poco mis fuerzas meiban abandonando. Los crujidos de la madera ya de por si endeblehacían prever un abrupto final para ambos. El frio se iba apoderandode mí y mis dientes empezaron a castañetear mientras sufríatemblores y espasmos. Musite una oración aun a sabiendas que nohabía sido muy religioso, pero en este trance poco importaba ya. Lomejor era hacer borrón y cuenta nueva con el Creador para que fueselo mas magnánimo posible con un pecador como yo. No sé como perodebajo del agua mis últimas plegarias no dejaban de ser unoslatinajos mas parecido a unos gorgojeos acuáticos que unarrepentimiento sincero. Mientras mi boca se llenaba de mar y salitreiba expulsando las ultimas plegarias acompañadas de pequeñasburbujas. Pensé que nada podía se peor. Viéndome como erazarandeado como si fuese un muñeco por las corrientes que mellevaban y me traían de un lado a otro. Agotándome. Si intentaba irhacia la orilla seguramente seria despezado por las rocas y se mealejaba acabaría en mar abierto expuesto a cualquier bestia yexhausto. Pedí perdón por mis faltas, por mis pecados y a mihermano por haberle fallado. Estaba en paz y seguramente prontoestaría a lado de mi padre juntos haciendo lo que mas nos gustaba enel mas allá por toda la eternidad. Me sentí caer hacia el fondo. Lapaz y la oscuridad me fueron tomando. La luz del día se volvía masdifusa y lejana y mis signos vitales fueron ralentizándose. Tan soloabrí los ojos un momento mientras mis pulmones pedían aire y empecéa toser violentamente. No niego que el miedo hizo acelerar mi corazóny mi pecho ardía tanto que iba a explotar. Estaba a punto de perdertoda la noción y abandonar mi mísera existencia cuando de repenteapareció una mano y me metió un tubo por la boca. Nunca me habíasabido el aire tan delicioso. Mi cuerpo lo tomaba con ansia como sifuese un dulce negado a un niño y luego devuelto. Ahora que yaestaba relativamente repuesto se impuso mi curiosidad. Miré a mialrededor y vi a un joven delgado y musculado de ojos negros y pelocrespo como señalaba hacia el infinito y tomaba de nuevo el odrepara oxigenarse. El blanco de sus ojos brillaba como el marfil y suspupilas tenían el color y el brillo de dos gotas de miel. Eran unosojos enormes e intensos. Al principio solo vi a otros hombres dediversa procedencia con un escueto taparrabos y un odre de carnerobajo su pecho, en forma de saco respirador como el de mi salvador. Asu lado los peces nadaban tranquilos como si fuesen parte delpaisaje. El tipo me apretó el hombro y volvió a señalar el mismopunto. He de decir que debía estar algo nervioso ya que me clavo suslargas uñas en mi carne fina y delicada y podía haber gritado dedolor, pero no quería mas liquido en mi interior. Entrecerré losojos y vi algo que se movía en el horizonte arenoso. Algo que no eranatural. Al principio me pareció un armatoste, feo grande y queestaba fuera de lugar. Seguramente se habría caído de otro barco.Era como una especie de gran carro de madera con una ruedas grandes yrobustas. Encima llevaba como una gran campana cerrada de madera quese sustentaba sobre la plataforma rodada. No era muy veloz, pero sele veía robusto y resistente. Todo aquello era lo mas extraños einsólito que había visto en mi vida. Si que sabía de historias depescadores que contaban de increíbles relatos de moradores de laprofundidad, pero siempre me había parecido un cuento de viejas yalgo creado por alguien con la imaginación demasiado viva. Pero no,las crónicas se quedaban cortas. Mi nuevo compañero me conmino congestos a que le acompañase. Y así hice porque estaba mas que hartode respirar a ratos por el dichoso caño. Con mis últimas y gastadasfuerzas seguí al nadador que nunca mejor dicho se movía como pez enel agua mientras un servidor parecía una tortuga centenaria. Creoque hasta el artefacto acuático era mas rápido que yo. Al acercarmepude apreciar su magnitud y su ingenio. Aquel gran barril no teníauna sola fisura. El hombre se metió por debajo del tonel ydesapareció. Intrigado hice lo mismo y empecé a nada por debajo dela plataforma sin ver ninguna escalera, ni puerta. Tan anonadadoestaba que no me di cuenta que un par de manos me cogían de loshombros y me izaron al interior. Estaba dentro de aquella pipa. Unhombre delante y otro detrás mediante unos pedales hacían ir haciadelante o hacia atrás aquel mamotreto. Naturalmente no podía girarsu recorrido era muy reducido, pero era solo un apoyo para loshombres. En los laterales de los conductores había una bancadaredonda de madera para transportar al resto del equipo o si queríanpara descansar. También vi que la comunicación entre el barril y lacampana se hacía a través de -una manguera de cuero bien empapadaen cera y aceite-. La campana estaba provista, además, de unapequeña válvula que permitía la salida del aire expirado cuandopenetraba el fresco. El hombre oscuro hizo una despedida con su manoy se volvió a zambullir a las profundidades. Me parecía algoinimaginable que aquella puerta sirviese también de límite entrenosotros y el hostil océano. Los dos conductores me miraron concuriosidad y esperando algún tipo de explicación ante mi inesperadallegada. Ambos eran unos tipos de mediana edad uno de ellos llevabauna camisola de un color indeterminado por su suciedad. Un pañuelorojo que rodeaba su cuello y un pantalón bastante ancho anudado conuna cuerda de cuero.

-Bienvenido a Rodante. -dijo elconductor de la parte delantera. Este hombre debía de rondar loscincuenta años. Vestía unos pantalones azules arrugados y unacamisa color gris que llevaba desabrochada hasta el vientre. Teníael pelo revuelto y canoso, y la cara cubierta por la sombra de unabarba mal afeitada; por su aspecto y color, más que pelo, parecíaque se hubiese restregado por las mejillas con un coral.

-Me llamo Santos, Herminio Santos yeste es mi compañero Rodrigo Mainar. El otro asintió en silenciodándonos por saludados. Se trataba de un hombre muy anciano, con lapiel negra y arrugada como un pedazo de cuero podrido. Unas hebras depelo grisáceo brotaban de sus mejillas, en algo que parecía másuna tela de araña que una barba en condiciones. Sus ojos, rodeadosde arrugas, estaban velados por una capa blancuzca. Era una extrañapareja el hablador y el callado.

-De sus manos brotan artilugios como sifuese un mago. -Rodrigo era el aludido que siguió enmudecido, aunqueen sus ojos un brillo de reconocimiento se pudo atisbar. -Estopedales accionan unas poleas conectadas a unos engranajes y ruedasdentadas que amplifica la fuerza de la pedalada haciendo que no seadifícil avanzar bajo el agua.

-Yo soy Alejandro Navapotro. Graciaspor salvarme.

- ¿Como has llegado aquí?

Les hice un breve resumen de todo loacontecido mientras ellos me miraban entre la sorpresa y la duda.Mientras me miraban de reojo.

Me levante y toque las paredes de aquelmamotreto. Estaba perfectamente sellado sin que notase ningún tipode tensión por las presiones marinas.

-Nadie sabe que estamos aquí y nadiedebe saberlo. Para nosotros seria mas fácil devolverte de dónde hasvenido, pero no somos como ellos. -mientras señalaba con el dedohacia arriba.

- ¿Pero que hacéis aquí abajo? ¿Aquíno hay nada? Solo una isla desierta.

-Te equivocas lo que pasa que solomiras a la superficie lo que tus ojos quieren ver. Por suerte los dearriba también piensan lo mismo. Hemos tardado años en sacar estoadelante. Somos buscadores de perlas. Las perlas son un símbolo deperfección, belleza, distinción y riqueza

-Entonces todo esto es para que nadiesepa que tesoro hay debajo del agua.

-Exacto. Bajo la isla hay una grancueva subterránea donde esta nuestra base. Oculta y lejos de ojosindiscretos. Realmente llegar a la isla por mar es muy complicado,las mareas, arrecifes y corales han servido para extender su mortalleyenda. Pero amigo debajo del agua es muy simple.

-No tenéis miedos de perderos.

-Oh, no. En caso de peligro una enormecuerda tirara de nosotros hasta el refugio. Esto es como si sacásemosuna bestia a pasear.

-Somo parte del sequito del EmperadorPerla. Otro visionario. Gracias a esto ha creado un negocio prosperovendiendo estas joyas y así financiar su reino. Por desgracia demomento eres nuestro prisionero. Hasta que sepamos tus verdaderasintenciones. Espero que no seas un espía empezabas a caerme bien.Pero comprenderás que tu relato está a medio camino entre la locuray la falacia. Muchos estarían encantados de apoderarse de este oroblanco y algunos lo han intentado. Si te acercases a la isla veríasen las costas algunos esqueletos blanqueándose al sol.

- ¿Fuiste vosotros?

-Si, algunos desventurados que creyeronque seriamos un plato fácil y se indigestaron. Ahora cuando ven aesos desgraciados o lo que queda de ellos la gente habla y evita estelugar.

Tan absorto estaba que no me di cuentaque los buscadores entraron a la vez y a una señal del habladorconductor me redujeron.

-Se me olvido decirte que era la horade la vuelta. A nuestro emperador le encantara tu crónica. Nosiempre encuentra historia tan buena.

- ¿Y si no le gusta?

-Entonces será tu último capítulo.

Continuara...


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⏰ Last updated: Mar 30, 2018 ⏰

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El ParlanchínWhere stories live. Discover now