Cinco

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[El chico que está frente a mí]

Tsukishima sabía —lo sabía mejor que nadie, maldita sea— qué tan mierda de persona podía ser.

Y no le importaba mucho demostrarlo, lo hacía frecuentemente utilizando sus bromas en Kageyama y Hinata, o en actuar tan prepotente delante de otros, tampoco le importaba mucho tratar de ocultarlo, porque no le importaban esas personas y lo que pudieran pensar (aunque con el rey y la carnada de Karasuno era diferente, era menos cabrón, quería pensar que se debía a que eran compañeros de equipo, no porque los considerara como amigos, claro que no, Dios).

Pero una cosa eran esas personas, tan fuera de su radar como para importarle, y otra cosa era Yamaguchi, su Yamaguchi. El chico que era el centro de su vida, de su universo, su mejor amigo y, sobre todo, la persona de la que estaba enamorado.

Escuchar esas palabras salir de los labios del peliverde le dolió más que recibir un golpe, le dolió más que cualquier acción de rechazo que el pecoso le pudo haber dado, que Yamaguchi le dijese hipócrita le abrió el alma, porque, además de ser la persona que más amaba en su vida, aquellas palabras eran la realidad.

La realidad que Tsukishima se negaba a aceptar.

Porque era un maldito orgulloso que no sabía cuándo dañaba a alguien porque regularmente no le importaba nunca y aquel comportamiento lo había pagado Yamaguchi de una forma muy cara. Porque sabía muy bien en el fondo, que cuando le reclamaba a Yamaguchi por Makoto y Yukio no tenía ningún derecho, tenía que quedarse callado, hacerse a un lado, porque se lo había buscado actuando de esa forma tan imbécil cuando salía con aquella chica, y pese a eso, pese a que Yamaguchi le estaba dando una oportunidad —una oportunidad grandísima, una oportunidad que solo él, una persona tan amable, con un corazón así de grande podría darle— seguía actuando de aquella manera.

Se congeló cuando Tadashi pronunció esas palabras, pero solo fue el comienzo, porque las palabras que vinieron después fueron más pesadas, con más carga.

Tsukishima siempre quería hablarlo, intentar que Yamaguchi sacara el tema de una vez por todas, que se desahogara, que ambos lo hablaran, justamente para que aquello no ocurriera, para que Yamaguchi no explotara —de una vez por todas, Dios— y saliera corriendo.

Y ahora él también estaba corriendo, el tiempo le pisaba los talones y la angustia le subía por la garganta. Corría porque sabía que su historia tenía dos posibles finales.

Uno de ellos era en donde se rendía, dejaba de buscar como desesperado a punto de sufrir un ataque de nervios y esperaba hasta el lunes. Pero Tsukishima lo conocía bien, detrás de esas pecas sonrojadas y apariencia tímida había alguien extremadamente fuerte, alguien que cuando se decidía podía ser muy terco. Yamaguchi seguramente tomaría la decisión de darle fin a ese juego que ambos llamaban amistad —aún cuando ésta estaba más que rota—, le diría que ya no quería más todo aquello que sobraba de sí mismos y que era lo mejor para ambos. Ya se lo imaginaba, mirándolo decidido, con sus puños temblando, pero sin retroceder una pizca, diciéndole que todo estaba terminado para ellos.

Quería echarse a llorar de solo pensarlo, pero correr era difícil con lágrimas en los ojos. Así que no lloraba, seguía corriendo sin detenerse. Porque prefería el otro final.

Aquel final en donde, aún con el sudor cubriéndole la frente y su rostro pálido por el miedo que daba el pensamiento de perder a su mayor regalo, daba con el paradero de éste, lo encontraba y lo agarraba fuertemente antes de que pudiera huir, y le explicaba todo, le explicaba qué tan estúpidos habían sido y cuánto habían sufrido innecesariamente por no tener el valor suficiente para hablarlo desde un principio, le diría que en definitiva eran unos estúpidos por lastimarse de esa forma. Lo sostendría en sus brazos y le prometería que no se repetiría, porque Tsukishima se encargaría de hacer hasta lo imposible para que no volviese a alejarse de su lado.

Me rindo, TsukkiWhere stories live. Discover now