Capítulo 3: El secreto de las despedidas

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Agoney no quiere perderlo, pero lo hace.

Porque, aunque cinco semanas parezcan todo el tiempo del mundo, no lo son. La tutora, como si aquella no fuese una pérdida casi insoportable, les indica que su tiempo juntos ha llegado a su fin, que archivará los nuevos datos y que pronto recibirán otro mensaje. 

Y en ese momento, sí, le canta je suis venu te dire que je m'en vais. Porque, aunque daría cualquiera cosa por no tener que despedirse de Raoul, debe hacerlo. Y está seguro de que hay mil canciones mejores para un adiós, pero esa es la suya. Es la que lleva casi cuatro semanas rondando en su cabeza cada vez que mira la cuenta atrás en la pantalla de la tutora. La que tatarea casi sin quererlo cuando se despierta por la noche, con Raoul apoyado en su pecho, y recuerda que no seguirá ahí durante mucho tiempo más.

Así que comienza a cantarla, sabiendo que no será capaz de despedirse con sus propias palabras. Nunca se le ha dado bien hablar en ocasiones importantes, para eso está la música.

Raoul no entiende ni una palabra de la canción, pero sí la mirada triste de Agoney y su voz emocionada. Siente que la barbilla le tiembla y una solitaria lágrima que no tarda en limpiarse cae por su mejilla. Ante él tiene lo más hermoso que ha presenciado en su vida, pero también es su golpe de gracia. Porque, cuando termina, se entierra en los brazos de Agoney y sabe que es el final.

Por cómo se estremece su cuerpo, nota que el otro también está llorando. Y haría cualquiera cosa, lo que sea, por cambiar aquello. Por poder decirle que esto no es un adiós, que no deberían obedecer a un estúpido sistema y que lo quiere. Que lo quiere tanto que a veces no se cree su suerte. 

Si lo hiciera, si fuese capaz de sacar el peso que se encierra en su pecho, el moreno dejaría todo para huir con él a cualquier parte. Pero no lo hace. 

No se besan a modo de despedida y Agoney está seguro de que se arrepentirá de ello durante toda su vida. 


Pasan los días y echa de menos a Raoul amaneciendo en sus brazos, enfadándose con sus bromas para que después ambos terminen riéndose en el sofá, esperándolo sonriente cuando termina de trabajar... 

Su casa no parece un hogar y siempre, por mucho que encienda la chimenea, tiene frío. Un frío que se le instala dentro y, al parecer, Raoul era el único que podía hacerlo mitigar.

Comienza a plantearse si, al fin y al cabo, el sistema habrá cometido un error. Por lo que sus creadores dicen, acierta en más del 99% de las ocasiones, y todas las personas que ya han encontrado a su pareja definitiva gracias a él están encantadas. ¿Es posible que Raoul y él sean la excepción? Puede que así sea, necesita que así sea. 

Así que, una tarde antes del trabajo, decide pedir consejo a una de sus compañeras.

— ¿Recuerdas al chico con el que salía? ¿Raoul? —Pese al dolor, no puede evitar sonreír al pronunciar su nombre en voz alta. Ya han pasado dos semanas y es la primera vez que lo hace. Incluso es reconfortante. Hablar sobre él hace que vuelva a estar presente. Y casi puede fantasear con que no lo ha perdido. Casi.

Miriam asiente y da un trago a su refresco.

— ¿El que venía a verte? ¿Está por aquí?

Agoney niega con la cabeza, toma aire, y comienza su historia. Le cuenta cómo se conocieron, lo que hicieron juntos (saltándose algunos detalles y pretendiendo que no está roto por dentro) y, finalmente, cómo la relación llegó a su fin.

— Sé que las normas de la tutora son claras y nuestro tiempo juntos se acabó. Pero tiene que ser un fallo del sistema. Porque han sido cinco semanas perfectas y ahora no puedo dejar de pensar en él, Miriam, no puedo. Desearía tanto poder llamarlo, pedirle que vuelva y decirle que fui un imbécil por dejarlo marchar.

En ese momento se le ocurre. ¿Y si se salta las normas y aparece en casa de Raoul? ¿Y si deja de obedecer al sistema? Muchas gracias por vuestra ayuda, pero ya no la necesito.

— Puede que volváis a encontraros. —Su voz pretende sonar tranquila y esboza una sonrisa triste.— Confía en la tutora; tienen todos tus datos y has firmado un contrato. 

— ¿Qué pasaría si lo rompo?

El gesto de Miriam se tuerce y, acercándose más a él, baja la voz notablemente.

—Agoney, no puedes. Son las reglas... ellos te encuentran pareja y tú obedeces. He oído... — Pero se interrumpe antes de continuar.— No debería hablar sobre ello.

— Venga, dilo.

— Os harían desaparecer. —Se muerde el labio, dudando.— Un amigo de mi hermano rompió su relación antes de lo establecido, y no ha vuelto a verlo.

El rostro de Agoney se contrae en una mueca de sorpresa.

— ¿Cómo es posible?

— Dicen que se lo llevaron al otro lado de la muralla. —Comenta, señalando hacia una de las ventanas. De lejos, tras varios edificios, se ve parte del gran muro que separa la ciudad de lo que sea que haya al otro lado.— Utilizar el sistema no es obligatorio, ya lo sabes. Pero si lo haces, no puedes llevarles la contraria.

Agoney decide cambiar de tema, ya ha tenido suficiente. Nadie viene del otro lado de la muralla, nunca. Es como una regla implícita que todo el mundo conoce y de la que no se habla. Y tampoco se va nadie, o al menos eso pensaba hasta ahora.


Aún está a un kilómetro de la casa de sus padres y la lluvia cae implacable, obligándolo a refugiarse en un centro comercial. Raoul se quita la capucha y mira su reloj de pulsera. Las diez y media. Y sabe perfectamente lo que eso significa. Que el turno de Agoney en el hotel ha empezado hace no mucho, y está muy cerca de él. Sólo tendría que cruzar la calle y caminar unos cuantos metros. 

Pero no debe hacerlo. Por mucho que desee escuchar su voz de nuevo, verlo aunque sea de lejos, dejar de sentirse solo por unos instantes; no debe hacerlo. Porque está seguro de que no podrá apartar los ojos de él en toda la noche, de que no aguantará las lágrimas y de que, si lo ve otra vez, le suplicará que lo quiera de nuevo. 

Cierra los ojos con fuerza y se convence, como lleva dos semanas haciendo, de que es mejor así. Tal vez, cuando ya no duela tanto, pueda pasarse algún día por allí y fingir que es una casualidad. Esperar a que termine de trabajar e invitarle a una copa después. Seguro que sonreirá de lado (porque Agoney siempre sonríe de lado y eso derrite, o más bien derretía, el corazón de Raoul) y dirá que no bebe alcohol, pero acabará haciéndolo; porque una noche es una noche y el rubio muy convincente.

Pero cuando sale del centro comercial, camina hacia la casa de sus padres. La lluvia lo ayuda a despejarse y pensar. Cuando se separó de su "chico de verano" no fue tan doloroso. Triste sí, pero tenía claro que aquello era el final. No encajaban tan bien y no estaba tan jodida e irremediablemente enamorado. Tal vez no lo estuviese en absoluto, ¿qué más da? Ahora ha perdido a ambos y el hueco que Agoney ha dejado en él lo está matando. 

Hang the Dj: RagoneyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora