VII

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Entró a su habitación, y se encontró con la niña, atada por completo en una silla.
Estaba con los ojos rojos, parecía que había estado llorando, pero dudaba que fuera eso.
—¿Hablarás o no? ¿O tendré que quebrarte los huesos para que lo hagas? —le inquirió Adam acercándose a ella.
—Eva no quería dañarla, solo estaba buscándote a ti.
—¡No mientas! —le grito asustándola, apretando uno de sus hombros y haciéndola sollozar—. Casi la matas.
—No —lloró—. Eva solo quería dormirla.
—Di la verdad o te quiebro el hombro, ¿por qué me buscas? —preguntó hundiendo sus dedos en la piel de niña.
—Si-i Eva no te encontraba, iban a-
Dejó de hablar al sentir que el moreno cumplía su promesa, gritando de dolor.
—¡Ya basta! —le gritó Laura acercándose a él—. Es sólo una niña, deja de torturarla.
—No es una niña, es la apariencia que ha tomado para confundir.
—No —sollozó—. Así es Eva.
—¡Deja de hablar en tercera! Me enferma.
Lo tomó de uno de sus brazos, y lo alejó de Eva, poniéndose en medio de ambos.
—Es suficiente, Adam. Ésta es mi casa, y aquí no permito el maltrato de ningún tipo.
—¿Eres estúpida? Si no te hubiera ayudado, hubieses muerto.
—Ella te dijo la verdad. Antes de desvancerme, me dijo que solo me dormiría.
Se giró, y miró a Eva, quien seguía llorando en silencio, mirando hacia abajo.
—Quiero que me digas la verdad, ¿de acuerdo? Si tú me ayudas, yo te ayudo —le habló con calma Laura.
—Ya no hay tiempo —le dijo negando con la cabeza—. Harán estallar los brazos de Eva —pronunció llorando con desesperación—. Y eso duele mucho.
—¿Quién hará eso?
—El doctor, le hará daño a Eva de nuevo.
Miró a Adam, suplicante.
—Por favor, asesine a Eva.
—Trae un bisturí, o algún cuchillo con filo —le dijo serio a Laura.
—¿Qué? ¡No! No matarás a nadie.
—Obedece —le dijo apartándola de mala gana—. Si tienes una navaja mejor.
—No, no la matarás.
—Si no haces lo que digo, harán volar este edificio entero, ¿eso quieres? ¿Que mueran inocentes?
—No —Murmuró, mirando a la niña.
—Entonces ve y trae algo filoso ya.
Cuando Laura se fue, se acercó a la niña.
—Yo no me creo el cuento de niña inocente.
—Eva no es inocente —pronunció en un tono melancólico—. Solo es una niña, pero no inocente.
—Que no eres una niña.
—Yo sólo quiero... Terminar con esto.
Laura volvió con una navaja que guardaba de su padre.
—Espero sirva, es lo único que encontré.
—¿Y tiene filo?
—Eso creo.
—Te soltaré —le dijo serio a Eva—. En la primera que intentes una estupidez, pierdes un ojo.
—¡Adam! —exclamó consternada la castaña .
—Tú cierra la boca —pronunció mientras cortaba las sogas con las que había atado a la niña—. Extiende tu brazo derecho.
—¿P-Por qué?
—Tú sólo hazlo.
Eva lo hizo con temor, y él lo tomó con fuerza, pasando sus dedos por su piel.
—¿Qué haces? —le inquirió Laura colocándose junto a la niña.
—Busco los dispositivos.
—¿Se los sacarás con una navaja?
—Sí —le dijo con simpleza, tomando la navaja con firmeza y hundiendo el filo en la carne de la niña.
Eva apretó los labios, para no gritar del dolor, mientras las lágrimas mojaban su rostro.
—Tranquila —pronunció Laura abrazándola—. Pronto te sacarán esas cosas.
—Sí, mejor tranquilízante —gruñó Adam—. Eres inestable, y si comienzas a curarte, no podré quitarlo —se quejó escarbando con su cuchillo.
—P-Pero du-duele mucho.
—Piensa en otra cosa, en algo que te guste —Sugerió la castaña.
—¿U-Un perrito?
—Sí, sí, los perritos son lindos.
Adam quitó el dispositivo y lo arrojó al suelo, pisándolo.
—¿Cuántos tienes?
—Eva no lo sabe.
—Demonios —gruñó rodeándola para acercarse a su otro brazo.

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Suspiró mientras acariciaba el cabello de Eva. Se había dormido luego de que Adam le quitara los dispositivos.
—¿Cómo pueden hacerle eso a una niña?
El muchacho la observó con el ceño fruncido desde el sillón de enfrente.
—No es una niña, eso nos hacen a todos. Y en segundo lugar, no puede quedarse aquí.
—¿Y ahora tú decides en mi casa?
—Ya es peligroso conmigo aquí adentro, y de seguro la estaban rastreando, debes echarla de aquí.
—Por supuesto que no haré eso, puedes irte tú mejor.
—¿Irme yo? Debemos irnos ambos, ¿Qué parte de que la rastreaban no entendiste?
—No voy a dejar mi casa, este es el lugar más seguro.
—No seas estúpida, aquí-
—¡Ya deja de decirme estúpida! —le dijo molesta.
—Entonces razona lo que te estoy diciendo.
—¿A dónde diablos quieres que me vaya?
—No lo sé, tu padre tenía dinero, de seguro puedes comprarte otra casa o algo así.
—Sí, mi padre tenía dinero, pero lo he usado en el tratamiento de mi hermanita.
—Eso es tirar el dinero.
—Ya me estás  hartando, Adam. No opines de algo que no puedes entender, tú no tienes familia.
—No, pero si la tuviera, haría lo posible para darle calidad de vida, no eso que tú haces por ideas estúpidas. Tu hermana hoy podría estar aquí contigo, pero no, está postrada en una camilla, fingiendo que todo está bien.
—Vete a la mierda, es más, quiero que te vayas de mi casa.
—No me iré.
—Sí lo harás, ya no quiero vivir contigo.
—Lo siento mucho por ti.
—Eres un maldito desagradecido —pronunció sintiendo un nudo en la garganta.
Sacudió suavemente a Eva, despertándola.
—Ven cariño, estaremos más cómodas en mi habitación —le dijo poniéndose de pie ambas.
Las observó irse y luego bufó molesto. ¿Por qué se ofendía? Él solo le había dicho la verdad.

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Entró al baño que estaba junto a la habitación de Laura, y al salir, abrió suavemente la puerta.
No confiaba en lo más mínimo en Eva. Pero allí estaban ambas, durmiendo.
Se puso de cuclillas junto a la cama, del lado de Laura, y la observó.
¿Qué pasaría por su mente para dejar dormir a una asesina junto a ella? Pero claro, con él no quería tener sexo.
Frunció el ceño y apretó la nariz de la castaña con su dedo pulgar e índice.
Se despertó asustada, sentándose rápidamente en la cama al sentir que no podía respirar.
—¡¿Por qué hiciste eso, estúpido?! —le gritó despertando a Eva también.
—Quería hablar contigo.
—Eres un infeliz, sal de mi habitación.
—Hablemos, y no te molestaré.
Miró a Eva y acarició su cabello con una de sus manos.
—Tú duerme tranquila, descansa.
Asintió con la cabeza y volvió a acostarse, abrazando la almohada.
Laura miró molesta a Adam y lo siguió hasta la sala.
—¿Qué demonios quieres?
—Primero, disculparme por lo de tu nariz, y segundo, decirte que debemos irnos cuanto antes.
—Te disculpas por lo de mi nariz, ¿Y no por lo qué me dijiste?
—Lo que dije antes era verdad. Y afuera del edificio, hay un auto estacionado desde hace cuatro horas.
—¿Y qué con eso?
—Que ya la han encontrado, o nos vamos, o aquí se termina todo para ti.

...

Synthetic's boyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora