Capítulo 31

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Kipling observó atento a Paula mientras ella terminaba de lavar los platos que había usado durante el día junto con los utensilios de cocina, limpiándose las manos en el delantal que usaba para luego quitárselo y dejarlo sobre un banco, sentándose para hablar con su amigo después de terminar con una agotadora jornada laboral.
-Hoy llegaste muy emocionado  ¿Puedo saber que te pasó?
-Invité a Noodle a una cita y ella aceptó. – Respondió sonriente el hombre, Paula contenta por él.
-¿Y que vas a hacer?
-Pues pasear con ella, llevarla al cine y comer unos pastelillos en la cafetería.
-¿Sólo eso?
-¿Qué más debería hacer? -Preguntó inocente, su amiga negando divertida.
-Besarla.
-¿Qué? No, yo…
-¿Jamás  has besado? – John se sonrojó, nervioso, después de todo, un hombre de su edad ya debía tener esa experiencia por lo menos.
-No te mentiré. – Inspiró fuertemente antes de confesarse. – Yo no he besado a una mujer antes.
-¿Enserio? – John asintió avergonzado de sí mismo, Paula entretenida con él.
-No tuve tiempo, mis padres me aconsejaron siempre pensar en estudiar primero y deje ese tipo de cosas de lado.
-¿Te gustaría aprender? – Él la miró, ella con las mejillas levemente rojas por su propuesta, pero confiada al saber que él era su amigo.
-Yo… no lo sé.
-¿Quieres que Noodle se decepcione de ti por no saber besar?
-No. – Respondió en un suspiro. - ¿Tú ya has besado?
-Un par de veces, por eso sé que debe hacerse y lo que no.
-Esta bien, aceptaré tu ayuda. – La tomó del cuello y presionó sus labios contra los de ella de forma torpe y desabrida, sus ojos tan apretados como su boca.
-¿Qué demonios fue eso? – Le preguntó, John frunciendo el ceño ante lo obvio.
-Un beso.
-Uno terrible. – Criticó severa. – Si besas a Noodle así, ella no te querrá cerca.
-¿Entonces que debo hacer?
-Primero debes mirar a los ojos y mostrar que deseas besar. – Contestó, mostrándole la manera de mirar que debía tener. – Luego miras sus labios y te muerdes el labio inferior sólo para provocar. – Susurró, acercando su rostro al de John. – Después presionas con delicadeza tu boca contra la de quien estés besando y la abres un poco para profundizar.
El ingeniero hizo caso a sus indicaciones, tomando la boca de Paula en un beso suave en el que lentamente sumó los dientes y la lengua, apreciando un par de gemidos que escaparon de la mujer, las pequeñas manos enredadas en su pelo, los brazos de John apretándola contra sí.
Se separaron unos centímetros, jadeando por aire antes de volver a chocar sus bocas en un beso apasionado, Kipling gruñendo al desear tenerla más pegada al cuerpo, su mano derecha perdiéndose en el pelo liso de Paula, empujándola para tener más de ella. 
-Así es como se besa. – Murmuró Paula. – Espero te haya quedado claro. – Trató de separarse, sin embargo, él la detuvo.
-Creo… creo que no entendí. – Dijo con voz baja y grave, deseoso de volver a besar a su amiga. – Aún es temprano y tienes tiempo para enseñarme correctamente.
-¿Qué no entendiste?
-Todo. – Se lamió los labios, besándola nuevamente, acariciándola a placer.
-Con gusto sigo con tus lecciones. – Soltó en medio del beso, dejándose llevar por el agradable aroma y sabor de Kipling. 
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Stuart se estremeció, mirando fijamente su taza de té, intentando conseguir fuerzas para decir lo que atormentaba a su corazón.
-Debe ser muy grave lo que te trajo de vuelta a Manchester, porque prometiste jamás volver.
-Sé lo que dije, Percival, no debes recordármelo. – Sacudió sus manos para calmarse. – Yo tengo un problema, uno grave y necesito tu ayuda.
-Bueno, para eso estamos los amigos ¿No? – Stuart asintió, dándole la razón. - ¿Qué te pasó, amigo?
-Me enamoré. – Percival se sorprendió ante la respuesta del fraile, observando al joven que siempre estuvo seguro de su vocación.
-¿De quién?
-Se llama Noodle y es la maestra de Wolfshire, es… es hermosa, divertida, le gusta el cine y es agradable estar cerca de ella.
-¿Cómo sabes que es amor? – El hombre de pelo azul abrió sus ojos, preguntándose lo mismo.
-Quiero pasar el resto de mi vida con ella, verla despertar en las mañanas y dormirse en las noches, quiero pasar mi vejez a su lado sabiendo que hice bien al elegirla, que me permita ser el padre de sus hijos, que seamos felices juntos.
-Cuando comprendí que amaba a Cassie, pensaba igual que tú y eso me llevó a dejar los hábitos, no podía ni quería elegir, pero, al final, debía hacerlo y, al pensar que me dolía más, dejar a Cassie me parecía un infierno desagradable.
-Yo hice algo que no debía, falte a mis votos por amor, tuve relaciones con Noodle. – Percival asintió, percibiendo un dejó de sufrimiento en la voz de su amigo.
-¿Te arrepientes?
-No. – Soltó seguro.
-Pues no entiendo que quieres de mí.
-Tuve que separarme de Noodle, alguien a quien yo llamaba amigo me advirtió sobre lo que podría pasarle a ella si seguíamos juntos siendo yo un sacerdote.
-Y tú, tan idiota, lo escuchaste.
-Sí, rompí con ella de la peor manera para asegurarme de que no me perdonase, sin embargo, ahora veo que cometí un error, no, el error siempre lo vi, sólo que no fui lo suficientemente valiente como para decirle la verdad
-¿No pensaste en la dispensa papal?
-No, estaba espantado y mis miedos pudieron más que yo. – Contestó con la mirada gacha, sintiendo de pronto la culpa de no pensar en esa solución antes.
-Si quieres un consejo, te lo daré. – Se acomodó en su sofá antes de continuar. – Deja los votos y comienza con lo de la dispensa, porque se demora un tiempo.
-¿Y si ella ya no siente lo mismo por mí?
-El amor, el verdadero amor no se puede matar, amigo mío, aunque hayas hecho una estupidez gigantesca, ella podrá perdonarte.
-Ojalá sea verdad.
-Lo será, confía en mí. – Respondió alcanzando una taza para beber un poco de té. – Debes ir donde el obispo y renunciar formalmente a tus votos, con eso ya podrás tener una relación con la mujer que amas, después debes enviar una carta al Vaticano solicitando la dispensa y podrás casarte y ser feliz. – Explicó, dejando satisfecho a Stuart.
-Sabía que podía contar contigo. – Mordió un pastelillo antes de continuar. – Haré lo que dijiste y, si todo sale bien, volveré a visitarte con mi esposa.
-Eso espero, cabeza hueca, eso espero.
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Paula rastrilló los dedos sobre la camisa de John, disfrutando de los besos que él dejaba en su cuello, felicitándolo entre gemidos por lo buen alumno que era, pues en menos de dos horas había logrado dominar un arte desconocido para él, no obstante, un persistente hormigueo en su entrepierna  le hacia preguntarse hasta que punto estaría el ingeniero a llegar si ella se lo proponía.
-John.
-Dime. – Musitó separándose de ella de mala gana.
-Si tú no habías besado a nadie antes, eso quiere decir que eras completamente virgen ¿No?
-Supongo que sí, pero ¿Dónde quieres llegar con eso?
-¿Te gustaría aprender otra cosa? – Kipling se estremeció, mirando a Paula directamente a los ojos.
-¿Es bueno?
-Estoy segura que te gustará. – Murmuró, besándolo con hambre, él correspondiendo de la misma manera.
-Entonces si quiero, enséñame todo lo que sepas, Paula.
La mujer sonrió, alcanzándole una mano para tirar de él hacia su habitación en la trastienda, cerrando la puerta para que ningún curioso pudiese ver lo que pasaba dentro.
-¿Has visto a una mujer desnuda, John? – Él negó, sintiendo los nervios crecer, el deseo apagando su sentido común y la parte de su cerebro que le recordaba a Noodle, todo en su cuerpo enfocado en Paula, en sentirla y dejarse llevar por ella. – Bien, pues lo haré yo. – Deslizó su vestido por su cuerpo, quitando de paso el corpiño y cualquier otra prenda, mostrándose como había llegado al mundo al ingeniero, quien abrió la boca para luego cerrarla, percibiendo como su sangre se reunía en un solo lugar.
-Yo… Paula.
-No te preocupes, puedo ayudarte. – Murmuró acercándosele para besarlo, quitando cada botón de la camisa de su ojal con experiencia, gimiendo ante lo hermoso que era el hombre con quien compartiría su cama.
Se arrodilló para quitar el pantalón junto con la ropa interior, revelando su dureza lista para entrar en ella. Se apresuró en desvestirlo, quitándole los zapatos y calcetines, todo estorbo para poder hacer lo que ambos estaban deseando.
Se levantó de un salto, volviendo a la boca masculina, caminando tentativamente hacia su cama, dejándose caer los dos en el colchón de la mujer, Paula sobre él, separándose para lamer su fuerte cuello hacia su pecho, dispuesta a sacrificar su propio disfrute sólo para complacerlo en su primera vez, no obstante, John tenía planes diferentes, dándose la vuelta para dejar a su amiga debajo, encargándose de desesperarla lamiendo y chupando sus pechos como había escuchado a sus amigos en la universidad que debía hacerse.
Paula lo abrazó con las piernas, restregando su húmeda entrada contra la dura erección de él, suplicando silenciosamente que acabara con la agonía de ambos, deslizando una mano para acomodarlo y luego empujarlo con las piernas, sintiendo como la llenaba completamente. John lanzó un quejido placentero, besando a Paula antes de moverse, disfrutando de las uñas clavadas en su espalda y de la estrechez del interior de la mujer, empujando cada vez más fuerte, enloquecido por el placer, escuchando los gritos de ella al aumentar el ritmo de sus movimientos.
Ella se arqueó, gritando mientras él la mordía en el hombro, dejando su marca mientras se vaciaba en su interior, los dos temblando ante el ataque de placer que los inundó por unos segundos.
John suspiró feliz de saber como complacer a una mujer, saliendo de Paula para acomodarse y abrazarla contra él, la mujer aún agitada por lo que habían hecho, dándose cuenta de que se estaba enamorando de Kipling.
Lo miró, el ingeniero durmiéndose inmediatamente, Paula aguantando un gemido angustiado, sin saber que era peor: amar a un político hipócrita o empezar a enamorarse de un hombre interesado en otra. Se acurrucó contra Kipling, agradeciendo su calor, pensando en que después podría solucionar lo que fuera que le sucedía, decidiendo seguir su ejemplo, cerrando los ojos para descansar, pues sabía que muchas cosas entre los dos cambiarían desde ese momento en adelante.

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