Capítulo Uno

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La primera vez que lo ví, fue de hecho algo bastante impactante.

Recuerdo que mamá quería que Marco me presentará a su hijo pequeño para que así yo pudiera apreciar la hermosa vida que tenía, pues según ella, ver las dificultades de alguien con una existencia tan complicada me haría reflexionar sobre la mía.

Y ella tenía razón.

Daniel era un muchacho de casi diecisiete años quien no podía alimentarse, vestirse o tan solo ir al baño por sí solo. Pero a pesar de todo, tenía un brillo bastante común en sus enormes ojos cafés.

No era como mirar a cualquier niño discapacitado quien no entiende el mundo que le rodea por la razón que sea. Parecía estar, dentro de esos músculos atrofiados, alguien con una visión bastante compleja sobre la vida. Alguien que pensaba, que cuestionaba y veía el mundo más allá del exterior.

Una persona verdaderamente interesante.

Recuerdo que cuando Marco hablaba de él se expresaba como si se tratara de un adolescente con el cuerpo -este hablando de su funcionalidad-, y la mente de un bebé. Se notaba en sus palabras cansadas que no deseaba conocer a su hijo, pues para Marco no había nada más que saber de Dani además de su parálisis cerebral.

Y así llegué a su casa esa mañana. Con la imagen de alguien diferente a la realidad de ese muchacho discapacitado.

La primera impresión que tuve de él fue en realidad mala: Dani avanzaba acompañado de su mamá hacia la camioneta de Marco en su silla de ruedas, sin moverse en lo absoluto. Tampoco parecía estar preocupado por sus gestos faciales, o la baba que ocasionalmente escurría por su barbilla. No hablaba, ni hacía contacto físico con su papá, mucho menos intentaba moverse.

Supuse, por un par de segundos, que él sufría algún tipo de retraso mental severo, pues por ese tiempo en verdad parecía que su mente no estaba con nosotros. Fue hasta que su mirada se posó sobre mí con curiosidad, recorriendo mi cuerpo de arriba hacia abajo con detenimiento que supe que de hecho, estaba más presente que nadie; quizá estaba incluso más conciente de la realidad que ninguno de los que le rodeaban.

A partir de ese momento quise conocerlo, hablar con él, saber que pensaba. Pero acercarse a Dani, y ser capaz de entrar en su mundo era demasiado difícil. En primer lugar por sus dificultades para expresarse, para articular palabras. Y por otra parte, él simplemente no dejaba que cualquiera fuera parte de su vida, con el tiempo descubrí que ni su familia conocía su ser interior, su espíritu.

Entenderlo, por sobre todo, me fue imposible hasta el último momento en el que estuvimos juntos. Me preguntaba si se debía al control nulo de su cuerpo, el cual ocasionaba que a veces ni siquiera tuviera expresiones en el rostro, o si tan solo era imposible para alguien tan común como yo poder indagar en él.

Y es que Dani es especial.

Pero no especial en el sentido de que no puede caminar, o hablar. Tan solo, es una persona diferente por su manera crítica de pensar, por su tendencia a observar las cosas hasta que parezcan desgastarse, y por el como analiza cada suceso: a cada persona y cada gesto de los que caminan a su alrededor. Y siendo dos años menor que yo supuse que su visión acerca de la vida, de la existencia misma estaba repleta de experiencias creadoras de las que yo jamás sería parte.

Sin embargo, quizá era eso lo que amaba de su ser. Lo que me hizo pasar de la curiosidad a un enamoramiento profundo que dolió en cada arteria cuando fue necesario separarnos.

Y entonces miraba su foto en la pantalla de mi teléfono -una que le tomé cuando estaba distraído pues él odiaba las fotografías-, pensando en su cara, su personalidad; incluso extrañaba su cuerpo.

Julie "Una Chica que Espera" Donde viven las historias. Descúbrelo ahora