Capítulo 18: Su verdadera Identidad

2.1K 181 126
                                    

Capítulo Dieciocho: Su verdadera identidad

El trayecto en coche desde la comisaría hasta el hospital transcurrió en un solemne silencio. A medida que el coche de Julia llegaba a su destino el sentimiento de congoja por el destino de la niña crecía y se volvía más opresor para los inspectores.

El viejo coche de Julia se caló un par de veces. Una piedrecita aterrizó sobre la luna provocando una pequeña fisura. Las luces del ascensor que les llevó a la primera planta parpadeaban, y la puerta quedó a medio abrir durante unos segundos cuando llegaron.

Todo mostraba que el resto del día no iba a ser bueno en ningún aspecto.

La puerta de la habitación 121 estaba cerrada, y así permanecería hasta que Maggey Reynold llegara al hospital acompañada por otro agente de policía.

No se hizo esperar demasiado. Pasados unos minutos desde que Henry se apoyó con aire cansado contra la pared, unas pisadas comenzaron a escucharse al fondo del pasillo. El agente Truman y una abatida señora Reynold caminaron hacia los inspectores.

―Buenas tardes ―saludó Truman―. El doctor llegará pronto.

―Gracias, puede marcharse. Pero antes déjeme la llave de sus esposas ―pidió Julia señalando las manos de Maggey.

El hombre la miró como si hablase en un idioma desconocido.

―¿Quiere quitarle las esposas?

―La llave y márchese, si es tan amable ―insistió. No podría alardear de buen humor ese día.

Truman obedeció, no sin desconcierto en sus ojos, y entregó la llave a la inspectora, quien la usó para liberar a Maggey Reynold de sus esposas.

Cuando el agente hubo abandonado la planta, el hospital quedó en un silencio estremecedor, no se escuchaba ruido de gente trabajar, ni de médicos caminar de un cuarto a otro. Daba la impresión de que ahí no había nadie más que ellos. Pero no era así, desde luego. Tal vez y por fortuna hubiera menos gente ese día en el hospital, menos pacientes y menos personal trabajando, pero al menos Madge y el doctor encargado de desconectarla sí estaban allí.

A las ocho y media de la tarde nubes de lluvia comenzaron a arremolinarse en el cielo, y se podía percibir cierto contraste entre las potentes luces de los pasillos y el color grisáceo de un día de tormenta. El clima parecía indignado por aquello que estaba a punto de suceder.

Henry sugirió entrar en la habitación mientras esperaban al doctor. La señora Reynold agradeció poder permanecer junto a su hija durante más tiempo antes de que su espíritu la abandonara, aunque tan solo se tratara de un par de minutos más.

El interior de la 121 no había cambiado desde la última vez que estuvieron en ella. Las paredes, las cortinas y las baldosas del suelo seguían igual de blancas, sin una mancha que deshiciera el aspecto aséptico. En la cama de sábanas del mismo color se hallaba la pequeña Madge Reynold; parecía dormir plácidamente. Su fino rostro estaba rodeado por tirabuzones rubios que reposaban por toda la almohada. El único indicio de que no dormía como podría hacerlo en su propia casa eran los cables que la unían a una máquina a su izquierda.

Maggey Reynold se apresuró a situarse junto a ella. Tomó la mano de la niña entre las suyas y la besó en la frente sin poder evitar que las lágrimas inundaran sus ojos. ¿Cuánto le quedaba? ¿Tres, cuatro minutos de estar con ella? ¿Tres o cuatro minutos de vida, si es que debía recibir ese nombre? El tiempo parecía igual de efímero como lo es el paisaje tras la ventanilla de un coche en movimiento.

EmillyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora