Capítulo 8

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Quizás se había puesto nerviosa, si. Pero se dijo que era lógico, no estaba acostumbrada a compartir su vida con nadie, y este hombre parecía dispuesto a incorporarla a cuanta actividad se le cruzase por la mente. No sabía bien si le gustaba eso o no. Pensaba que no, pensaba que quería su vida de vuelta, su silencio de vuelta, su cabeza relajada de vuelta. Pero también pensaba que esto la divertía mucho, y que había cosas de él que la mantenían siempre esperando alguna contestación sagaz, alguna pregunta curiosa. Los recuerdos de la vida que había dejado atrás vinieron como un flash, y su mirada se nubló. No quería recordar, y se enojó consigo misma. Se terminó de vestir y bajó las escaleras. Iba rumbo a su cena bajo el roble.

Caminó en la oscuridad hacia el cobertizo, seguida de Violet. El roble se encontraba detrás de éste, a unos cincuenta metros. Pudo ver desde lejos la luz de un fuego, y en la oscuridad escuchó los pasos alegres de Titán, que la recibía, indicándole el camino como si ella no lo conociera. Cuando estuvo cerca, sonrió, y sintió un tirón en el pecho. No podía describir lo que era, pero lo sintió. Era como una pequeña excitación, como un regocijo interno, como una emoción quizás. Tom estaba agachado frente al fuego, y sobre éste, una parrilla con un par de pescados y verduras se terminaban de cocinar. Él se levantó en cuanto la vio, y la miró no pudiendo ocultar su felicidad y orgullo.

-Hola -le dijo Laura -Veo que encontraste la caña de pescar.

-Lo hice. Soy todo un gran proveedor, ¿eh? -se le hinchó el pecho de orgullo, y no estaba disimulando. Hacía años que no pescaba. Desde que era pequeño, cuando su padre lo llevaba todos los sábados hacia el lago, y se pasaban horas en silencio, arriba del pequeño bote. Todo esos recuerdos habían vuelto a él esa tarde, y se había deleitado recuperando todas esas historias que hacía tanto tiempo tenía olvidadas en un rincón de su cabeza.

Se sentaron en una manta en el piso, y cenaron iluminados por el fuego. Laura se sorprendió al sentirse cómoda, al no tener ganas de huir a la soledad reparadora de su cuarto, al interesarse por las anécotas de Tom, de cuando era pequeño y pescaba con su padre, y de cómo se había caído del bote en aquel lago prácticamente helado. Tom se sorprendió al sentirse tranquilo, al tener su cabeza lo suficientemente despejada como para dejar que todo aquello que pensó estaba olvidado volviera a él, calentando su pecho con recuerdos y cariño. Le gustó sentirse en confianza con Laura, le gustó no temer al ridículo contándole sus cosas. No le había pasado con su ex mujer. Siempre sentía que tenía que estar dando la talla, y allí no había lugar para historias de un niño que apenas tenía dinero en su familia para sobrevivir diariamente.

-¿Puedo preguntarte qué te trajo hasta aquí? Ya sabes qué me trajo a mí hasta aquí -le dijo Tom, mientras movía con una rama los restos de las brasas todavía encendidas.

-Yo... vivía en la ciudad. Soy diseñadora... Lo era... -Laura tomó una gran bocanada de aire, y Tom levantó sus cejas; se había sorprendido, pero no dijo nada; quería que Laura siga con su relato -Trabajé en un estudio durante mucho tiempo, y me enamoré de mi socio. Al menos pensé que lo estaba... Estuvimos juntos bastante tiempo, habíamos comenzado a organizar la boda y todo eso. Pero descubrí que yo no era la única mujer que él tenía, sino que además se acostaba con nuestra principal clienta. Cuando lo descubrí, de la peor manera que alguien puede descubrirlo, me separé de él, cancelé la boda y vendí mi parte de la sociedad. Fue todo muy abrupto. Él estaba furioso, y ella aterrorizada, ya que su marido era dueño de la empresa donde ella trabajaba. Ambos me amenazaron para que no cuente nada, y me di cuenta de que mi relación con él era simplemente una cortina de humo para que ambos siguieran con su romance. Creo que él, en el fondo, estaba tranquilo, porque sabía que yo acabaría huyendo de todo eso, y creo que es lo que quería que haga. Y me conocía bien, porque aquí estoy. Este campo pertenecía a mi familia, yo venía aquí cuanto podía, aunque mi trabajo no me daba mucho tiempo para quedarme. Hasta que decidí que era mi lugar.

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